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Carlos Pérez de Arrilucea
Jueves, 27 de octubre 2016, 18:25
El baloncesto tiene la extraña virtud de hacer encoger el alma incluso cuando sus protagonistas encadenan errores, fallan canastas aparentemente abordables y hacen saltar la pizarra de sus entrenadores por los aires. Nada parece funcionar, todo se asemeja a un galimatías, pero el espectáculo sobrecoge. ... Así fue la escena final de la batalla en la que el Baskonia terminó por caer ayer noche en el Buesa Arena. Se vio forzado a la rendición después de un esfuerzo formidable a manos de un Olympiacos atronador, no solo en su célebre capacidad defensiva sino en su poder atacante. Fue un oponente descomunal con el que no pudo la escuadra azulgrana, que también se vio obligada a aguantar un arbitraje que, una vez más, termina por favorecer ese sello defensivo de los helenos, el mismo que convierte la frontera entre el contacto y el golpe es algo imposible de dilucidar.
El componente arbitral fue uno más de los factores que hicieron que el Baskonia terminará vacío de fuerzas, pero también pesaron sus propios errores y esa sensación de que el duelo se le había hecho eterno. La tropa vitoriana trató de acercarse con un 87-90 tras un triple de Voigtmann con el que se conjuraba un último intento de remontada. La canasta del alemán dio paso a un minuto de auténtica locura en el que los azulgranas erraron opciones ofensivas claras, desperdiciaron regalos como un pérdida de balón de Spanoulis, dispuesto al borrón en el momento crítico tras una noche de exhibición. El gran dominador del encuentro abrió un resquicio que desaprovecharon los anfitriones. Fue un error garrafal que el maestro no tuvo que lamentar después de manejar a su antojo el encuentro y a un trío arbitral con el que parecía compartir una línea telepática.
De la noche de los errores, emergió un triple de Green con falta incluida de Shengelia que fijó en el luminoso un 87-94 a 36 segundos del final. Ya no había opción para el Baskonia, sepultado en última instancia por un rival que convirtió el duelo en un vendaval de triples que los azulgranas soportaron con bravura hasta el hundimiento final.
Error de mesa
El Olympiacos jugó toda la primera parte con tres puntos de más después de que la mesa de anotación se inventara un triple de Agravanis en el tramo final del primer cuarto, un error que no se subsanó hasta el descanso. La reclamación azulgrana surtió efecto y el marcador pasó de un 52-50 al 52-47. La retirada del regalo concedido a los helenos apenas alejó la sensación de que el Baskonia iba a necesitar varias piscinas de agua caliente para despegarse de un rival que maneja sus propias coordenadas de espacio y tiempo al son que impone Vassilis Spanoulis.
Los azulgranas tuvieron que lidiar con situaciones ya clásicas cuando se acerca el Olympiacos al Buesa. El dominio que ejerce desde el bote Spanoulis, el poderío reboteador heleno y la capacidad de Hackett para crear descompensaciones a base de hundir a sus pares en el poste bajo desgastaron a un Baskonia que vio cómo se acumulaban las faltas en los casilleros de Shane Larkin y Rafa Luz. El Baskonia trató de romper el ritmo cansino a golpe de anotación hasta marcar un 40-28 mediado el segundo cuarto, pero constató que es verdadera la leyenda que dice que Olympiacos siempre vuelve.
Reacción griega
Reaccionaron los griegos con irrupción de Lojeski y el retorno a cancha de Spanoulis mientras el Baskonia sacaba de la chistera nuevos recursos como la efervescencia del debutante Beaubois o el poderío de Shengelia. El georgiano ejerció de foco de resistencia principal junto a Adam Hanga en tercer cuarto en el que el Olympiacos activó el modo de destrucción masiva su máquina de anotar triples. El acierto de Mantzaris y el don de la ubicuidad de Spanoulis permitieron abrir brecha a los helenos (64-70, minuto 29).
El Baskonia se recompuso con un Ilimane Diop resucitado y, al fin, productivo para contribuir a retomar una exigua ventaja en el marcador en el descorche del último capítulo (78-77, minuto 32). Fue un suspiro porque el Olympiacos siguió con el bombardeo de castigo desde más allá de la línea de 6,75. Se asomaron al precipicio los azulgranas con un 82-88 tras un triple de Hackett. Eran seis segundos los que faltan por pelear. Johannes Voigtmann intento liderar la reacción con siete puntos consecutivos que volvieron a encender la esperanza en las gradas del Buesa Arena. Fue la última palada efectiva de un conjunto vitoriano conmovedor antes de que el agua comenzara a entrar por todas partes por un casco demasiado castigado y agrietado.
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