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Siderurgia baskonista para liquidar el derbiDoce minutos tardó el Baskonia en mandar las contemplaciones al desván donde se apilan los objetos inservibles. En ese momento el Bilbao Basket de renovada plantilla y ciertas hechuras mandaba en el marcador (18-23) y regía las sensaciones para nutrir las tempranas dudas existenciales ... azulgranas. Un asunto lógico es confiar en los dones sobrenaturales de Howard para desatascar el fregadero con sus manos bendecidas y otro que sólo hallase la cooperación necesaria de Sedekerskis en un comienzo blando, titubeante y azaroso.
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Iván Benito
Renfroe superaba en las labores directivas a un McIntyre a más -como todo el equipo vitoriano- y Hlinason enviaba al rincón de las discusiones estériles la importancia o no del tamaño. Que en baloncesto, y muy cerca de los aros, sí que importa, desde luego. El islandés interminable atacaba cada rebote, ensuciaba todos los balones aéros divididos y ceñía una camisa de fuerza al cuerpo de un adversario que necesita galopar para sentirse libre. Porque sin pelota que recoger bajo el tablero propio o a falta de recuperaciones no se conoce el paraíso del vértigo y la velocidad.
Baskonia
(18+22+27+25): Miller-McIntyre (9), Howard (16), Sedekerskis (7), Costello (4) y Diop (10) -cinco inicial-, Mannion (3), Raieste (-), Rogkavopoulos (13), Marinkovic (11), Díez (-), Kotsar (5) y Moneke (14).
92
-
72
Bilbao Basket
(20+11+16+25): Renfroe (3), Adam Smith (11), Rabaseda (4), Tsalmpouris (-) y Hlinason (13) -cinco inicial-; Pantzar (-), Kullamae (12), Alex Reyes (9), Andersson (8), Killeya-Jones (9) y De Ridder (3).
Árbitros: Jordi Aliaga, Javier Torres y Jorge Martínez. Sin eliminados.
Incidencias: Partido correspondiente a la tercera jornada de la Liga Endesa en el Fernando Buesa Arena de Vitoria ante 15.504 espectadores, sin entradas. Durante el descanso actuó Juan Magán y tras el encuentro se sumaron Maldita Nerea y Vicco.
Tras el fiasco rotundo de Murcia y el preocupante arranque ayer algo debía de cambiar el cuadro alavés para revertir el fatalismo. Y vaya que sí lo hizo. A lo grande, además, mediante sones de percusión rotunda en una tarde de conciertos ante una platea repleta. No se trata de que al bloque de Joan Peñarroya le llegara la divinidad a ver. Más bien se ajustó el mono de trabajo, entró en la siderurgia y desguazó el derbi desde el empeño, el compromiso y el sudor. Traduzcan estos términos con el diccionario del baloncesto a una defensa feroz. La que aplicó un Baskonia febril antes de que el duelo alcanzase el primer tercio para transformar los rostros graves de pasillo de hospital en una fiesta febril con el rock potente que resuena en los oídos.
El equipo azulgrana tiene memoria histórica y revisando su carácter volvió a reconocerse ante el espejo. Nada como procurar mordiscos y correr hasta recobrar los signos identitarios. De pronto el temoroso dueño de la casa se transformó en un anfitrión arisco, de mirada seca y sonidos guturales como respuesta. Puro arrebato defensivo a cargo de un quinteto al que el técnico de Terrassa ya puede recurrir en el futuro. Junto al islote Howard con licencia para matar (deportivamente, claro) la confluencia de McIntyre, el capitán lituano nada sospechoso a la hora de entregar hasta el alma y los nuevos fichajes interiores. Porque si a la hiperactividad hay que dibujarle un rostro carnal aparece el retrato-robot de Moneke, el efervescente hombre de las gafas y el pelo imposible. Manos grupales como aspas de molino eólico, fuego donde se consumía el vecino en el derbi.
El equipo vitoriano solventó sus problemas iniciales en la generación de juego, recurrentes en los albores de la temporada, impulsándose desde el trampolín clavado al parqué atrás. Se soltó el corsé de golpe para convertir el paseo aburrido del jubilado en el tartán donde galopan los atletas. La máquina detenida en la planta siderúrgica recuperó de pronto la actividad y el ruido ensordecedor que mina la compostura del visitante hasta desfigurarlo. Nada como comprobar de nuevo la plena actividad industrial para que cada trabajador se sienta a gusto y asuma que hay mimbres con los que armar el cesto. Incluso a la espera del decimotercer pasajero.
La cita vecinal sirvió para entender que el conjunto alavés recuerda los mejores pasajes de la campaña anterior. Le falta la célebre bacanal adelante del curso pasado, pero ya vuelve a liquidar rivales en su chimenea chisporreante del hogar. Era tal la progresión geométrica de la tunda a la que se apuntaron Rogkavopolos y Marinkovic que el 81-53 del minuto 35 sellaba un parcial demoledor de 63-30 desde la mayor ventaja vizcaína.
Eso sí, fue ver cómo el hombre del saco (Moneke) enfilaba el banquillo para que el Bilbao Basket abriese el estuche de los cosméticos (84-68, minuto 38). Algo que disgustó sobremanera a Peñarroya, quien prefiere acudir a la batalla sólo con las pinturas propias de la guerra.
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