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Baskonia 75-73 Panathinaikos
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Baskonia 75-73 Panathinaikos
Miller-McIntyre hereda el don del desapercibido VildozaNunn estaba llamado a ser el rey de un mundo de ciegos como fue durante tantos minutos el Baskonia-Panathinaikos. En realidad, el estadounidense del cuadro griego fue prácticamente el único que vio con sus dos ojos durante la mayoría del choque. Mientras era una sucesión de errores, lanzamientos liberados fallados y descontrol, él fue el único que respondió con consistencia. La ceguera, al igual que en el ensayo de Saramago, se impuso durante demasiado tiempo; sobre todo, en el bando vitoriano. El velo blanco se instaló sobre los ojos del bloque local, con especial incidencia en sus exteriores. Uno de ellos, Miller-McIntyre. Al final del tercer cuarto llevaba ocho puntos pero, sobre todo, cuatro delicadísimas faltas. Caminaba sobre el filo. Pero fue el que decidió el encuentro con otra canasta épica como la del Pireo. Su particular epopeya griega.
La necesidad de preservar a Miller-McIntyre por las faltas abrió la puerta del quinteto a Chiozza. Era imprescindible que el estadounidense, que al no ejercer el club el derecho de corte de su contrato se quedará en plantilla, sumara lo que su compañero no podría. Apenas participó de la anotación, pero el poso que dejó no fue malo. Buscó a sus compañeros, se le vio más entonado y fue parte de algunos de los quintetos finales que llevaron a la remontada. Que no es poco.
El encuentro también se planteaba también como un cara a cara entre el pasado y el presente azulgrana. Entre la batuta que sostuvo Vildoza -y que dio al equipo vitoriano su última liga con otra canasta histórica- y la que ahora maneja Miller-McIntyre. El argentino volvía por segunda vez al Buesa, pero por primera se vistió de corto. El curso pasado visitó Vitoria en las filas del Estrella Roja, al que había llegado unas horas antes. Ese escaso margen le impidió debutar.
Este miércoles sí que lo hizo. Su nombre sonó por la megafonía y el recibimiento resultó gris. Reinó la indiferencia entre los pitos, que los hubo, y los aplausos, que también. Sin terminar de quedar claro cuál mandó sobre el otro. La misma indiferencia que se vio sobre el parqué. Vildoza salió de inicio, jugó cuatro minutos sin anotar, tuvo cierta presencia en el final del tercer cuarto -ahí anotó su único punto- y volvió a desaparecer. Nadie se acordó de él. Los ojos estaban puestos en el presente azulgrana, que volvió a sonreír en otra gran noche. Ahora el don de la épica es suyo.
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