Dusko Ivanovic regresó a Vitoria el día de Nochebuena de 2019 con su sempiterno semblante serio, el rostro afilado y una coleta ya elevada a la categoría de mito. El montenegrino volvía entonces, por tercera vez, a la ciudad que le había hecho grande. ... Su hogar, donde era leyenda y el que le había colocado en la primera línea del baloncesto continental. Ese diciembre, como cuando dos caminan inexorablemente hacia volver a encontrarse, resultaba difícil determinar quién se necesitaba más: si un Baskonia errático y castigado por un juego vulgar o el técnico, acechado por la sombra del olvido y la indiferencia del público. Su reencuentro era, sobre todo, una terapia por la que ambos necesitaban volver a pasar una década después de la ruptura, en la que fue su primera destitución.
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El técnico llegaba a un equipo con problemas, zarandeado en la Euroliga por gigantes inalcanzables y víctima de unos inusuales bandazos en la ACB. La planta noble del Buesa Arena buscó en él la firmeza casi marcial de la que siempre ha hecho gala para reconducir a un grupo sin convicciones, pero también una pizarra solvente y de características afines a la plantilla. La que busca practicar un baloncesto valiente, de frenético ritmo, dominio de los aros, enérgica defensiva y firme confianza en las posibilidades colectivas e individuales. Aunque los primeros pasos fueran sufridos –el Baskonia volvió a quedarse fuera de la Copa del Rey un lustro después– y el equipo estuviese aún lejos de encontrar su ritmo.
La pandemia dio al montenegrino el tiempo que el baloncesto de élite nunca otorga. Un margen algo extraño, desnaturalizado por tener que trabajar durante mucho tiempo cada uno en su casa, pero suficiente para plantar la semilla. La catarsis que una plantilla aletargada necesitaba. Desde la extrema exigencia que nace de un ADN curtido en el baloncesto balcánico, pero con un perfil que sugería cierto extra de amabilidad. Un sargento algo más paternal para el cual esbozar una sonrisa ya no era señal inequívoca de debilidad. Pero con ese espíritu competitivo intacto. Él vio la posibilidad de llegar a lo más alto en esa particular fase final por la que optó la competición doméstica. «Todo el trabajo que hemos hecho sólo es por un objetivo, para ganar la ACB», aseguró antes de arrancar, cuando ni los más optimistas auguraban lo que pasó después.
Ivanovic tuvo razón. Su Baskonia ganó la ACB. El primer título del equipo en una década. El primero que sumaba el técnico en el mismo tiempo, el transcurrido desde su última separación. El que se construyó sobre unos cimientos sólidos que, como entonces, volvieron a dar resultado. Una frase suya, destacada entre las muchas sentencias que ha pronunciado, resumía la filosofía que le ha acompañado en este camino: «El sufrimiento, si le das sentido, no es sufrimiento. Es motivación y placer».
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Con una plantilla cambiada, pero integrada por sus jugadores de confianza, buscó consolidar esa línea. Pero su equipo, brillante en el esprint anterior, sufrió para terminar la carrera de fondo del curso pasado. Regresó a la Copa, recuperó su espíritu guerrero y dejó momentos de un baloncesto brillante, indómito, de unos jugadores que se sabían más rápidos, más veloces y más listos sobre el parqué. Aunque era también un equipo atenazado por sus propias limitaciones y el desgaste físico y mental que conlleva el método del técnico. El Baskonia se quedó fuera del play off de la Euroliga, pero cayó de pie, vencido por gigantes a los que no pudo alcanzar. Pero su final de fase regular de la ACB fue gris. De pelear por ser tercero a perder el cartel de cabeza de serie. Una trayectoria descendente que el Valencia se encargó de castigar en la primera ronda del play off. Muy lejos de donde el equipo aspiraba a estar y vencido por un rival de potencial similar.
Pero el técnico, que se sabía en su casa más que nunca, se vio con fuerzas para seguir. Volver a intentarlo con una plantilla prometedora y plena de perfiles de su gusto. Hecha, de nuevo, para defender, rebotear y correr. Su abecé. Pero que se ha quedado muy lejos de ese boceto. Apenas unos fogonazos insuficientes que no han logrado cambiar la percepción de un proyecto agotado, despojado de la confianza que había logrado insuflar en sus jugadores. Un equipo roto que ha cuarteado una moral balcánica que parecía indestructible. Ese sufrimiento ya no era placer, tan solo dolor. El que ha terminado de sepultar el tercer proyecto de un técnico que restauró la competitividad y carácter de un escudo. El que volvió a hacerle creer que ganar era posible hasta lograrlo. Ivanovic y el Baskonia vuelven a separarse, pero queda el camino recorrido por el técnico más influyente de la historia del club. Quien sabe, si hasta una cuarta etapa.
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