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A ciertos aficionados al baloncesto, la NBA se les debe de aparecer como la bruja maléfica de un cuento indigesto para la infancia. No hace falta viajar mucho -apenas 350 kilómetros de aquí- para recabar las interjecciones malsonantes de la hinchada madridista, que asistió al ... progresivo desmantelamiento del andamio blanco con los viajes transoceánicos consecutivos de Campazzo y Deck. Y cuando aún nos sorprendían esas despedidas argentinas 'a la francesa' y en marcha resulta que el 5 de mayo repicaban en Vitoria las campanadas fúnebres. Desde la vertiente deportiva, por supuesto, que no se trata de llorar pérdidas irresolubles que sólo se identifican con la muerte sin retorno. Resulta que Vildoza, el autor de 'la canasta' a pase de Polonara en la burbuja levantina que deparó la última ACB al Baskonia, emprendía el vuelo a Nueva York. Concretamente a la confluencia de la Séptima Avenida con la calle 32, sitio que la versión 'Maps' de Google identifica con el Madison Square Garden. Nada menos.
Tiempo atrás, la mejor Liga profesional del mundo guardaba aún las formas del caballero impecable o la dama educada. Me refiero a que mantenía la paciencia necesaria para pescar en las aguas calmas o los ríos revueltos de Europa después de que las campañas oficiales cortasen sus cupones. Hasta que la patronal norteamericana levantó la veda y entró a saco o sin miramientos en horas intempestivas para satisfacer sus deseos. Y entonces, a un mes de concluir la campaña que dejó al club vitoriano varado en la playa de los cuartos, los Knicks pidieron la cuenta que debía el marplatense en Betoño y enviaron los billetes de avión con destino a la Gran Manzana a una de las últimas perlas argentinas que cultivaba el Baskonia en su húmedo vivero de Salburua.
Marchó Luca a la ciudad que nunca duerme, según 'la voz' de Sinatra, y dejó al cuadro azulgrana relativamente descompuesto. Aquí cabe la tentación de recordar el viejo axioma sobre la prevalencia del huevo o el anticipo de la gallina. Y aludo a que si la dolencia física que invocaba el protagonista en primavera suponía la causa o la consecuencia de su prematura salida. Sí se sabe, sin necesidad de que lo comente Dusko, que al mariscal le sentó como una falta antideportiva –una manera de hablar– la renuncia del jugador a arrimar el ascua a la sardina colectiva. Tal vez no entraba en la mente del técnico que un argentino, con todo lo que semejante nacionalidad representa al máximo nivel competencial, atornillara –con o sin motivos– sus posaderas al banquillo con el chándal puesto.
El traspaso de Vildoza a Nueva York cuando la fase regular de la ACB ya veía la meta al final de la recta representó el agur a un base de la escuela moderna. Me refiero a ese combo entre las demarcaciones de 'uno' y 'dos' que lo mismo fríe un huevo (distribuir a los compañeros) que repara un descosido (anotación propia según el lema de Juan Palomo, el tipo que comía cuanto guisaba). Y el anuncio de un relevo total anunciado. A su despedida sin acabar la campaña se unía la firme sensación de que la muy probable marcha de Henry obligara a una remodelación completa de los directores de orquesta. Y así ha ocurrido durante el verano.
El club se trajo de vuelta a lo bueno conocido, ese Granger a quien el calvario de las lesiones impidió rendir como sabe, y firmó a uno de los bases reveladores en la Euroliga. Escribo de Baldwin, que aún mantiene pulsada la tecla del 'stand bye' con la batuta en la mano. O sea, lo óptimo por descubrir. Y cierto es que el cuadro azulgrana paga el peaje, nueve partidos oficiales mediante, de un puesto todavía por asentar. Recordamos a Henry como ese artista abstracto que ni siquiera él mismo acertaba a explicar cuanto pretendía con el pincel en la mano, ayuno como era de una red bajo el trapecio, y asistimos al segundo capítulo de un pintor figurativo como el uruguayo. Sin olvidar los cuadros híbridos del marplatense a quien el corte neoyorquino deja el futuro prendido del alambre.
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