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Arriesgó mucho Valverde con la alineación pero el riesgo mereció la pena. El Athletic de las grandes noches reapareció en un campo tan complicado como Mestalla para ganarse el billete hacia la semifinal con brillantez. Se preveía un partido igualado, y resultó una exhibición rojiblanca ... que explotó todas y cada una de las debilidades del Valencia, y son unas cuantas, sobre todo en la zaga.
La presencia de un futbolista con poca competición en las piernas como Herrera, unida a la reaparición como titular de Muniain después de una temporadita saliendo desde el banquillo, convertía el equipo en un enigma. Se anunciaba un partido de altísima intensidad y en estos casos ya se sabe que contar con futbolistas rodados es fundamental.
Acertó Valverde en la elección porque su equipo funcionó como un reloj. Mucho más precisos que de costumbre, y con una coordinación perfecta en la presión, los rojiblancos sacaron de sus casillas a un Valencia que, como casi siempre, está para tumbarse en el diván del psicoanalista.
El de Gattuso es un equipo con dos caras. De medio campo hacia adelante tiene gente como para asustar a cualquiera. Pero en las cercanías de su portería es un flan, un grupo lleno de inseguridades que da la impresión de estar permanentemente a punto de cometer un error fatal. Se trataba pues de que el partido se jugara en el terreno más resbaladizo para los locales y el Athletic consiguió su propósito con una suficiencia inesperada.
Vesga y Herrera montaron el campamento base desde el que partían los Williams y Berenguer mientras que Muniain hacía de enlace destapando su particular tarro de las esencias, fresco de piernas y de mente para distribuir y encontrar los huecos que dejaba la defensa blanca, que eran unos cuantos.
Ganada la partida del planteamiento, quedaban por resolver el nudo y el desenlace. Los sempiternos problemas con el gol aparecían como el principal impedimento para que el Athletic alcanzara el éxito. Pero hay noches en las que, de pronto, sale todo o casi todo, y ni siquiera el autogol de De Marcos, que empataba momentáneamente el primer tanto de Muniain, fue suficiente para torcer un partido que el Athletic tenía perfectamente enderezado. Dos minutos duraron el susto y el disgusto. Nico Williams reestableció la ventaja antes del descanso propinando un golpe casi definitivo a la frágil moral de los de Gattuso.
El gol psicológico de toda la vida, el que llega cuando los utilleros ya están preparando los pertrechos para el descanso, reforzó más si cabe la autoestima de los de Valverde y sumió a los de Gattuso en una depresión de la que ya no se recuperaron.
Todas las dudas que venían acompañando al Athletic en los últimos tiempos quedaron disipadas a lo largo de noventa minutos de fútbol eficaz y fluido, ejecutado siempre desde la frialdad y la elección adecuada de los tiempos en cada fase del partido. Los de Valverde dieron un recital de practicidad, demostrando en cada momento que sabían lo que se traían entre manos.
Los rojiblancos hicieron uno de sus partidos más completos de la temporada cuando más falta hacía, cuando había que dar el penúltimo paso hacia una nueva final. El Athletic hizo lo que se espera que hagan los equipos más serios, los más competitivos, los que saben dar el puñetazo en la mesa en el momento adecuado. Explotaron las debilidades del rival y minimizaron sus virtudes hasta reducir al Valencia a la más absoluta impotencia.
La valiente y arriesgada apuesta de Valverde tuvo el mejor premio posible; no solo le valió para resolver la eliminatoria, sino para hacerlo con una autoridad que no admite la mínima discusión y debe servir para convencer al grupo de su capacidad para aspirar a cotas altas, porque partidos como el de Mestalla son los que pueden cambiar el rumbo de toda la temporada.
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