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La primera visita del Athletic al Wanda Metropolitano respondió al guión previsto. No era partido para el equipo de Ziganda, que juega una Liga distinta a la del Atlético, y se demostró durante los noventa minutos. Sólo hubo una duda sobre el césped: ... el tiempo que tardaría la tropa de Simeone en encontrar una grieta en el muro de su rival y abrir el marcador. Ninguna otra. Pues bien, fueron 66 minutos exactamente. Una lamentable pérdida de San José acabó provocando el gol de Gameiro que decidió la contienda. Es cierto que, en el minuto 79, llegó el 2-0 definitivo, obra de Diego Costa tras una nueva pérdida del centrocampista navarro y una mala medición de Unai Núñez en el cruce, pero todo el mundo sabía que el duelo estaba decidido con el primer tanto. No había discusión. Que el Athletic batiera a Oblak era una utopía. Ni jugando durante seis días, oiga.
La derrota dejó mal gusto, faltaría más, pero tampoco debe activar ninguna nueva alarma que no lleve ya tiempo activada. No se trata de ser obsequioso con Cuco y sus jugadores, y más con la temporada terrible que nos están dando, sino de no acentuar la decepción reinante engañándonos a nosotros mismos. El del Atlético, sencillamente, no era un partido para este destartalado Athletic. Que los rojiblancos -grises- celebraran el hecho de haber resistido durante más de una hora con la portería a cero lo dice todo. Si dieron tanto valor a ese hecho es porque, en el fondo, sabían que era lo único a lo que podían aspirar. Pelear, tapar huecos, ganarse coscorrones en las disputas con los angelitos colchoneros, despejar balones como si no hubiera un mañana... Se trataba de intentar ponérselo difícil al Atlético a base de de redaños ya que, a base de fútbol, es imposible porque no lo tienen. ¿Cómo van tenerlo con esa desquiciante acumulación de errores en el pase? Es imposible jugar al fútbol con esa lacra encima.
El partido, como decíamos, fue una cuenta atrás hasta llegar al gol de Gameiro. Por cierto, otro de esos delanteros del Atlético que parecen tenérsela jurada al Athletic. Tipo Forlán, Agüero o Griezmann. ¡Qué fijación! Exigido por las ausencias de Aduriz y Raúl García, a quienes no conseguí imaginar llorando en su casa por haberse perdido el partido del Wanda, la verdad, Ziganda hizo un ‘lifting’ completo a su once. San José, Vesga y Beñat fueron los centrocampistas, mientras que Susaeta, Williams y Sabin Merino se alinearon en ataque. Hay que ser sinceros: era un equipo como para temerse lo peor.
Atlético
Oblak; Vrsaljko, Giménez, Lucas (Godin, m. 46), Filipe; Correa (Gabi, m. 68), Thomas, Saúl, Koke (Gameiro, m. 59); Griezmann y Diego Costa.
2
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0
Athletic
Kepa; Lekue, Íñigo Martínez, Núñez, Saborit; San José; Susaeta, Beñat (Iturraspe, m. 64), Vesga (Córdoba, m. 71), Sabin Merino; y Williams.
Goles: 1-0, m. 67: Gameiro culmina con un tiro cruzado un pase de Griezmann. 2-0, m.79: Diego Costa bate a Kepa a pase de Gameiro.
Árbitro: González González (C. Castellanoleonés). Amonestaron a los locales Correa (m. 17), Diego Costa (m. 35) y Filipe Luis (m. 62) y a los visitantes Beñat (m. 40) y Unai Núñez (m. 70).
Incidencias: Partido correspondiente a la vigésimo cuarta jornada de LaLiga Santander, disputado en el estadio Wanda Metropolitano ante 60.022 espectadores.
Así las cosas, con las esperanzas a ras de suelo, que el Athletic resistiera toda la primera parte sin mayores agobios -el Atlético sólo tuvo una oportunidad clara al cuarto de hora en un remate de Jiménez a pase de Griezmann en un falta- fue visto casi como una heroicidad. Al menos, como un gran mérito. Y no se trata de negar que ese cierto mérito existiera sino de reconocer que la propuesta de resistencia numantina estaba abocada al fracaso.
Los pupilos de Simeone están acostumbrados a atrancarse en su juego y a solucionarlo a base de carácter. También lo hicieron ante el Athletic. Durante la primera parte, con Koke y Saúl en una versión muy diluida, les falló la referencia de Diego Costa, que tuvo un bravo duelo con Núñez. El delantero de Lagarto lo pasó mal y una mente infantil y básica como la suya no tolera la frustración. Le molestó mucho que el árbitro no le pitara un penalti dudoso en el minuto 19 y, al cabo de un rato, incapaz de generar peligro, se ganó una de esas tarjetas amarillas que deberían llevar aparejada una penalización suplementaria. Obligarte a seguir en el campo con orejas de burro, se me ocurre. Delante mismo del árbitro, que acababa de pitarle un fuera de juego como una casa, se dirigió al linier haciéndole el gesto, con el dedo en la sien, de que le faltaba un tornillo.
Fue una pena que, nada más comenzar la segunda parte, en la primera jugada, no le cayera la segunda amarilla por un piscinazo infame. Quizá ahí pudo cambiar una historia que estaba más que escrita. El Atlético apretó las tuercas y el Athletic se encerró. No volvió a aparecer por la portería de Oblak, al que al menos durante los primeros 45 minutos le había hecho alguna que otra visita. Sin sustancia ni peligro, es cierto, pero al menos haciendo acto de presencia. A Williams, por ejemplo, pudieron pitarle un penalti en el minuto 28. La decisión de tirar de cerrar la puerta y tirar la llave por la ventana fue letal para los bilbaínos. Su juego se fue empobreciendo y los errores en el pase comenzaron a devorarles como una carcoma.
Hubo momentos insufribles, la verdad. Las pérdidas de San José fueron particularmente dolorosas porque propiciaron los goles y porque su autor fue en otro tiempo -y quizá en otra galaxia- un futbolista internacional. Quién lo diría viéndole ahora. Pero hubo otros artistas en la pista. Qué decir de Vesga. O de Beñat, que empieza a dar alarmantes señales de desaparición. O de Iturraspe, cooperante necesario en el 1-0, que salió al campo y sólo le faltó pedir un paquete de pipas para pasar el rato. La verdad es que se hizo muy largo el tramo final de un partido en el que poco bueno hubo que reseñar. Pongamos que Iñigo Martínez estuvo muy serio en defensa y que Córdoba salió con ganas de agitar aquellas aguas estancadas y pestilentes. Que Sabin Merino fuera el interior izquierda titular en lugar de él no es fácil de explicar. ¿Pero qué es fácil de explicar esta temporada? Pues nada. Y así nos va, aburridos como ostras y cruzando los dedos para ganarle al colista el próximo domingo.
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