Este es el relato periodístico basado en la historia real de un rebelde con causa, un replicante del sistema establecido que jugaba muy bien al baloncesto. El sexto hombre en aquel conjuto de Manel Comas que, por talento propio y circunstancias sobrevenidas, ascendió en la ... escala azulgrana el 6 de marzo de 1994. Casi tres décadas ya de aquella final de Copa tan convulsa, el preámbulo de la posterior grandeza que se intuía desde el fichaje revolucionario de Herb Brown para el banquillo de la antigua Plaza del Ganado.
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Habla Santi Abad, verso siempre libre en aquel Baskonia que empezaba a cincelar sus ambiciones de huecograbado profundo encima del parqué. El equipo vitoriano encaraba en Sevilla el duelo decisivo contra el Barça después de eliminar al Joventut (79-71) y al Estudiantes (97-93) -las fértiles canteras tradicionales- en los dos cruces anteriores. Los primeros gritos alaveses de insumisión que proseguirían con el título del k.o. en Granada (1995) y la Saporta europea (1996).
Nada en aquel partido sin retorno (86-75 para el bando catalán) parecía fluir por el cauce de la normalidad. El choque, nunca mejor escrito por cuanto sucedió luego, arrancó tres cuartos de hora tarde por el problema estructural de un aro. Y debían de andar tan calientes los dos rivales que la primera chispa encendió la chimenea ambiental. A los 61 segundos, como lo leen, el barcelonista Tony Massenburg recibe en contraataque una de aquella faltas poco sutiles de Rivas, se revuelve y estampa un directo de izquierda con el puño en la cara de Ramón. Descalificante y el rectángulo del baloncesto convertido ya en un ring de boxeo.
Diez minutos después, el baskonista Anthony Reed irrumpe por el centro de la zona para sumar dos puntos. Según los protagonistas desandan el camino vuela la mano cerrada de Ken 'Animal' Bannister hacia el rostro de Quique Andreu y los árbitros (Álvaro Herrera y Miguelo Betancor) expulsan del partido al contundente pívot del cuadro vitoriano. Tablas y papelón para unos jueces de la pelea que antes ya habían reunido en un cónclave a Aíto y Manel.
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«Quique Andreu era un provocador profesional con los jugadores extranjeros y sacó de quicio a Rivas y Bannister»
«Entonces era el sexto hombre que jugaba quince minutos, pero yo me consideraba importante dentro del equipo»
«Por unos momentos pensé que el MVP de aquella Copa iba a ser yo, pero le entregaron el premio a Perasovic»
Los dos grandotes del Baskonia que debían de infundir temor sólo participaron siete minutos (cinco faltas señaladas a Rivas en tan poco tiempo) y nueve (Bannister) con rosco de puntos entre ambos. De ahí que las tareas interiores recayeran en Abad, Reed y Talaverón por al agravante añadido del morrocotudo susto de Marcelo Nicola la víspera en la semifinal. El turbio panorama requería una zancada adelante de Santi y vaya que si la dio. Quince puntos y trece rebotes para apuntalar a un grupo también sostenido sobre Pablo Laso, Velimir Perasovic y el estadounidense a salvo.
Hora de los recuerdos, Y el 'cuatro' de alma rebelde pone su memoria a trabajar. «Quique Andreu -la figura determinante de aquel partido en las luces (20 puntos y 8 rebotes) y en las sombras de los entresijos- era un provocador profesional con los jugadores extranjeros», cuenta Abad. «Consiguió el objetivo de sacar a Ramón y a Ken de quicio y también lo intentó conmigo».
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Nicola, metido en la cama de un hospital sevillano. Bannister, de visita muy prematura a los vestuarios. Y Rivas, devorado por la frustración en una de esas citas que tanto le ponían. Adversidades encadenadas ante un Barcelona que aquella noche vivió de Andreu para lo lucido y lo opaco, de Corey Crowder, del completo Andrés Jiménez -el primer 'tres' muy alto que inventó García Reneses-, de la muñeca bendecida de Epi y del norteamericano Fred Roberts.
«Ya había jugado dos buenos partidos anteriores a la final», rememora Santi. «Casi siempre me salían buenas actuaciones contra el Estudiantes -rival del sábado- y ese día también fue así. Jugué 32 minutos, en parte por la caída de Marcelo. Entonces era el sexto hombre del equipo y en aquellos tiempos significaba quince minutos en la cancha, pero yo me consideraba importante dentro del equipo y ganar -alude al título y al premio de mejor participante del torneo- hubiera sido un buen colofón porque soy una persona luchadora y ganadora».
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El baloncesto de los noventa era distinto del actual. Por ejemplo, en la presencia de los más relevantes sobre la pista y el valor inferior entonces de las rotaciones. Entre el gusto de Comas por los núcleos duros y los problemas sobrevenidos en el plantel esa edición, el base alavés y el tirador croata disputaron la final entera y el hilo conductor de este relato alcanzó los 36.
«Fui el segundo anotador del equipo y por un momento pensé que que el MVP iba a ser yo, pero se lo dieron a Perasovic». Lo dice con el deseo de ese galardón esquivo. «Siempre tuve más reconocimiento de los jugadores que de los entrenadores, los clubes y los medios de comunicación», añade aquel 'tres y medio' de espíritu rebelde, físico poderoso y muy notable talento. El hombre que pisó nueve vestuarios en su carrera, acumuló tres campañas alternas con el escudo azulgrana sobre el pecho y ahora recuerda la refriega de tres décadas atrás.
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