El Maccabi, entre el orgullo herido y la pasión desbordada

Su figura representaba el intento por dotar de cierta estabilidad a un club azotado por constantes turbulencias desde el suicidio de su director Moni Fana, a finales de 2009. La pérdida del considerado como su padrino supuso que el Maccabi haya pasado de ser casi un fijo en la Final Four –cinco apariciones de ocho posibles desde 2002– a un conjunto de media tabla. El título de 2014 escondió bajo la alfombra la pérdida de potencial que empezaba a sufrir.

Nada ha sido igual en La Mano de Elías desde que, contra todo pronóstico, Tyrece Rice retrasara la novena copa de Europa del Real Madrid con 26 puntos en la final. Aquel triplete –Euroliga, copa y liga– puso fin a la etapa de David Blatt y supuso el inicio de una travesía por el desierto que se encamina a su séptimo año sin play off europeo. Con el asterisco de la campaña 2019-20, que se canceló cuando los hebreos tenían amarrada la clasificación. Por poner en perspectiva, el Baskonia ha estado tres veces en el top-8 y ha alcanzado una Final Four en este periodo.

La afición macabea empieza a acostumbrarse a los batacazos continentales pero no tolera perder el reinado nacional. Desde que Simon Mizrahi se hiciera cargo del club en 1969, al seis veces campeón de Europa solo se le había escapado una liga hasta 2007. Su potencial económico y su facilidad para atraer y nacionalizar talento estadounidense le convirtieron en imbatible hasta que su capacidad de seducción se deterioró. Entre 2012 y 2017 ganó una liga y en los últimos cinco años solo ha levantado una copa.

Su supremacía en el baloncesto israelí pesa tanto como su influencia más allá del deporte. Su vida y obra es motivo de orgullo dentro de un estado en permanente agitación. Tel Aviv, que abraza las costumbres europeas de espaldas a los ignorados conflictos del país, es una ciudad horizontal a la que cuesta ponerle límites físicos, con ese punto rebelde y efervescente que rebrota de las profundidades del Mediterráneo y hace que todo pueda saltar por los aires en cualquier momento.

La marcha de Blatt a la NBA en 2014 llegó precedida de un convulso periodo en la dirección técnica. Por ella pasaron en menos de cuatro años hasta ocho técnicos: Guy Goodes, Erez Edelshein, Rami Hadar, Lior Lubin, Ainars Bagatskis, Zan Tabak y Avi Even, el interino que en estos momentos actúa como entrenador y apunta a que lo hará hasta final de curso. También Neven Spahija, que sumó otra liga a su palmarés pero con el que empezó el mal trago copero. Su sustituto fue Sfairopoulos, que revitalizó un proyecto muerto, consiguió resultados, pero sobre todo proporcionó una identidad a un equipo que anhela referentes sobre la pista.

Nunnally y Derrick Williams, dos de sus mejores jugadores, tampoco son adalides de la estabilidad. El primero fue apartado por provocar un encontronazo con su compañero Yiftach Ziv y el segundo se burló de la afición alavesa hace un año tras apear con el Valencia al Baskonia en los cuartos de final de la ACB. Junto a Reynolds, fueron acusados de irse de fiesta después de la reciente eliminación copera, aunque la investigación del club determinó que solo fueron de cena.

Mientras, a Wilbekin, su gran estrella, le rodean los rumores sobre su marcha en verano. La enésima revolución en un Maccabi donde toda reconstrucción se evapora y detrás solo deja la bufanda amarilla de su eterno presidente y la fidelidad de su hinchada. Capaz de lo mejor y de lo peor. Como dijo Borges, «el éxito y el fracaso son dos impostores», pero la pasión desbordada de Tel Aviv se retroalimenta de ambos.