El recuerdo de hace 40 años es algo borroso, como las fotos que hicimos aquella tarde de mayo del 84. Tenía 5 años, estaba en brazos de mi padre, en el balcón de casa, un primer piso de La Ribera de Deusto donde siguen viviendo. ... Entonces era un barrio en declive asomado a una ría maloliente del que casi todo el mundo se quería marchar. Hoy isla, le llaman el Manhattan bilbaíno, y los pisos nuevos que se levantan al ritmo de una planta por semana se venden por medio millón de euros.
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Este jueves, desde ese mismo balcón familiar donde soy yo la que ahora sujeto en brazos a mis hijos, veo a gente a la que no conozco pelearse por medio metro de petril. Suele estar vacío, pero hoy se queda pequeño. Plantan un bolso, una bandera... un DJ. Temíamos una avalancha de gente, una invasión. Temíamos bien. Tal vez sean esos nuevos vecinos que vamos a tener (ahora somos poco más de 300 pero se prevé que en unos años seamos 15.000) y que han venido para ver la gabarra de cerca. Cerquísima, porque en este tramo entre La Ribera y Olabeaga el cauce se estrecha. A juzgar por la cantidad de banderas rojiblancas que adornan las ventanas, los ribereños ganamos en afición a los vecinos 'noruegos'. Siempre ha habido cierta rivalidad. Y nos apuntamos el tanto.
El miércoles por la mañana ya había una acampada de furgonetas en la punta de la isla para asegurarse la primera fila. Más acá, los vecinos habían reservado veinte metros de murete con una cinta, «como cuando plantan la toalla en Benidorm». «Solo falta que vivamos aquí y no podamos verlo». Pues eso... solo faltaba.
A mí me dejan encargada de vigilar que nadie les quite el sitio. A las nueve de la mañana ya estoy en la ventana. Veo a unas chicas con maletas y camisetas del Athletic, pero pasan de largo. Mando un mensaje al grupo de WhatsApp: «Todo en orden, de momento no hay nadie». A las doce ya empieza a complicarse la cosa. Así que ponen una valla, cinco sillas... A la una no hay valla que valga, hay que sentarse ya. Cuantos más mejor. Este sitio es nuestro.
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Yo he dejado las llaves de mi piso (un tercero) a unos amigos; y en la mesa, un platito de jamón, una cuña de queso y unas cervezas. Apenas son dos metros de balcón, pero se antojan un mirador excepcional. En el de mis padres, que está bien cerca, nos hemos juntado siete personas. Me cuentan que hace 40 años fue la locura, pero que lo de hoy es el no va a más. «He leído que han alquilado balcones por un dineral. ¿Nos hemos vuelto locos?». Creo que mi padre tiene razón, que nos hemos vuelto un poco locos. La fiesta es tremenda; el negocio, también.
A las 18.12, un poco más tarde de lo previsto, asoma la gabarra por la curva del Palacio de Madaleno. Y la imagen que me viene es la de una batalla naval en 'Juego de Tronos'. Impresiona la comitiva llegando a lo lejos. Qué lujo verlo así, a unos metros. Porque las imágenes de la televisión se quedan cortas. Las dos orillas competimos en griterío, cánticos y jolgorio. Esta vez vamos a dejarlo en empate con los de Olabeaga. Dos minutos después pierdo de vista ya la gabarra. Quiero rebobinar. Solo dos minutos. Volverlo a vivir. Ha sido tan rápido... Demasiado para tanta espera. Lo veré luego otra vez en el móvil.
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«En el 84 yo salí a remar en una trainerilla, íbamos a unos metros de la gabarra», rememora 'Piru', vecino de Zorrozaurre, socio del Athletic desde hace 35 años. Otros tantos soñando con la tarde de ayer. Su Athletic es el de los gloriosos 80, porque entonces 'Piru' era un chaval y las cosas se viven con otra intensidad a esa edad.
Mi Athletic es el de Valverde sí, pero en el césped, el de Ziganda, Larrazabal, Mendiguren y Guerrero, el equipo de hace 30 años, cuando los partidos se jugaban los domingos por la tarde (no un lunes por la noche) y cruzábamos la ría en el gasolino para ir a San Mamés. Pero esta tarde me contagio irremediablemente de la euforia y del cariño por estos jugadores, los chavales que han consumado la hazaña.
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