Suele ocurrir cuando se llega a cierta edad y ante el ejercicio físico, hay un momento en el que parece que quieres hacer un gesto, un esfuerzo o una acción como hacías años atrás, donde la cabeza tiene tan claro cómo y qué hacer, que ... de pronto las piernas y el cuerpo te dicen 'tararí que te vi'. Ya no saltas como antes, ni te vas tan rápido como antes, ni el gesto, el tiro, el pase, el golpe con la raqueta o el chut, te salen como antes. Es ley de vida. Pasa.
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Viene a cuento para darnos cuenta del poder, sí poder, que tiene la mente en nuestro rendimiento, y cómo este rendimiento se relaciona directamente con el físico. Mente y cuerpo están íntimamente ligados, el esfuerzo con la concentración, la explosividad con el momento de la toma de decisiones. Todo ello está encaminado hacia el resultado positivo y evidentemente con el negativo, con el error y el fallo -no son lo mismo- e incluso con eso que nos acostumbramos a escuchar pero cuesta asumir, que es el fracaso y el éxito.
No quisiera derivar estas líneas hacia el debate entre si existe o no el cansancio, siempre y cuando hablemos del cansancio físico. Cuando Dusko Ivanovic lo menciona intuimos que es para observarlo desde otra de las caras del prisma que son los argumentos. Si tu sensación mental es que debes superar la situación, es probable que aunque estés -o sientas- cansancio, éste quede en un segundo plano y el sobreesfuerzo sea quien te lleve hacia una sensación positiva. Pero si tu sensación mental es precisamente la contraria, está claro que a la predisposición y por tanto la acción, le cueste más de la cuenta ponerse a ello.
En el primer partido de este martes parecía algo así. Reconozcamos que en los últimos quince días, Baskonia ha jugado siete partidos, dos de ellos en Vitoria-Gasteiz. Usted y yo estaríamos echando en falta nuestra cama, nuestras rutinas en casa y no estar día tras día pisando las pistas de aterrizaje de los aviones, las moquetas de los hoteles y el parquet de las pistas de juego. Esta tralla física con partidos todos exigentes, lleva consigo al mismo nivel, su equivalente mental: tienes que estar agresivo en cada posesión, parar a tu rival, llegar a la ayuda, cerrar el rebote, salir pitando al otro lado, ocupar la esquina, cambiar de lado, recibir y generar peligro, tirar, bajar a toda velocidad a defender, parar el espacio, volver a tu hombre, fintar la ayuda, salir a tu hombre en línea de pase, cerrar la entrada, coger el rebote, recibir el balón y llegar el primero por este lado donde no hay nadie. Y espera que la voy a pasar a aquel que se queda liberado en la esquina contraria, antes de que llegue su defensa. Así, unas noventa y tantas posesiones, una tras otra -exceptuando el tiempo que tienes de descanso-, y prácticamente un día tras otro.
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La mente se entrena y se ejercita. Cada vez más la mentalidad, la concentración, la visualización de futuras acciones, la personalidad individual, la paciencia, la energía, la relativización del error y el acierto son aspectos que suceden en un partido decenas y decenas de veces para que el cuerpo siga al unísono en cada una de las decisiones que hay que tomar, y trate de superarse y no ser superado. Semejante estrés, porque aunque sea su profesión también están sujetos los jugadores como personas, a este exigente estrés, hace que el rendimiento se vea afectado. Dicho lo cual, es verdad que esta mentalidad y esta personalidad, aspectos ambos mentales, hacen que tu próximo reto de superación pueda ser logrado aunque tus piernas no te sigan, pero se puedan convertir en cómplices de un nuevo desafío al que enfrentarte y afrontar así dicho esfuerzo. Y hoy, en este segundo partido, hay un nuevo desafío mental y físico, al que seguro se volverá a estar preparado. Ojalá el juego, la técnica y lo táctico también acompañen.
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