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Ahora que Mourinho parece que rechaza el apodo con el que se autoproclamó, bien se puede considerar 'The Special One' a Ergin Ataman. Procedentes de diferentes deportes, pero igual de controvertidos. Aunque carreras cruzadas. Al portugués le llegó antes el éxito que las críticas. No ... era nadie y se convirtió en todo. Al turco ni siquiera le ha valido ganar la Euroliga para convencer a los que recelan de su pizarra y rotación de banquillo. «Gané el título», les recuerda el extravagante técnico del Efes, que nació con padrino y se ha convertido en uno de los protagonistas imprescindibles del baloncesto europeo con una actitud maquiavélica. El malo de la película, el que sostiene la trama.
Sus ansias de victoria son su seña de identidad. El motor de su carrera como entrenador. Por cada uno de sus títulos, 23, guarda dos polémicas. De las más fuertes, llamar «terroristas» a los aficionados del Estrella Roja después de que uno de ellos fuera asesinado en una pelea contra ultras del Galatasaray en 2014. Solo guarda las apariencias con su look noventero. El ejemplo, en la mayoría de ocasiones, de cómo no ser ejemplo dentro de una pista de baloncesto.
A cualquier deportista le enseñan que tiene que abstraerse de los comentarios del público. Y ahí estaba Ataman, desafiando desde el parqué del Buesa Arena a toda una afición del Fenerbahce, que no se cansa de insultarle. Tampoco en aquella Final Four de Vitoria, la primera en la historia del Efes. Pero su leyenda viene de lejos.
La última y probablemente la única vez que el preparador turco de 56 años se rindió fue en 1996. Ahí desistió en su carrera como jugador. Se veía inferior físicamente y decidió igualar las condiciones desde los banquillos. El éxito le llegó enseguida. En el 97 ganó la Supercopa con el Turk Telekom de Ankara. Después pasó unos meses en la Universidad de Stanford en la temporada 98-99 para aprender ese inglés tan particular con el que lleva dos semanas proclamando «stop the war», pero su sitio estaba en Estambul.
Esta es su tercera etapa en el Efes, antes estuvo en el Ulker, Besiktas y Galatasaray y solo ha abandonado su país natal para hacer dos incursiones en Italia: Montepaschi Siena, con quién ganó la Recopa en 2002 y debutó en la Euroliga alcanzando la Final Four, y Fortitudo Bolonia. Todo provocado por su vínculo con el país transalpino, origen de una empresa textil familiar en expansión gracias a sus buenos contactos. Su abuelo fue ministro de guerra y tiene una gran relación con Erdogan, el Presidente de la República. Entre los dos, convencieron a Larkin para que se nacionalizara y lograron que la Final Four de Colonia se emitiera en abierto para toda la población turca.
Detrás de él siempre está su hijo. «Es un niño diferente». Sarp Ataman tiene 12 años y es una parte no remunerada de su cuerpo técnico. Se le ve más en el Sinan Erdem que en el colegio, siempre con su primera equipación oficial y el 0 de Larkin. El técnico reconoció que fue su pequeño descendiente el que le recomendó ir a cenar un día con él tras un mal partido y le aconsejó bajar a cenar con la expedición después de que el curso pasado el Real Madrid empatara la eliminatoria de play off. Su lado racional.
Fruto de un matrimonio anterior, tiene dos hijas estudiando en Miami y un puñado de portadas en la prensa del corazón otomana. Se dice que hasta una amante le quemó el coche. Fuera de la pista se le considera un tipo persuasivo, que convence a jugadores y presidentes para imponer su criterio, y tranquilo, aunque esto último no lo atestigua su huella por las redes sociales. Como si de un rebote se tratara, entraba en todas las disputas y tuvo que acabar eliminando sus cuentas de Twitter e Instagram para relajar su mente.
Sus adversarios están muy marcados. Enes Kanter (oponente público del presidente Erdogan), Xavi Pascual (le ha ganado en doce de sus trece enfrentamientos) y los árbitros. Lamonica el primero. Hasta siete técnicas le han pitado en lo que va de curso, igualado con Jasikevicius y Trinchieri. Es su forma de activar a sus jugadores cuando están siendo superados. Cuando no funciona su estilo de abrir las defensas con los interiores y atacar los espacios con agresividad con su línea exterior de muchos quilates. Así ganó la Euroliga y así echa de menos a Sanli, al que perdona pero no olvida su marcha.
El título de campeón de Europa, junto con el de entrenador del año, es el que le ha transportado a otra dimensión. A mirar a la NBA como única opción de abandonar un Efes al que con un par de fichajes vería capaz de competir por los play offs. Su gestión del vestuario, dotar a los jugadores de la misma libertad que responsabilidad (pocas veces hace autocrítica), también le ha jugado alguna mala pasada. A Rakocevic le mandó a correr a un bosque a las siete de la mañana y por poco no lo cuenta tras ser atacado por unos perros salvajes. Tras una derrota contra el Panathinaikos, a Micic y a Larkin les acusó de «falta de profesionalidad» por ser tan buenos y jugar tan mal. Ambos le han terminado adorando después de cuatro años, lo mismo que el exbaskonista Carlos Arroyo, su jugador fetiche.
Juntos levantaron la Eurochallenge en 2012, cuando Ataman dejó su primera polémica en España. No le gustó el arbitraje ni el trato en Fuenlabrada, y pidió «venganza». Perdió esa batalla, pero ganó el título. Las canchas del Gran Canaria y Barcelona tampoco le gustan. En ellas dice que hace mucho calor, y se calienta. Vaya que si se calienta. Especialmente en el Palau, donde ya ha sido dos veces expulsado y mostrado todo su temperamento. En la última montó un buen bochorno. No le importa. Alza los brazos y reivindica. «Soy el campeón». Irónico, satírico, poco convencional e inconformista, es uno de los protagonistas de la Euroliga. El villano inprescindible. 'The Special One'.
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