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Aritz Aduriz nos ha dicho adiós. Ha preferido anticipar un año el anuncio de su despedida, evitar las especulaciones sobre su persona y su futuro que, sin duda, hubieran proliferado a lo largo del curso de mantenerse la incertidumbre respecto a su decisión. Su anuncio ... ha sido el último servicio que ha prestado al club fuera del terreno de juego. Todavía le quedan cosas que decir sobre el césped, pero esa será otra historia que iremos conociendo a lo largo de los próximos meses.
Se va un futbolista de la vieja escuela, un profesional que siempre ha practicado una virtud que hace tiempo que ha pasado de moda en el fútbol: la lealtad. Se va un jugador antiguo, y no me refiero a la edad; hablo de un referente al que no le hace falta besar el escudo en público para demostrar su fidelidad a la institución.
En estos tiempos de futbolistas de piel más fina que la de la princesa del guisante, que se sienten agraviados por una simple mirada y que siempre tienen la maleta preparada para largarse con viento fresco al equipo de su vida de turno, se agradece que todavía queden tipos de una pieza como Aritz Aduriz, uno de esos de los que entran pocos en la docena.
Si ha habido un futbolista que ha tenido motivos para sentirse agraviado, éste es Aduriz. No ha sido precisamente un camino de rosas el que ha recorrido en el Athletic, aunque ahora que está llegando a la meta todo sean parabienes y aleluyas. Por si hubiera algún desmemoriado, conviene recordar que el club le descartó dos veces, y él regresó otras tantas y no en cualquier situación, sino a sacar del agua tirándole de los pelos a un equipo que se hundía, y a taponar el boquete abierto en la línea de flotación de la identidad del Athletic, unos años después.
Tres partidos de Liga y uno de Copa fueron toda la oportunidad que le concedieron cuando llegó al primer equipo hace diecisiete años alternando con su tercera temporada en el Bilbao Athletic. Ezquerro, Urzaiz y Joseba Etxeberria formaban entonces la nómina de delanteros y Aduriz tuvo que irse a un Burgos en plena decadencia en Segunda B. Le bastó un año para llamar la atención de un Valladolid entonces un escalón por encima. Sus goles en Pucela, y la penosa situación del Athletic, en el primer año de su bienio negro, coincidieron para que le reclamaran de urgencia en el mercado de invierno. Regresó sin dudarlo y sus goles fueron decisivos para la salvación. Por cierto, en la nómina de delanteros seguían estando los tres que había dejado cuando le enviaron al Burgos.
En agradecimiento a los servicios prestados, dos años después le tocó salir de nuevo, esta vez a Mallorca, porque el club necesitaba dinero y empezaba a despuntar un tal Llorente. Otra vez Aduriz progresó a base de goles y del Mallorca dio el salto al Valencia. Dos temporadas después, cuando la salida de Llorente empezaba a ser algo más que una sospecha, el Athletic reclamó de nuevo sus servicios, y regresó con la misma discreción y sin hacer ruido.
Lo que sigue no hace falta recordarlo porque lo tenemos muy fresco. Sus cinco goles al Genk en aquel memorable partido de la Europa League, los cuatro que le hizo al Barcelona en la doble cita de la Supercopa, su liderazgo y tantos y tantos goles decisivos en las circunstancias más diversas, están ya en el libro de oro del Athletic.
Cuando dentro de unos meses pase la última página, el nombre de Aritz Aduriz se imprimirá en el capítulo de los grandes mitos rojiblancos con todo el merecimiento. Es un león contra viento y marea.
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