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El Athletic que encajó ante el Rayo la primera derrota de la temporada fue un equipo irreconocible, tanto por la identidad de la mayoría de los futbolistas que iniciaron el partido, como por el comportamiento del grupo durante demasiados minutos. Los cambios desfiguraron el conjunto ... y a los nuevos les faltaron los automatismos que tan buenos resultados habían dado en los partidos anteriores.
El aficionado se pregunta si las rotaciones son imprescindibles cuando la temporada no ha hecho más que empezar y el Athletic, de momento, solo tiene que competir en la Liga. Todos los entrenadores responden a esa cuestión argumentando que no hay que esperar a que los esfuerzos se acumulen para dar descansos, sino que hay que anticiparse dosificando el trabajo desde el comienzo de la temporada para que todos los jugadores lleguen con fuerza al tramo decisivo del curso. La cuestión es cómo se hace, si manteniendo una alineación tipo, jugando siempre los mismos y dando una entrada masiva en determinados partidos a los suplentes, lo que ahora se conoce como la unidad B, o matizando la alineación cada semana con uno o dos retoques, uno en cada línea a lo sumo, a lo largo de todo el curso.
Lo cierto es que el viejo debate sobre qué se entiende por una rotación, volvió a ponerse sobre el tapete cuando se conoció la alineación del Athletic. Se sabía que Marcelino introduciría cambios; lo que no se esperaba era que fueran tantos y de tanto calado. Lo que llama la atención es que, a estas alturas, sigamos hablando de esto, cuando está más que demostrado que, al menos en el Athletic, la maniobra está condenada al fracaso. No le funcionó a Valverde, tampoco a Garitano. Marcelino no escarmentó en cabeza ajena. Habrá que esperar a la próxima acumulación de partidos que presente el calendario (Villarreal en San Mamés y Espanyol y Real Sociedad, de visita, entre el 24 y el 31 de octubre) para comprobar si ha aprendido la lección. A lo mejor fue eso lo que quiso decir cuando habló de «cura de humildad».
Si cabe extraer alguna conclusión positiva de una derrota como la del pasado martes, puede decirse que el que perdió el partido no fue el Athletic verdadero sino un sucedáneo, sin que tal afirmación signifique menosprecio alguno para los que jugaron. Seguro que todos ellos rinden de maravilla incorporándose de uno en uno o de dos en dos a una alineación más ahormada.
El del martes no fue el Athletic que conocíamos, ese que solo había recibido un gol y concedido apenas ocho remates en cinco partidos. No hay más que repasar lo que ocurrió con la defensa. De la línea sobre la que se había sustentado buena parte del éxito solo quedó Iñigo Martínez, porque Lekue cambiado de banda fue menos de la mitad del lateral que tanto había crecido en las últimas citas. Si por delante no están las referencias habituales, Vencedor y Dani García, nos encontramos con todo el sistema defensivo patas arriba. Y aunque es verdad que el Rayo tampoco remató sobre Simón, no es menos cierto que se encontró con dos regalos, una costumbre que parecía desterrada este año en el Athletic.
Las cosas serán muy distintas en Valencia, seguro. Allí espera un rival aguerrido que parece haberse adaptado rápidamente a la personalidad de su entrenador. No hay que leer en los posos del café para adivinar una batalla parecida a la que libró el Athletic en el Metropolitano. Será un choque áspero y poco recomendable para espíritus sensibles, un escenario que, por cierto, no les va nada mal a los leones.
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