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En 1910, doce años después de su fundación y con cuatro Copas en sus vitrinas, ya se hablaba en Bilbao de la necesidad de un campo para el Athletic que redundaría, además, en beneficio de la ciudad. En unos tiempos en los que el foot-ball era todavía más espectáculo que deporte.
Lamiako quedaba lejos y el desplazamiento en tren era incómodo tanto para los jugadores como para los aficionados. Además, la utilización del campo le costaba al Athletic un dinero que no le sobraba, hasta el punto de que una comisión formada por Ramón Aras y Roberto Mendiguren se personó en la Diputación para solicitar que impidiera al Ayuntamiento de Leioa cobrar el canon que exigía al Athletic por cada partido que jugaba en aquel campo. El club sostenía su petición en que era el único Ayuntamiento de Bizkaia que mantenía ese impuesto. Había partidos cuya taquilla no alcanzaba para pagar el canon, como ocurrió en un choque contra el Santander jugado el 16 de octubre de aquel año.
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El 19 de diciembre de 1910, el Athletic presentó por primera vez al Ayuntamiento de Bilbao una solicitud formal para que le cediera «el terreno de la prolongación de la Gran Vía que sirvió para la celebración de las pruebas de aviación que se realizaron en agosto».
Aunque los concejales de todos los partidos de la Corporación estaban de acuerdo en facilitar un campo al Athletic, la solicitud acabó durmiendo el sueño de los justos en algún despacho. El Ayuntamiento tenía otros planes para aquel terreno que acabaría convirtiéndose en lo que hoy conocemos como el parque de Doña Casilda.
El Athletic, en su condición de campeón del torneo, era el encargado de organizar el Campeonato de España de 1911, y era esa su gran baza para presionar a la instituciones acerca de la necesidad de un campo para que Bilbao fuera sede de tan magno acontecimiento. El Ayuntamiento propuso los solares del ferial de Basurto, pero la idea no terminó de cuajar. Por fortuna, a cuatro meses del campeonato que había que disputarse en abril, la Sociedad Terrenos de Neguri ya estaba culminando el campo de Jolaseta que, finalmente, acogería el torneo.
Perdida la baza del Campeonato de España, 1911 fue un año en blanco para el Athletic en sus esfuerzos por construir un campo en Bilbao. Jolaseta era un escenario mucho mejor que Lamiako, que ahora se seguía utilizando para entrenamientos o partidos del segundo y el tercer equipo. El Athletic crecía y el club instauró una cuota de entrada de 15 pesetas a los nuevos socios, que podían jugar en Lamiako siempre que presentaran previamente solicitud por escrito en la tienda de artículos de deportes que el vicepresidente del club, Juan Arzuaga, tenía en la calle Banco de España, quien les asignaría equipo.
Lo que casi nadie esperaba, y mucho menos el Athletic, era que en Bilbao iba a construirse un nuevo campo, pero para otro club. El Club Deportivo, heredero del histórico Gimnasio Zamacois en el que se reunían los fundadores del Athletic, y en el que militaban todos los sportsmen bilbaínos que practicaban montañismo, ciclismo, atletismo, esgrima y todas las especialidades entonces conocidas, decidió incluir el foot-ball entre sus actividades. Y apenas seis meses después de su fundación oficial el 1 de junio de 1912, sus cerca de cuatrocientos socios alquilaron un terreno para construir su propio campo, proyecto que su presidente, Antxon Bandrés Azcue, hizo público el 6 de diciembre.
El campo, obra del arquitecto Raimundo Beraza, se situaba en la manzana comprendida entre las calles Alameda de Recalde, Rivero (la actual Colón de Larreategui), Henao e Iparraguirre, a escasos 300 metros de la sede del Deportivo, entonces en el número 2 de la calle Obispo Orueta.
En Bilbao había más campas que campos. Se jugaba el foot-ball en Irala Barri, en la campa de Elcano, en Begoña, en Indautxu, en Botica Vieja y en general allí donde los aficionados encontraban un espacio libre y medianamente llano. Pero un campo como el que anunciaba el Club Deportivo, de 105 por 65 metros, con dos tribunas para 1.500 personas y una preferencia «acondicionada con todas las comodidades apetecibles», constituía un acontecimiento de primer orden que agitó las aguas en Bilbao, y ¡de qué manera!
