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Nos dicen que acostumbrarse a lo bueno es una mala costumbre, pero también deberían decirnos de qué forma podemos evitarlo. Muchos no encontramos la manera de hacerlo, la verdad. A lo máximo que podemos aspirar es a ser conscientes del privilegio que disfrutamos y valorarlo ... en su justa medida. Decimos esto pensando en la semifinal de Copa de mañana, la quinta consecutiva que disputa el Athletic tras la que le enfrentaron a Levante, Granada, Valencia y Osasuna. Hay que detenerse en este dato y analizarlo con la profundidad que merece. De lo contrario corremos el riesgo de olvidarnos de su carácter excepcional y de su verdadero significado. Que no es otro que el regreso del Athletic a su condición histórica de aspirante anual al título de Copa. Ni más ni menos.
Esto es lo que estamos celebrando de un tiempo a esta parte: un retorno. Podemos ponernos incluso un poco bíblicos porque hablamos de una travesía del desierto que se prolongó durante 22 años, desde la semifinal contra la Real Sociedad en 1987 hasta la final de Valencia en 2009 de la mano de Joaquín Caparrós. En todo ese tiempo, los rojiblancos sólo se acercaron a dos pequeños oasis, la semifinal de 2002 con Heynckes ante el Real Madrid y la de 2005 con Valverde frente al Betis, perdida en la tanda de penaltis. El resto fueron disgustos, privaciones, caídas en algunos abismos y una especie de cambio de paradigma inconsciente que convirtió la Copa en un torneo secundario. Sin admitirlo de forma explícita, se puso todo el foco en la Liga, como si en el fondo se hubiera asumido que, en un fútbol cambiante, cada vez más complicado y hostil para un club con la filosofía del Athletic, asegurar la permanencia tuviera que ser forzosamente la única prioridad.
2009 fue el año del cambio. Nadie ha olvidado aquella semifinal histórica contra el Sevilla y la ilusión enorme que supuso volver a una final 24 años después. Lo que algunos quizás no recuerden fue algo que resultó determinante para que todo cambiase. Me refiero a los más de dos meses, entre el 4 de marzo y el 13 de mayo, que transcurrieron desde la remontada ante los chicos de Del Nido hasta la final de Mestalla. La manera en que la ilusión colectiva se fue cocinando a fuego lento durante semanas hasta estallar en aquella peregrinación masiva a Valencia que marcó un antes y un después. Ya nada iba a volver a ser igual. Después de haber vivido aquella experiencia no era posible volver atrás: la Copa volvía a estar en el centro de la diana deportiva y sentimental del Athletic.
Hace cuarenta años
Es cierto que han pasado quince años y que el Athletic continúa sin lograr un título que levantó por última vez hace cuarenta. Ahora bien, cinco finales, ocho semifinales y dos cuartos de final en tres lustros dibujan una trayectoria esperanzadora. Salvo una temprana eliminación con el Rayo en 2010, la pifia con el Eibar en 2013 y el batacazo con el Formentera en 2018, el Athletic ha venido demostrando temporada tras temporada que su apuesta por la Copa no puede ser más firme. Que sume ahora cinco semifinales consecutivas lo dice todo. Aunque el título sigue siendo esquivo, los rojiblancos no dejan de llamar a la puerta. Necesitan sacarse esa espina. Esas cinco espinas, cuatro de ellas clavadas por el Barcelona de Messi, de 2009, 2012, 2015, 2020 y 2021. Empieza a ser una cuestión de amor propio.
Hay como una necesidad medular de hacer historia, y no sólo la sienten los jugadores y el entrenador, sino sobre todo los aficionados. San Mamés volverá a arder mañana por la noche, consciente no sólo de la dificultad del partido sino de la importancia que tiene su apoyo en el rendimiento de este Athletic aliado con el vértigo. El ritmo y la intensidad que necesitan los rojiblancos para ofrecer su mejor nivel son muy difíciles de alcanzar sin un ambiente eléctrico en las gradas, como vienen demostrando los rojiblancos en sus últimos compromisos a domicilio. Esa comunión es imprescindible y nadie duda de que mañana volverá a producirse. Otra cosa es que sea suficiente ante un rival que puede jugar mejor o peor, o estar en un momento más oscuro o brillante, pero que siempre compite a vida o muerte porque hacerlo está en su naturaleza, como le ocurría al escorpión de la fábula. Sea como fuere, en estas horas previas sólo cabe disfrutar de estos grandes años coperos, tan cargados de emoción e ilusiones, que nos está deparando el Athletic. Que no se terminen.
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