Baskonia 89-77 Virtus Bolonia
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Baskonia 89-77 Virtus Bolonia
El mejor Baskonia remata el desafíoLa afición azulgrana toca madera o recurre a otros objetos propios de las supersticiones cada vez que el Baskonia encara un compromiso en este curso incierto. Ignora si el equipo soltará una espantada como la del martes en Belgrado, cuando su versión menos enérgica desnudó ... toda su vulnerabilidad. O si, en cambio, asistirá a una de esas muestras de coraje y gen competitivo que le convierten en un rival tan incómodo para el resto. Pues bien. Ayer, en el lugar indicado y a la hora oportuna, el carnero que lo simboliza embistió con el corazón caliente, la cabeza fría y su cornamenta retorcida para superar a un adversario sobrado de oficio.
Baskonia
(21+20+31+17): Miller-McIntyre (8), Marinkovic (5), Rogavopoulos (9), Sedekerskis (16) y Kotsar (4) -cinco inicial-, Chiozza (-), Costello (19), Diez (-), Howard (28) y Raieste (-).
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Virtus Bolonia
(22+18+16+20): Pajola (1), Hackett (13), Belinelli (10), Shengelia (16) y Dunston (-) -cinco inicial-, Abass (7), Lundberg (10), Dobric (-), Mickey (3), Cordinier (10), Polonara (3) y Zizic (4).
Árbitros: Ilija Belosevic (Serbia), Medhi Difallah (Francia) y Milan Nedovic (Eslovenia). Eliminaron por faltas personales al local Marinkovic (min.38).
Incidencias: Partido correspondiente al 'play-in' de la Euroliga por la octava plaza disputado en el Fernando Buesa Arena de Vitoria ante 10.143 espectadores.
Cinco años después de su última presencia, el conjunto de Betoño retorna al cruce de cuartos europeo por la vía del novedoso y emocionante 'play in'. El bloque de Dusko Ivanovic ya dispone de cubiertos en la selecta mesa que reúne para cenar a los ochos comensales elegidos. Sencillamente porque se lo ha ganado a lo largo de seis meses y medio muy exigentes, un tiempo capaz de albergar rachas desalentadoras y también las resurrecciones altivas que distinguen al club de Zurbano. Y la mejor versión del Baskonia acaba de rematar el desafío. Suceda lo que ocurra desde la próxima semana, ya puede pavonearse de mirar por encima del hombro al mismo oponente de ayer, al Efes, al Milán o al Valencia. Un éxito. El remate a una campaña continental más que notable.
El mariscal pedía la víspera un partido a setenta puntos, cauce estrecho por el que han de discurrir las citas serias según su forma de entender los duelos. Y logró que el grupo de Luca Banchi no alcanzase los 79 que promedia esta temporada. Para ello imploraba la agresividad defensiva que, efectivamente, le depararon sus obedientes soldados. Y también el reconocimiento de las señas identitarias adelante de un conjunto que hiere a la carrera y sufre más con el tablero de ajedrez doblado por la mitad.
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Pronto desveló el cuadro vitoriano que su imagen no guardaba relación alguna con la claudicante del martes. Aceptó un partido sobrio frente a un rival de veteranos que conocen la manera de mantenerse en la riña. La noche arrancó con un formidable pulso anotador entre Sedekerskis y Belinelli, puro compromiso local contra el talento de un jugador venerable. A ellos se les unieron más adelante el trío exterior del grupo italiano (Lundberg, Hackett y Cordinier) y las aportaciones imprescindibles para el bando azulgrana de Howard y el implicadísimo Costello, un seguro de vida en las noches selladas con el impuesto del valor añadido.
Irreprochable la seriedad de los dos equipos hasta el descanso, concentrados ambos en la tarea de no perder pie y estirar la pugna hasta el final. Empate basado en la labor defensiva vitoriana, que le procuraba diez tiros más como consecuencia de las recuperaciones y otras pérdidas menos forzadas de su rival. Meritoria labor de contención a falta de esa chispa en ataque que quema a tantos rivales en la hoguera prendida de Zurbano.
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Hasta que apareció McIntyre, cerilla en mano, y el Fernando Buesa Arena reverberó con los estremecedores aullidos del lobo. El Virtus había evitado en la medida de lo posible las carreras con las que el equipo azulgrana transforma el parqué en el tartán que acoge las pruebas atléticas de velocidad. De pronto, en una de esas erupciones volcánicas que arrojan lava sobre el contrario, el Baskonia abrió ríos de fuego. El 63-47 del minuto 28 acercaba el desenlace feliz que se venía intuyendo por la convicción de un grupo creyente en sí mismo.
A las transiciones de McIntyre, plenas de verticalidad y potencia, se unió ese estado transitorio por el que Howard levita y revienta la moral del oponente. Con la brecha abierta a favor del conjunto local, sólo Shengelia mostró la rebeldía del líder que es. Insuficiente ya para discutir el triunfo a la versión más rotunda del Baskonia. La que le permite colarse en el selecto club de los ochos mejores tras otra de esas veladas que nutren la fértil leyenda de Zurbano.
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