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Adrián Ruiz de Azúa Jiménez (18 años, Vitoria) nació con una parálisis cerebral y una pasión desconocida. A los 6 años, su padre comenzó ... a llevarle al Buesa Arena a ver partidos de baloncesto. Su hijo tenía pavor a los ruidos. Cualquier estruendo le atemorizaba. «Sumergirme poco a poco en estos ambientes me podía venir bien», recuerda el joven. Los choques del Baskonia se fueron sucediendo ante la atenta mirada del vitoriano, en silla de ruedas y bien protegido por los cascos antirruido.
Siempre en primera fila, quedó cautivado por el deporte de la canasta, el equipo de su ciudad y la energía que le generaba cada día que acudía al recinto de Zurbano. Pasaron las temporadas, más o menos exitosas, y el ruido cada vez era más una curiosidad que una amenaza. «Hubo ya un momento que dije, 'mira, me los quito'. Quería ver cómo era el ambiente completo y me encantó la experiencia. Fue muy bonita y me sentí muy bien», relata. Ruiz de Azúa no recuerda muy bien ni el partido concreto ni la edad. «Tenía que tener 12 o 13 años». Pero guarda para sí una sensación única e imborrable.
Pese al fallecimiento de su padre, la sonrisa se le fija en la cara cada vez que enfila Portal de Zurbano y atisba al fondo el Buesa Arena. La pandemia del coronavirus le desató un nuevo temor. «Pensé que no iba a volver a ver baloncesto igual», expresa con brillo en los ojos, en memoria de lo básico que resultó aquella vuelta a la normalidad. Este martes, ha sido él quien ha tirado de sus cuatro amigos para ver el entrenamiento de puertas abiertas y transmitir su fuerza al equipo de Laso. «Creo que este año nos llevamos un título, por lo menos». Y no se refiere a la Euskal Kopa.
Situado en una de las primeras posiciones de la fila que se organizó antes de entrar al entrenamiento, la bolsa de algodón con una cara sonriente que cuelga de uno de los reposabrazos de la silla de ruedas podría ser un reflejo del rostro de Adrián. En el interior de la 'tote bag' lleva una camiseta verde del Baskonia de hace dos temporadas. «La traigo con la ilusión de, además de las firmas, de traernos algún título este año», se reafirma.
Su optimismo es digno de elogio. «La temporada tiene mala pinta, con entrenador nuevo y así, pero confío en el equipo. Son buenos jugadores», ratifica. Su apoyo incondicional enseguida se ve correspondido por la plantilla de Laso. Nada más terminó la sesión de entrenamiento, muchos se acercaron a su posición. Y Adrián, feliz, no tiene preferencias. «Tengo mogollón de favoritos. »Me encanta Khalifa (Diop) y Cabarrot. Howard me gusta, aunque no está tan atinado como los otros años, pero sigue siendo bueno«, defiende.
Donta Hall es uno de los que más se para a hablar con él. La complicidad fluye entre ellos. «Me defiendo muy bien con los idiomas», apuntaba el vitoriano, con la bufanda anudada al cuello y el semblante fascinado. Moneke acababa de sacar a uno de sus amigos a la pista a jugar con él. Y en el primer lanzamiento que intenta, clavó un triple. Pura felicidad para ambos. El baskonismo no es solo sufrimiento. También sana.
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