![Ibon Navarro y Darío Brizuela: Lo merecido y lo que no se ve](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/02/20/ibon-navarro-brizuela-kV9B-U190688736680nyB-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Quisiera tomar la distancia suficiente para entender el valor real de lo acontecido. Quisiera también que entendiera que esta mirada tiene un halo personal especial, porque la vida ha tendido esos puentes de las emociones vividas que el pasado, el futuro por llegar y este ... presente único han conseguido etiquetar para siempre con la palabra «inolvidable». Quisiera también que compartiéramos que no existe estímulo tan grande en el deporte como cuando afloran las emociones que son las que ayudan a alimentar nuestra forma de ser.
Hay abrazos sinceros, palabras al oído, miradas de complicidad, manos que se chocan entre sí que representan una manera de sentir lo que uno hace como algo con sentido. Como personas que somos, cuando nuestra faceta profesional da la cara, surge siempre a su lado una capa de mentalidad aliñada con sentimientos mutuos entre eso que llamamos feeling, que lo hacen diferente, único y compartido. Hubo 10 segundos en la semifinal del sábado donde un abrazo entre Ibón Navarro y Darío Brizuela representaron esta manera de entender el deporte que a quienes creemos en sus verdaderas raíces se tradujeron en una inmensa sonrisa impregnada con un ligero llanto.
En nuestras vidas hay una parte que permanece oculta e invisible. No por no ser importante, todo lo contrario, sino porque en ese momento se está labrando algo que configura la personalidad. Son horas que pasan entre esfuerzos inmensos, horas de estudio, lecturas que apoyen las creencias, horas y horas de visualización de videos, cuadernos llenos de notas al margen, de palabras y trazos que solamente entiende quien las escribe, de preguntas que se repiten hasta encontrar una posible respuesta, de charlas para explorar otros puntos de vista, para entender a la persona por delante del profesional, otras miradas que sumen a la que uno cree de verdad.
Son horas de sudor, de mucho sudor en silencio, sintiendo la propia respiración, horas de madrugones al mismo tiempo que amanece un nuevo día, son horas y horas que tejen complicidades entre la persona, un balón y una canasta de por medio, son horas de descanso para remitir el dolor de músculos que descubres que existían, son horas de desconexión entre páginas de libros que ayudan a comprender otras maneras de pensar, son horas y horas protagonizadas por aciertos y fallos, hasta que los aciertos superan al fallo, son horas de explorar matices, de atrapar detalles, de incorporar la mejora como actitud innegociable ante el siguiente momento.
Entonces entiendes que un jugador explote todas sus emociones más personales y dén rienda suelta en el campo de juego para que empujen un poco más, salten un poco más o corran un poco más que el día anterior. Entonces entiendes que un entrenador se aparte a la esquina del campo para tomar perspectiva no solo de lo que sucede en el campo sino que diseñe al mismo tiempo las siguientes decisiones a tomar, mientras su inconsciente recorre centenares de horas de videos, apuntes, movimientos y posibilidades. Entonces entiendes una decisión de una milésima de segundo, un bote más allá para armar el tiro, y anotas; es entonces cuando un gesto firme marca el siguiente movimiento a realizar y sale como pensaste.
Decía un entrenador que la clave del éxito no se debería valorar por lo que se obtiene sino por lo merecido, y si tuviéramos que hablar de merecimientos en este Copa ACB, este Unicaja encarnado, permítanme, en Ibón y Darío, lo han merecido, por lo hecho y por todo el trabajo oculto que no conocemos pero que es tan real como el trofeo obtenido.
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