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El Villarreal aguantó media hora en San Mamés. El tiempo que necesitó el Athletic para darse cuenta de que lo que menos le convenía era seguir el ritmo de minué que proponían los de Quique Setién. Pasito a la derecha, pasito a la izquierda, media ... vuelta y volvemos a empezar. El Villarreal se gustaba a paso lento, marcando los tiempos sin prisa y con estilo mientras el Athletic era un bailarín torpe que se pisaba los pies y tropezaba una y otra vez sin ritmo ni gracia. El balón ni lo olía, claro y el público se impacientaba con algunas torpezas de los suyos y porque empezaba a arrepentirse de no haberse quedado en casa de siesta para acudir a San Mamés a presenciar tan pobre espectáculo.
Afortunadamente el Athletic despertó a tiempo y le dio al play para que se empezara a escuchar su propia música en la pista de baile. La cosa coincidió prácticamente con la salida del lesionado Lo Celso, que hasta entonces había estado ejerciendo de maestro de ceremonias con Parejo. El Villarreal perdió el balón, el Athletic recuperó el pulso, y el rock and roll empezó a sonar en San Mamés. Fuertecillo primero, atronador después del descanso. Sancet se activó, Raúl empezó a robar cerca del área contraria y el Villarreal crujió.
El Athletic consiguió acabar este negro mes de octubre con una sonrisa de oreja a oreja. Necesitaba el equipo rencontrarse con la victoria después de un mes sin conocerla, y lo logró gracias a que supo poner en valor todas sus virtudes, sin desfallecer y sin perder la compostura cuando las cosas le estaban yendo regular durante los primeros compases.
Fue una cuestión de ritmo y de fe, dos virtudes de las que este Athletic anda sobrado. Podrá jugar peor o mejor, ser más o menos preciso en situaciones determinantes, pero casi siempre ofrece lo que se espera de él. Hay excepciones, claro, como la del Camp Nou de la semana pasada, y entonces a este equipo se le ven todas las vergüenzas, pero cuando se mantiene fiel a su personalidad, se convierte en una máquina muy complicada de parar.
Fue una lástima que al Athletic le volviera a faltar puntería o acierto a la hora de tomar una decisión en los últimos metros. Dispuso de media docena de llegadas, algunas prácticamente de las de empujar, que hubieran llevado al marcador su incuestionable superioridad sobre el césped. Pero ni Raúl, ni los Williams, Iñaki acabó fundido después de kilómetros de sprint, ni Vencedor estuvieron finos a la hora de definir, hasta el punto de que podríamos decir que el gol fue un acierto excepcional en aquel festival de ocasiones falladas.
El partido ante el Villarreal examinaba algo más profundo que la capacidad de generar fútbol del Athletic. Ponía sobre el tapete la fortaleza de este equipo para sobreponerse a una derrota que había echado por tierra el prestigio ganado hasta entonces, y para reconducir una racha de resultados negativos que empezaba a hacerse demasiado larga. El propio Valverde había alertado la víspera de la trascendencia del choque porque un nuevo tropiezo cuestionaba el porvenir de un equipo que ya veía muy lejanos los días de vino y rosas de septiembre.
Afortunadamente, el Athletic supo responder a la responsabilidad y aunque le costó y sufrió lo suyo en el arranque, acabó pasando por encima de un rival desbordado por la avalancha. El marcador se quedó cortó, muy corto, pero los tres puntos se quedaron en casa, que era lo que importaba y, sobre todo, el equipo recuperó la autoestima que se quedó hecha jirones hace siete días.
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