Amezola, a las 18 horas. Zigor Aldama

Retrato de la ciudad vaciada

Los barrios más alejados de la ría se convierten en un mundo paralelo durante la travesía de la gabarra. Algunos bilbaínos lamentan no haber podido participar mientras otros reniegan del exceso en la celebración

Jueves, 11 de abril 2024, 23:00

Ayer por la tarde, Bilbao se partió en dos. Mientras las márgenes de la ría eran un hervidero de gente en el que no cabía un alfiler, los barrios más alejados del Nervión se convirtieron casi en un desierto. Recalde, a las 17:45 horas, ofreció escenas propias del confinamiento durante la pandemia. Calles vacías, comercios de barrio cerrados y supermercados a medio gas con plantillas mínimas para permitir que los trabajadores participasen en las celebraciones. «Esta tarde estamos en un barrio fantasma», bromeaba una mujer junto a la estación de Renfe de Amezola, donde los convoyes a esa hora pasaban prácticamente vacíos, lo mismo que los autobuses de Bilbobus y Bizkaibus. En muchos momentos, fueron esos vehículos los únicos que surcaron arterias tan relevantes como#las de las calles Autonomía o Gordóniz.

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Una floristería resiste abierta entre comercios cerrados en Autonomía. Zigor Aldama

En el parque adyacente reinaba una tranquilidad absoluta, propicia para algunas escenas tiernas. Santi, un octogenario con mala salud, se emocionó desde su silla de ruedas con la retransmisión del recorrido de la gabarra, que pudo ver gracias al móvil de su cuidadora peruana. «Hace 40 años lo viví en directo en Portugalete», recordaba con voz quebrada y cierta nostalgia. A unos metros, en el estanque del parque, una mujer aprovechaba para tomar el sol en bikini, ajena a todo.

En algunos bares sí que hubo un hilillo de vida, casi siempre conectado a la televisión. Y, aunque muchos estaban vacíos, los empleados calentaban motores en previsión de una buena afluencia de clientes por la noche. «Hemos cambiado algunos turnos para que los que son de aquí puedan participar en la celebración. Yo soy venezolano, así que me da igual. Y la mayoría de quienes han venido a tomar algo también son inmigrantes. Para mí, mejor tener una tarde tranquila», explicaba Walter, trabajador de un local de la Avenida del Ferrocarril.

Terrazas y calles vacías a las 17:40. Zigor Aldama

Y algo muy parecido contaba la encargada de un establecimiento de moda de la Gran Vía: «Es como una mañana de fin de semana, relajada, pero luego ya vendrán cuando todo acabe». La única clienta que había dentro también estaba encantada. «Es el mejor momento para hacer compras», aseguró.

Entre los comercios que permanecieron abiertos a lo largo y ancho de la villa abundaban los de grandes cadenas. Dentro, eso sí, sobre todo se veían empleados. «¿Quién va a venir a comprar en este momento? Como mucho, algún despistado», se lamentaba la optometrista de una conocida cadena de ópticas. «Teníamos la esperanza de que nos dejasen cerrar un par de horas, pero desde que nuestros jefes son alemanes todo ha cambiado», comentaba con una sonrisa triste.

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No muy lejos de allí, Javier, conserje de un edificio de oficinas de la Gran Vía, seguía el curso de la gabarra en su móvil, frente a un vestíbulo vacío. «Me agobian las aglomeraciones y me gusta más disfrutar de estos momento en tranquilidad. Así que, si no trabajase, lo vería tranquilamente en la televisión, como hice con el partido de la final», afirmaba.

Menos calmados estaban en las Urgencias del Hospital de Basurto. Aunque las enfermeras del triage reconocían que la tarde estaba siendo tranquila, «igual que la de cualquier otro jueves», temían que «cuando pase la gabarra, todo cambie».

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Afortunadamente para quienes necesitaron asistencia sanitaria, el centro había incrementado el personal. «Ha habido algunos piques, porque se han cancelado los permisos de algunas personas para tener listo el dispositivo especial», comentaba una de ellas, quitándole hierro al asunto. «Solo esperamos que no haya ningún susto grave», apostillaron.

Los 'antifútbol'

La gabarra de los derrotados

No es fácil encontrar estos días a quienes reniegan del fútbol, del Athletic y/o de las aglomeraciones por la masiva explosión de alegría que ha provocado el título de la Copa del Rey. Pero existen. Se han escondido como han podido. Inés es una de ellos. Sufre una cardiopatía, considera que «la marea es peligrosa», y decidió encerrarse en casa para «leer y escuchar algún podcast» mientras la gabarra surcaba la ría.

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Su crítica se centra en el impacto que tiene en la vida de la población que no participa de los festejos. «Hay quien ha tenido que mover curas médicas por no poder moverse con facilidad», denuncia.

Blanca, que tampoco quiere revelar su apellido para que no la «lapiden por la calle», ha preferido abstraerse. En la medida de lo posible, claro, porque «es imposible no ver la gabarra, la vamos a tener en todas partes durante los próximos dos meses», ironiza.

Blanca estuvo de pequeña tratando de ver la embarcación llegar al Ayuntamiento en 1984, algo que una avalancha de gente impidió. «No recuerdo más que lo que me contó mi madre, que nos tuvieron que sacar en volandas para que no nos aplastasen. Entonces tenía diez años y era una niña de Athletic», reconoce.

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Ahora, sin embargo, rechaza el acontecimiento por un asunto de principios: «Soy antifútbol. Me gustaría empatizar y compartir este sentimiento, pero no logro entenderlo. Ojalá la gente de todo tipo de ideologías se uniese para defender otro tipo de cosas. Por otro lado, me supera que todo sea tan excesivo».

Rubén, por su parte critica que «se nos quiere vender que la gabarra es una tradición cuando se trata solo de la tercera vez que sale», remata.

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