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La decadente trayectoria reciente y el estrepitoso fracaso de la última temporada, la peor del Baskonia en la historia de la Liga ACB, exigía un golpe de timón con el que enderezar la marcha deportiva del equipo y sanar la marchita moral de una afición ... resignada a un desacostumbrado estado depresivo. Un doble reto ideal para Josean Querejeta, al que le ponen las situaciones complejas que exigen habilidades acordes a su dificultad. El segundo objetivo está ya logrado con un golpe de efecto sobresaliente. El fichaje de Pablo Laso, anunciado poco después de que el Bayern Múnich publicara su adiós por «motivos familiares», ha generado una gran y justificada ilusión en el baskonismo.
Motivos hay para ello, desde luego. Pablo, un chico de la casa, ha alcanzado un enorme prestigio internacional en los banquillos por su baloncesto alegre, dinámico, vistoso y eficaz. Cierto es que apoyado en presupuestos estratosféricos en el caso del Real Madrid, sí, pero otras entidades de similar músculo económico no han llegado tan alto. Y ciertos técnicos, tampoco. Después de patinar en una apuesta efectuada sin convencimiento real y de fallidas revisitaciones nostálgicas, el nuevo entrenador es un soplo de aire fresco.
Entre otras cosas, la plantilla contará con un preparador que valora y da protagonismo al juego interior, un aspecto que ha parecido repudiarse últimamente en el Baskonia. Por suerte, esto va a cambiar. Seguramente nadie mejor que el segundo máximo asistente histórico de la ACB para ponderar adecuadamente la importancia de los pívots. Los tres años de contrato que Pablo ha firmado hacen pensar además que su trabajo va a ser protegido y respetado como el cargo exige y que la plantilla azulgrana que se ponga a sus órdenes estará a su misma altura.
Pablo vuelve al Baskonia y el Baskonia vuelve a él. Hubo un momento en el que, debido a ciertas desavenencias, pareció que esta circunstancia no se daría nunca. El tiempo es sabio. Los orígenes, también. No hace falta abundar en lo sabido: Pablo, Pablito, mamó el baskonismo en casa, se crió entre los jugadores que entrenaba su padre, incluido el actual presidente de la entidad de Zurbano, debutó como profesional en el polideportivo de Mendizorroza y ganó los primeros títulos de su palmarés con esta camiseta. Asistimos a un reencuentro de linaje. Tal vez por necesidad; seguramente también porque debía ser así, porque estaba escrito.
Alguien dijo que la infancia es la verdadera patria del hombre. Atendiendo a esto, y al margen de cualquier cuestión estrictamente consanguínea que haya podido incidir en su decisión, queda claro en este caso que son múltiples desde la vertiente deportiva los «motivos familiares» que seguramente han pesado lo suyo en este feliz regreso de Pablo a casa. Se discutirá tal vez esto desde algún sector celoso de la afición del Real Madrid, más agradecida que su directiva al técnico con el que reverdeció sus mejores días de gloria, pero no aceptamos la discusión: a Pablo Laso, Pablito, lo parimos aquí, jugó con nosotros, con nuestros hermanos, con nuestros amigos... y pertenece a este lugar más que a ningún otro. Afirmarlo no es incurrir en apropiación indebida; lo confesó él al recibir la Medalla de Álava hace algo más de un año de manos del diputado general, Ramiro González: «Sigo siendo ese crío de San Viator que solo aspiraba a divertirse jugando».
¿Se cierra entonces un círculo? Todo lo contrario: se amplía una relación y se abre un atractivo horizonte con el que recuperar la ilusión perdida después de unas temporadas mustias en resultados y ricas en fracasos. Bienvenida por tanto al mejor nombre posible para encabezar un proyecto con el que volver a divertirnos, gozar y ganar. En familia.
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