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Marc Gasol Sáez, el segundo de una dinastía formidable, podría protagonizar un capítulo de la serie televisiva 'El jefe infiltrado'. En ese programa el 'boss' de la empresa se disfraza de currela para valorar el rendimiento de sus trabajadores en un plano de presunta igualdad ... si no desde un nivel inferior. Aunque el segundo de la irrepetible saga de Sant Boi no necesita bigotes postizos ni pelucas. Sus compañeros saben que se cambian a diario y a cara descubierta en el vestuario de Fontajau con el jefe de personal.
El relato de Gasol II y la entidad catalana abrocha una hermosa historia de ciencia-ficción llevada al parqué como ejemplo de pura realidad. Marc era un icono en Memphis, por encima incluso del legado que allí dejó Pau, cuando fundó desde los escombros de aquel Akasvayu donde él jugó y triunfó -un gigante con los cimientos perdidos de barro- el actual Básquet Girona. Quedaban rescoldos en una afición desencantada y el pívot de una carrera deportiva asombrosa decidió devolver a la ciudad lo que ella a él le procuró.
Porque era un interior pasadito de kilos que Dusko Ivanovic, entrenador del Barça por entonces, descartó para su proyecto de pívots móviles y atléticos. Recaló cien kilómetros al norte y allí gobernó la ACB a medias con un joven Rudy Fernández, de tal manera que uno o el otro conseguía el premio individual de hombre más valioso de cada jornada. Dos años le propulsaron a la NBA, en aquel traspaso de su hermano Pau a los Lakers que dejó la taquilla de los Grizzlies a expensas de añadir otro 'uno romano' al apellido familiar.
Ya en la NBA tocó Gasol II el techo con ambas manos. Primero consolidando a Memphis en el escaparate a través de un empeño que le procuró abundantes galardones personales. Tres veces 'All Star' con aquel salto inicial para la memoria eterna con su hermano en el Madison Square Garden neoyorquino. Mejor defensor del torneo norteamericano en 2013, que se escribe pronto, y miembro del quinteto ideal en 2015. Palabras muy mayores.
Hasta que extendió los reconocimientos dedicados a él en el anhelo de abarcar la gloria colectiva. El título de la NBA con Toronto antes de instalarse en Los Ángeles como otro remedo más de la maravillosa trayectoria profesional de Pau. Allí apuró su última campaña, en la California que mira al Pacífico, antes de regresar a Girona.
Y a Marc no se le cayeron los anillos por pasar de la opulenta Liga estadounidense a la modestia de la LEB Oro. Ni siquiera el que se ciñó al dedo con el escudar de los Raptors. Él tenía una misión y hasta Fontajau se llevó todo su magisterio. El de un pívot inteligente, un grandote con alma de base, tiro sin necesidad de despegar las suelas del parqué, defensa corpulenta por conceptos y visión perimetral para hallar a sus aliados.
Y el desafío concluyó hace once meses con un éxito rotundo. El mismo día que el equipo de fútbol rojiblanco del lugar ascendía a Primera División, el refundado club de baloncesto subió a la ACB a costa del Estudiantes. Dos alegrías juntas para una ciudad pequeña que se acostumbró a lo bueno, aunque efímero, en los tiempos de opulencia sin sustento de la inmobiliaria Akasvayu.
A los ocho años de fundarla, la entidad de Gasol II alcanzaba la máxima categoría del baloncesto español. Y pese a las turbulencias propias del recién llegado, al proyecto de Marc y Aíto le ha sobrado una jornada para salvarse. Mañana recibirá al poderoso Baskonia con la satisfacción del deber cumplido. A lo que han ayudado, y mucho, los casi once puntos, seis rebotes y tres asistencias del presidente. Un tipo de 38 años con diez medallas en la guerrera de la selección.
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