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JUANMA MALLO
Miércoles, 7 de agosto 2019, 23:22
Unai López (San Sebastián, 23 años) realizó una contundente declaración de intenciones durante la concentración alemana del Athletic en Marienfeld. El centrocampista guipuzcoano, que solo disputó 325 minutos en la pasada Liga, lo dejó claro en el amanecer de la campaña. «Creo que puedo tener ... un puesto aquí, creo que puedo tener minutos y mi objetivo es quedarme aquí. Tengo ganas de hacerme un hueco y triunfar en el Athletic». Esas palabras, de momento, no han caído en saco roto ni se las ha llevado el viento. El futbolista ha dado el obligatorio puñetazo encima de la mesa y ha mostrado, durante esta pretemporada, todo lo que Gaizka Garitano quiere de él.
Derrocha trabajo, intensidad, no le importa bajar y apoyar en la contención a Dani García -serán la pareja de inicio, por delante de Beñat, salvo sorpresa-, y evidencia un punto más de agresividad que en el pasado: si tiene que cortar en falta una acción del oponente, lo hace, y no le importa que la consecuencia sea una tarjeta amarilla, como sucedió frente a la Roma en Perugia.
Es Unai López ese futbolista que ha llamado en varias ocasiones a la puerta, pero que nunca ha acabado de tirarla abajo. De hecho, Eduardo Berizzo le vistió de titular la pasada temporada en el primer encuentro de la Liga. Pero aportó muy poco, casi nada. Padeció sobre el césped, y en la siguiente jornada el elegido fue Raúl García, para dejar en la mediapunta a Iker Muniain. Desapareció. Es más, con Garitano sumó tan solo 47 minutos; en el Bernabéu, por ejemplo, le colocó fuera de su posición, en la derecha, y no desentonó.
Lo pasó mal. Él mismo aceptó. «Me planteé salir. Claro». Fue en el mercado de invierno. Y este verano ya había asumido que era su última oportunidad para hacerse un nombre en el Athletic, para ganarse el puesto. Sabía que debía poner más contundencia sobre el campo. De clase y de visión de juego, ayer se comprobó, vive sobrado. Encuentra pases que otros ni imaginan, dibuja caminos donde los demás solo hallan baches.
Pero el mayor cambio, y eso es lo que demanda el técnico de Derio a sus jugadores, se ha producido en su actitud. Antes, parecía un jugador pasivo, que esperaba a que el balón le llegase y, a partir de ahí, evidenciar su talento. Eso ha quedado en el pasado. Ante la Roma bajaba, se incrustaba incluso en la defensa -su implicación en esta faceta del fútbol es brutal-, y cuando el balón era suyo, miraba arriba, rápido, conducciones, asistencias. Se atrevió a tirar incluso desde fuera del área al poco de arrancar la segunda mitad. De momento, ha adelantado a Beñat en la lista de preferencias para la titularidad. Le queda mantenerse, que no sea flor de un mes.
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