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Si el Baskonia plantease una encuesta de satisfacción entre sus seguidores sobre el modo de remodelar la plantilla seguramente leería los resultados con una sonrisa desde una oreja hasta la otra. Las cinco contrataciones registradas hasta la fecha, muy especialmente las correspondientes a las inmediaciones ... de los aros, incitan a pensar en otra temporada ilusionante. Las salidas de Daulton Hommes, 'cuatro' moderno que abandera la elegancia, y del decepcionante Steven Enoch han batido la puerta giratoria para los ingresos de dos prototipos (Chima Moneke y Khalifa Diop) de la energía interior, la tendencia física del baloncesto moderno, la intimidación y la fiereza reboteadora.
Así que los fichajes estivales atienden al signo de los nuevos tiempos que requieren un rango atlético muy elevado para competir dentro de una Euroliga silvestre. En este sentido parecen encaminadas las adquisiciones del alero Nikos Rogkavopoulos y del base Codi Miller-McIntyre, de quien 'ojo de halcón' Alfredo Salazar destaca su apego al contacto y la verticalidad como rasgos de la agresividad exterior.
La contratación del 'combo' de pasaporte búlgaro y de Nico Manion cubrirían presuntamente los vacíos de Thompson y Max Heidegger, pero aún falta coronar el proyecto con un director de batuta contrastada. Cierto que Sergio Scariolo aventura una «gran proyección» al italiano tras tenerlo un año a sus órdenes, pero ha mostrado unas estadísticas discretas en el máximo torneo continental a la sombra de Teodosic y de Hackett. Y que McIntyre, con experiencia en cuatro clubes de la Eurocup, también llega desde el segundo peldaño internacional como lo hizo Darius en su día.
Porque se trata de coronar un plantel que genera de momento buenas perspectivas mediante una pieza relevante. La entidad de Betoño apostó la campaña anterior por un grupo de trece jugadores –de ahí el segundo advenimiento de 'Pi' Henry– y desde entonces mantiene la idea de alargar el equipo hasta ese punto. No, desde luego, como otros clubes enormes con hasta tres descartes en cada compromiso.
Antes de la primera pelota al aire se intuye un Baskonia con la voluntad de reeditar su juego alegre y ofensivo, de ritmo alto y transiciones permanentes. Pero el empeño también de mostrar más dureza atrás, sobre todo en las cercanías del tablero propio. Sólo que este plato contundente y sabroso en teoría necesita tapar un huecograbado profundo y muy difícil de rellenar.
Nada menos que el cráter de Thompson, ese líder silencioso que encabezó la trituradora azulgrana de un ejercicio bello por el camino y de dolorosa digestión en la meta. La relevancia de Darius trasciende sus sobresalientes promedios europeos de 12,6 puntos y 6,7 asistencias. La categoría de su baloncesto le emparenta con la extensa nómina de excelentes bases que han lucido el escudo del carnero.
Ponga las glándulas a salivar por el recuerdo de tantos timoneles azulgranas de primerísimo nivel. Pueden leerse en dúos imperecederos para la memoria del baskonismo o tomados en solitario. Entre las parejas excelsas, cómo olvidar las formadas por Bennett-Corchiani, Calderón-Prigioni y luego la del argentino junto a Heurtel, Adams-James, Huertas-Vildoza y éste con Henry en el título liguero de la burbuja valenciana o la reciente Thompson-Henry, rota abruptamente el pasado mes de enero.
Y sin desmerecer las calidades incuestionables de Pablo Laso antes del cambio de siglo, Larkin y Baldwin recientemente o –ya vistos a través del espejo retrovisor– Ukic y Planinic. Mucha tela.
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