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Todavía resuenan en nuestros oídos los ecos de quien animaba, micrófono en mano, el reciente desenlace del Ironman a las puertas del Ayuntamiento. Y resulta que la nutrida afición alavesa al juego de la canasta ya prepara toallas con las que aliviar los sudores de ... un calendario abrumador. El que nos acecha cada año desde que el club vitoriano comparte cubertería junto a la aristocracia del continente. Hasta el punto de que sólo la Santísima Trinidad -Baskonia, Barça y Olympiacos- afrontarán desde octubre las bodas de plata en su fértil idilio con el torneo.
Sesenta y ocho partidos (ACB y Euroliga) garantizados ocurra lo que suceda entre finales de septiembre y ojalá que las fechas más tardías de junio. El mínimo común denominador para una entidad, la azulgrana, obligada a participar en unos cuantos compromisos más. Dentro de las oficinas de Zurbano y también en el sentimiento de la hinchada resulta difícilmente asumible otro petardazo doméstico como el del curso anterior.
El código genético baskonista implica citas de 'play off' y vivir la efervescencia de la Copa. Sí, ese trofeo con seis réplicas en las vitrinas de Zurbano y del que no se tienen noticias desde el ya remoto 2009. Además, los neumáticos pinchados implican la incomparecencia a la Supercopa, muesca que rascó el Baskonia entre 2005 y 2008 como si mantuviera semejante título en el registro de su propiedad.
¿Recuerdan cuando veíamos desde aquí la NBA como una sucesión de noches encadenadas y febriles? Ochenta y dos partidos nos parecían una barbaridad al cuadrado y ahora es el número al que se va un conjunto perfumado por las fragancias triunfales. Nos parecía casi inconcebible aquello de dos citas a la semana hasta que se programan tres con viajes incluidos a Estambul, que canta Serrat en su espléndido himno al Mediterráneo.
Entre tanta frecuencia cardíaca alborotada, el calendario abre dos ventanas con las que facilitar la respiración. Una en noviembre y otra en febrero para los compromisos de las selecciones nacionales. Pero salvo esas dos bombonas de oxígeno, el baloncesto continental de altísimo nivel se ajusta al tiempo que dura un embarazo humano entre octubre y junio. Un período agotador.
Ya se conocen las fechas europeas que incrementarán los niveles de adrenalina para ciertos componentes del equipo vitoriano y su parroquia. La primera jornada depara el retorno de Marinkovic a la casa donde vivió tres años como inquilino. La cuarta llevará por unas horas a Luwawu-Cabarrot a Villeurbanne. A primeros de diciembre regresará Pablo Laso a Múnich, y, a finales de enero, el Buesa Arena ovacionará a Joan Peñarroya, el técnico de las noches antológicas que no quedaron rematadas por el éxito.
Gestar la criatura -al menos para Real Madrid, Barça y Baskonia- implica cuidados. ¿Cómo? En forma de nóminas extensas para soportar el enorme peso de la ley canchera. Y a través de dosificar esfuerzos dentro de un deporte cada vez más físico donde se exige a los protagonistas que se escurran como bayetas.
Ya entendemos por aquí que resulta casi una ensoñación el hecho de tutear a transatlánticos que descartan tripulantes cada noche. Pero el club azulgrana necesita estirar la cuerda más allá del octavo pasajero para no perder sitio en la cubierta. Al menos hasta la hora en la que se cantan las verdades y los técnicos encogen las plantillas hasta encomendarse a sus guardias pretorianas.
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