Historias gráficas | Markus Howard

El aura del ángel exterminador

La teoría dice que 179 centímetros no es la altura ideal para el baloncesto profesional. La historia enseña que hay excepciones de sobra a esta máxima y Markus Howard es una más de ellas. El anotador más letal del Baskonia agiganta su figura sobre la cancha con un estilo explosivo que dota al juego azulgrana de una firma genuina.

C. Pérez de Arrilucea (Texto) y Rafa Gutiérrez (Fotos)

Jueves, 16 de febrero 2023, 11:47

Markus Howard se ha convertido en uno de los grandes hallazgos de la temporada baskonista. Su baloncesto nace de la habilidad y la fe. Es el abrazo del talento natural con la convicción a la hora de superar las limitaciones físicas de una talla menuda ... para la práctica del baloncesto profesional. Desde sus 179 centímetros de altura, este juego de gigantes se ve con el espíritu de un David que apunta con su honda desde cualquier distancia.

Publicidad

Sentarse en el banquillo da pie a la distensión. Se relajan los músculos y asoma la sonrisa. Mirada afable, gesto de complicidad con el compañero a la espera de una orden que le lleve a la mesa de cambios. Su territorio es la cancha de juego, pero Markus Howard no necesita demasiados minutos para romper un partido.

El número cero que luce Howard le coloca en primer lugar de cada presentación. Luces apagadas y un momento de comunión. Choque de manos con los compañeros y la piña colectiva que siempre prologa la batalla.

El baloncesto puede que sea el más egoísta de los deportes colectivos. Un buen conocedor del juego dijo en una ocasión que al profesional de baloncesto solo le importan sus estadísticas y su tiempo en cancha. Sin embargo, el hombro del compañero siempre está ahí. Incluso cuando se apagan las luces del Buesa Arena y suenan los nombres de los ídolos por megafonía.

Publicidad

La piel del jugador es un libro abierto. El dibujo del Yin y el Yang se perfila en sus manos. Las fuerzas opuestas que buscan encauzar la energía hacia el juego.

La pausa del juego permite descubrir el rostro de concentración de Howard. Por un momento, la faz del baloncestista emula al retrato del Jesucristo coronado de espinas tatuado en su brazo.

Publicidad

El momento de calma introspectiva no dura demasiado en un juego de vértigo constante. El balón cae en manos de Howard y comienza la cacería. Es el jugador perseguido por las defensas rivales. Debe ser acorralado, tiene que perder el bote y ver con niebla cada línea de pase. Pero sobre todo, ha de ser anulado como ángel exterminador. Los puntos deben ser arrebatados de sus manos.

Los anotadores de le estirpe de Howard convierten el balón en un objeto de malabar. Lo muestran y lo esconden para convertirlo en una esfera imposible de atrapar para el defensor. El bote siempre bajo, las manos hábiles y rápidas mientras el cerebro gobierna un cuerpo que zigzaguea en busca de un espacio de ventaja, un compañero liberado o un lanzamiento cómodo.

Publicidad

La piel vuelve a convertirse en plataforma de lectura. Resurge la corona de espinas y se confirman las convicciones religiosas de un jugador de perfil austero. Lector bíblico y hombre de Dios, releva en otro tatuaje el plan del Señor, que desea la prosperidad de sus siervos y deja a un lado la ira que daña y arrasa con todo. Es el Dios que regala a su rebaño prosperidad y un futuro.

El mismo deporte que hace uso de las manos para lanzar a canasta termina por convertirse en un juego de pies. En este punto, se emparenta con el baile y la música. Cualquier género puede sonar en un partido de baloncesto,  De los pies nacen los cambios de ritmo, la síncopa que termina por engañar al rival y abre el camino de la canasta.

Publicidad

El juego llega a otro receso y el cuerpo busca apoyos para liberar adrenalina y quizás una fracción de segundo para meditar sobre el siguiente movimiento, la situación del marcador, el reloj de posesión o las órdenes que da desde la banda aquel tipo vestido con traje que intenta tener todas las soluciones.

Al final, el baloncesto es patrimonio del jugador. La cabeza vuelve a alzarse orgullosa, porque la modestia no suele ser buena compañera dentro de una cancha. El balón volverá a las manos de Howard, sus pies harán sonar de nuevo la canción de la que se ha enamorado perdidamente el baskonismo esta temporada.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad