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Todo mensaje que aluda al Baskonia y porte un hálito de optimismo incita esta temporada convulsa a un ejercicio voluntarista sin argumentos suficientes para respaldarlo. Así que proclamar a media voz que el equipo vitoriano afronta tal vez la última oportunidad de romper los prismáticos ... con los que divisar el octavo vagón europeo desde su incómodo asiento en el decimoquinto sólo puede responder a un deseo. El de contemplar al equipo vitoriano en un puesto más acorde a su jerarquía ganada desde hace casi tres décadas, tan lejos de las sensaciones ramplonas que emana durante este ejercicio de desánimos encadenados.
Solo que el Zenit no parece el adversario propicio para escenificar resurrecciones. Ojalá dicte la pista lo contrario, pero se enfrentan en el Fernando Buesa Arena un grupo indefenido, el local, con otro de una identidad bien reconocible. La que procura a sus equipos Xavi Pascual, aquel joven que heredó el Barça de Dusko Ivanovic hace quince años antes de forjar una carreta táctica más allá del notable. De hecho, el conjunto de San Petersburgo propinó al vitoriano una de esa tundas a mano abierta que dejan huellas de los dedos en la cara durante el partido entero de la primera ronda (83-54). El segundo capítulo de una sonrojante gira rusa tras el desplome previo en Kazán, todavía con Dusko Ivanovic al mando antes del ya medio 'habitual' noviembre negro.
Dijo en su día Jorge Valdano que el fútbol es un estado de ánimo. Mejor no transferir esta idea al universo baloncestístico azulgrana porque el grupo de Neven Spahija viene del sometimiento absoluto desde la primera pelota al aire en Atenas y de conocer la sentencia condenatoria sobre la Copa que le remitió anteayer el Tenerife desde la isla. Pero, por encima de bríos o falta de ellos, preocupa la escasa fiabilidad del juego vitoriano, que no ha arrancado aún en ataque y consiente demasiado cerca de sus presuntos dominios. El relevo técnico en el banquillo tampoco ha cosido las telas, más allá de otorgar a Baldwin las llaves de un coche escaso de carburante.
Al otro lado de la cancha se alineará un equipo con todas las prerrogativas para validar tal título. Pascual, uno de los mejores entrenadores nacionales en la vasta geografía europea, adiestra bloques serios y rigurosos que crecen desde la ortodoxia defensiva. Sus detractores apelan a los marcadores rácanos y al control del juego en los conjuntos que prepara, pero la irrebatible solidez de esos equipos conduce a valorar más la sustancia o el fondo que la estética. Expresado de otra manera, este Zenit como hace tiempo el Barça de su puño y letra son más buenos que bonitos. Mucho han de torcérsele los resultados y las sensaciones para que el cuadro de San Petersburgo vea los 'play off' continentales a través de las pantallas de plasma.
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