Soy mayo. Miro atrás porque queremos caminar hacia delante. Miramos atrás porque allá por enero se cubrió una etapa que no llegó a su objetivo inicial, uno de esos que cuelgan con orgullo logros pasados en nuestro recinto de juego. No se acudió a la ... Copa del Rey, tampoco se mereció llegar a ella. Fue dura la Euroliga, porque resulta ser esa competición que año tras año crece en dificultad, todos con aspiraciones, no tantos con los recursos adecuados para cumplirlas.
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Mayo acaba con la entrada a las puertas de los play off de la ACB. La competición nacional ha aumentado su dureza desde aquel inicio de finales de septiembre, ha certificado la falta de lógica de muchos de sus resultados semana a semana, equipos sorpresas, entrenadores cesados, expectativas no cumplidas y nuevas tendencias en el juego que siempre vienen bien al basket. La ACB debía mejorar su producto y vaya si lo ha hecho.
Baskonia inició un camino novedoso con una declaración de intenciones inédita años atrás, tres años de contrato para un entrenador con carga simbólica, Pablo Laso, y la indicación de construcción de un proyecto con la exigencia siempre en el corto plazo pero también con la vista en el medio. Una apuesta, como la de cada temporada, pero esta vez diferente por otras características: Pablo Laso, la renovación de Howard que se sumó a la anterior de Sedekerskis, tres nuevos bases directores, un refuerzo más para la pintura y también para el exterior en el mes de enero. Siempre con la incertidumbre de cómo funcionaría el equipo con el paso del tiempo, un tiempo adulterado con demasiados partidos encadenados y sin tiempo para prepararse como antaño se hacía.
La mejora se debía evidenciar semana a semana, pero no llegaba como se esperaba. Subidas y bajadas irreconocibles en el juego, demasiada inestabilidad, una intención expresa por dotar al equipo de una personalidad reconocible, «que su afición se sintiera orgullosa del equipo», silencio en ocasiones, un equipo con «ritmo, intensidad, valiente», se decía.
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Pero aquello que cada semana ilusionaba a una afición, a una ciudad e incluso al entorno del basket europeo en demasiadas ocasiones se iba diluyendo. Un día el equipo daba buenas muestras de aquella promesa: intensidad, físico debajo del aro y energía en las transiciones, talento en el exterior, rachas inverosímiles, tiros de calidad, extrapass. Otros, los más, el equipo estaba más pendiente de no cometer errores innecesarios o inconcebibles y no tanto en aprovechar sus virtudes, en hacerse el descarado en el juego sabiendo que a veces podría enloquecer la contienda, donde, por cierto, chapoteaba con alegría y descaro. Bastantes finales cabizbajos, parciales sin fin, tomas de decisiones individuales y no tanto colectivas; de pronto, un ramalazo que rememoraba momentos célebres y se acercaban a ese equipo con identidad, con personalidad, con ese 'respeto' que tenía al llegar a canchas ajenas -'Ojo, es el Baskonia'-, pero que exigía continuidad.
Debía mejorar. ¿Lo hacemos con nuestros jóvenes?, se preguntaron. La paciencia se combate con minutos en la cancha. ¿Arriesgamos con el talento desconocido o vamos a lo seguro? ¿Damos oportunidades para crecer, para sentirse importantes a pesar del nombre de la camiseta, o nos dejamos llevar? El resultado es una consecuencia de lo que se plasma en la pista. Si en ella hay personalidad, riesgo, talento cedido al colectivo y generosidad en el esfuerzo, el resultado llegará, solo había que decidirse por ello. Desde enero hasta junio.
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