El Club Deportivo presentaba además su equipo de fútbol, que jugaría con camisetas mitad roja y mitad blanca, con el escudo de Bilbao.
Tan solo cuatro días después, el 10 de diciembre de 1912, el Athletic Club anunciaba oficialmente el proyecto de su campo en San Mamés. El diario de la tarde El Nervión resumía cómo estaba el ambiente en el Bilbao de la época: «Considerado estaba ya como imposible (el campo del Athletic) y de ahí la razón de por qué días pasados indicábamos someramente su realización pidiendo calma y quietud a las lenguas para que cesaran las críticas que hacían ya, cuando se enteraron de otro campo que realiza el Club Deportivo, críticas que habían de caer por tierra tan pronto como el Athletic diera a conocer su proyecto… para que la afición no desvirtuara su opinión creyéndose abandonada por el Athletic al dejarse arrebatar lo que por derecho propio le corresponde».
No cabe duda de que el Athletic y lo que hoy definiríamos como su entorno, se sintieron heridos en su amor propio porque el Club Deportivo se les había adelantado, así que su respuesta fue tan fulminante como convenientemente glosada por los medios locales: el Athletic construiría no un campo, sino dos, uno de ellos solo para entrenamiento.
El proyecto del arquitecto Manuel María Smith, presupuestado en 50.000 pesetas (300 euros) tendría 106 metros de largo por 65 de ancho. La preferencia sería como la de Jolaseta, pero más grande y a espaldas del sol y del viento. En el centro de la preferencia se situaba la tribuna, que en Jolaseta llamaban «de los socios, o de la cátedra o de los inteligentes», pero más larga, «con capacidad para muchos cientos de personas».
Entre la preferencia y la tribuna había sitio para «varios miles de personas tranquilamente sentadas». En la caseta de jugadores se proyectaba además del ropero, «el sistema hidroterápico correspondiente» y para que nada faltara había «restaurant y amplísimos retretes para señoras y caballeros».
En cuanto a la rivalidad que pudiera nacer con el nuevo equipo del Club Deportivo y su campo, no había nada que temer, según publicó El Nervión: «Hoy por hoy se impone reconocer que es imposible toda lucha, porque un equipo de foot-ball no se improvisa en unos meses y el Athletic lleva siempre esto adelantado… Dentro de tres años es factible semejante lucha si para entonces existe el rival de hoy, que no creemos que pueda mantenerse tanto tiempo». Algo debía de saber el anónimo analista que terminaba condescendiente: «El pique entre ellos estimulando el amor propio de los Clubs, dará inmejorables resultados, como podemos ver en Irun, donde han salido dos buenos teams de la mutua lucha. Un porvenir semejante espera al foot-ball en Bilbao, si para entonces subsiste el campo del Club Deportivo».
Los socios del Club Deportivo se sintieron agraviados por la reacción del entorno del Athletic y de buena parte de la prensa, así que un grupo de ellos respondió con un comunicado. «¿Por qué está dando tanto que hablar el que nosotros hagamos un campo de foot-ball en Bilbao? ¿Es que los del Club Deportivo no debemos practicar este deporte porque haya otros en Bilbao que lo practiquen? No hemos pretendido nunca, ni lo pretendemos ahora tampoco, molestar, ni mucho menos anular a nadie con nuestras iniciativas… Que para nada, en lo sucesivo, se hagan comparaciones con otras entidades de nuestra clase». Firmaban la nota «varios socios del Deportivo que corren, saltan, montan en bicicleta y jugarán al foot-ball».
El 16 de marzo de 1913 se inauguró el campo del Club Deportivo con saque inicial del alcalde, Federico Moyua, a los acordes del himno del club escrito para la ocasión. El Deportivo ganó, 2-1, al Sporting de Irun.
La anunciada rivalidad entre los dos equipos de Bilbao se limitó a un solo partido, que el Athletic ganó 5-1 en San Mamés el 23 de noviembre del mismo año. El Club Deportivo participó esa temporada en el Campeonato Regional, quedando último. El 12 de marzo de 1914 se anunció la disolución de aquel equipo. El campo de fútbol de la Alameda de Recalde, que se adelantó a San Mamés, se convirtió en parque de atracciones y después en escenario de peleas de gallos, hasta que en 1924 comenzó la construcción de pisos en el solar.
