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Ángel Resa
Martes, 11 de abril 2023, 00:19
. Cada vez que la plataforma Dazn televisa un partido continental del Baskonia aparecen en las pantallas las fotografías de Joan Peñarroya y su homólogo adversario con datos comparativos que evidencian al azulgrana como técnico debutante en la Europa de la primera velocidad. Pero la ... firme trayectoria del entrenador catalán transforma un síntoma de inmadurez a esos niveles de exigencia en todo un zarpazo respaldado por los hechos. Cierto que no se había sentido en otra hasta firmar con el club vitoriano. Tanto como que sus pasos nada vacilantes se asemejan mucho a las zancadas de siete leguas.
No se trata de ensalzar a Peñarroya porque sí. El asunto se centra en admitir de buen grado su aportación fundamental a la muy notable temporada del conjunto alavés. La parroquia del Buesa Arena aún mascaba la amargura del decepcionante curso anterior y debía de palpar para creer. Hasta que la fértil coincidencia entre la estructura de una plantilla construida en el club según los cánones de correr y tirar y la asunción de tal estilo por parte de Joan han devuelto al Baskonia el contenido de su célebre eslogan. El carnero muerde de nuevo con el colmillo afilado en plenas bacanales ofensivas.
El club ha hallado en el preparador de Terrassa la horma de su zapato. Léase la ambición por la que la entidad de Betoño discute primacías a adversarios más armados. Y lo ha hecho mediante un baloncesto dinámico y lúdico, una oda al espectáculo cada noche en el santuario de Zurbano que reconcilia a los puristas –la ortodoxia siempre pedirá más defensa– con los advenedizos que, visto el percal, llegan para quedarse. La difícil aleación entre belleza y eficacia porque el ansia de ganar tapona todo debate.
Los guardianes de las esencias en este deporte acostumbran a hurgar recelos en cada elogio. Por escribir que Peñarroya se mueve como un maestro en la peliaguda materia de la conducción de grupos habrá quien desconfíe de su bagaje táctico. Y no es así, en absoluto. Sólo que el elegido para reflotar una nave medio hundida el curso pasado va sobrado como jefe de personal. Medio kilo de determinación, quinientos gramos de mano izquierda. Y es zurdo.
Por supuesto que dispone de una guardia pretoriana compuesta en primer término por Thompson, Giedraitis, Costello y Kotsar. Pero concede el valor justo a Howard –el hombre que por su identidad come aparte, según sus propias declaraciones–, Marinkovic, el termómetro Hommes y el lesionado Sedekerskis. Y cree también en el resto, consciente de que necesita a todos para vadear la marejada de esta salvaje Euroliga sumada a las minas dominicales de la ACB. Tiene a todo el plantel enchufado a la red comunitaria y aprovecha los compromisos menos arduos para distribuir minutos y responsabilidades. En su mente no caben las figuras inmóviles del Belén.
Habituada la afición a identificar en los discursos de Dusko Ivanovic el cansancio como una debilidad humana, Joan viene a reconocer que la fatiga existe. Sus hombres llevan sesenta partidos oficiales en apenas seis meses y medio entre el pecho y la espalda y el técnico catalán desarrolla la teoría de la dosificación de los cuerpos. Tan conveniente para procurar descanso a sus pilares de la tierra como imbuir al resto de la idea gremial. Sólo así puede soportar un conjunto menos profundo que otros oponentes de la aristocracia los embates de un calendario exigente y agotador.
Releído todo lo anterior flota la impresión de que Joan asume cuanto le proporcionan sin rechistar y se limita a aplicar su método. Y así es en parte. Porque el preparador egarense sí reivindicó desde el principio lo que entendía imprescindible, y la cancha le ha otorgado la razón, para «molestar» a los grandes, como le gusta decir. Cuando el club dudaba sobre la necesidad de añadir un pívot o un base a la estructura inicial, Peñarroya lo tuvo claro: un complemento importante para Thompson.
Aprovechó una de sus primeras comparecencias públicas para recordar que Howard era goleador y no guía. Le trajeron a Henry, aprovechó aquellos meses formidables y viene sobrellevando la ausencia de Pi, un cráter de diámetro relevante, sin rebajar la avaricia y con sentido común.
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