El 21 de enero de 1913 se puso la primera piedra de San Mamés, ceremonia a la que asistieron numerosos socios y público. El presbítero Manuel de Ortuzar, socio e hincha rojiblanco además de cura, se encargó de la bendición. Para financiar el costo del nuevo campo el club abrió una suscripción reintegrable al cuatro por cien de interés «para que la realización del campo sea popular, sea cubierta en pequeñas fracciones por todo el pueblo de Bilbao, para interesarle, para estimularle en este amor al foot-ball y a su Club, el Athletic».
El 26 de abril, con asistencia de un centenar de socios, el Athletic celebró una Junta General en la que el presidente, Alejandro de la Sota, dio cuenta del estado de las obras del campo. Se eligieron nuevo presidente y directiva, repitiendo prácticamente los mismos que acababan de dimitir y se nombró al primer encargado de material de la historia del club, cargo que recayó por unanimidad en la persona de Manuel Ansoleaga.
El 6 de mayo terminó el plazo de inscripción de nuevos socios sin cuota de entrada. La operación fue un éxito puesto que se inscribieron 572, elevando la cifra de socios del Athletic a los 880, «una verdadera potencia», según José María Mateos. El objetivo se fijó en 1.000 socios y para ello se amplió el plazo tres días más. Una vez concluido dicho periodo, los nuevos socios tendrían que pagar 20 pesetas como cuota de entrada.
El 14 de junio se procedió a la siembra del terreno de juego, trabajo que se tuvo que prolongar al día siguiente, domingo, por lo que se solicitó la correspondiente autorización a las autoridades eclesiástica y civil que «por las razones especiales del caso» concedieron. Además, para dar facilidades a los operarios, se suspendieron los trabajos a las ocho en lugar de a las ocho y media, para que pudieran almorzar y oír la misa de nueve en el convento de los Capuchinos. Diógenes Orueta, propietario de un establecimiento de horticultura en Bilbao, se encargó de la siembra.
El 21 de agosto de 1913 se inauguró por fin San Mamés con un partido que acabó empatado entre el Athletic y el Racing de Irun, vigente campeón y equipo de moda. La Comisión de Festejos de Bilbao no organizó ningún festejo ni ese día ni los dos siguientes, en los que se jugaría el triangular entre el Athletic, el Racing y el Shepperd's Bush. Los jugadores del Athletic habían empezado a entrenar el día 10 en el campo de Onchena en Indautxu, en unos terrenos que unos meses antes se habían descartado como posible localización del nuevo campo del Athletic.
Las entradas se empezaron a vender el día 18: Palcos de seis asientos, 18 pesetas; Asiento de tribuna, tres; Delantera de Tribuna, 3,50; Paseo de Preferencia, 2; Delantera de preferencia, 2,50; Pista de preferencia,2,75; Delantera de General y pista,1,35; Entrada General, 1 peseta.
Las revistas de deportes publicaron ediciones monográficas, con colaboraciones tan notables como la de Henry Desgrange, director de L'Auto de París, organizador del Tour. Para acudir impecables al evento los socios podían adquirir insignias del Athletic en la joyería del señor Anduiza a 4,50 pesetas las de metal y a 9 pesetas las de plata. Aurelio Arteta fue el autor del cartel anunciador.
El sueño perseguido por el Athletic era ya una brillante realidad. San Mamés era «el campo de foot-ball más elegante y pintoresco de España y superado por muy pocos del extranjero». Tenía un aforo de 7.000 espectadores, 3.000 sentados. Había ambigú con su bar en el que se servía cerveza alemana La Alcazaba, además de otras bebidas y sándwiches. La Tribuna acogía los servicios higiénicos con instalación aparte para señoras.
La parte interior del muro que rodeaba el campo se pintó «de un verde suave para mayor descanso de la vista». Color que hacía juego con el del terreno de juego, «sembrado de fina y tupida hierba, hace el efecto de una alfombra verde rematada por una valla ligera y sencilla para impedir al público la irrupción en el campo».
Los que no estuvieron pudieron leer al día siguiente la crónica de José María Mateos que arrancaba con una descripción que ha quedado para la historia: «¿Estupendo? Estupendo es poco. ¿Maravilloso? Maravilloso no se parece bastante. ¿Colosalísimo? Puede que más. Ese es el juicio que ha merecido el campo de foot-ball que ayer inauguró el Athletic a millares y millares de personas que se extendieron por graderías y paseos de aquel encantador jardín».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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