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El Athletic ha pasado en un abrir y cerrar de ojos de presumir de liderato a ser un mar de dudas. Al equipo le sobrevuelan demasiadas preguntas que no obtienen respuesta y el aficionado empieza a sospechar que de la temporada de vino y rosas ... que le prometían cuando todo aquello de la media inglesa, empiezan a quedar solo la resaca y las espinas.
En unos tiempos en los que las clasificaciones se hacen al minuto, sin esperar siquiera a que se complete la jornada, cuatro partidos sin ganar son una eternidad que acelera las prisas y agita las urgencias. Y la rueda de la Liga no deja de girar. Una nueva decepción elevaría el nivel de la desconfianza a límites preocupantes.
El equipo está obligado a cortar esta dinámica negativa antes de que lo que ahora todavía se puede calificar como una mala racha se convierta en una crisis en toda regla. Y eso no pasa necesariamente por ganar en un campo tan complicado como el del Atlético de Madrid; sería suficiente con que Garitano y los suyos mejoraran la imagen que han venido ofreciendo en los últimos partidos para que el aficionado rojiblanco, que sabe de qué va esto, recuperara la fe en un equipo que ha demostrado que sabe hacer las cosas mucho mejor. Tampoco es pedir un imposible mejorar la paupérrima imagen que está ofreciendo el Athletic visitante, dicho sea de paso.
Como vasos comunicantes, la paciencia se va agotando a medida que se acumulan las decepciones y la memoria del aficionado se vuelve selectiva. La incontestable victoria ante el Alavés ya queda en el pleistoceno; del empate en Leganés se recuerda más la forma del pobre fútbol exhibido que el fondo del punto sumado; San Mamés no tuvo más remedio que resignarse a admitir la superioridad del Valencia, pero la derrota de Balaídos ya es una pesadilla recurrente que no puede borrar el buen primer tiempo ante el Valladolid, y menos después de la segunda parte que perpetró el Athletic.
Ese último partido ha dejado demasiadas dudas en el entorno. Habíamos quedado en que la fiabilidad en casa compensaba la debilidad del equipo cuando viaja, pero ya tampoco nos queda ese asidero. Los que acusan a Garitano de inmovilista reclaman cambios en la alineación y, como siempre ocurre en estos casos, Murphy ya ha venido a hacer su trabajo. Mientras en las tertulias y mentideros rojiblancos el nombre que más se escucha es el de Unai Núñez, va Yeray y comete dos errores graves que llevan a Unai Simón del cielo al infierno con el debate de la portería sin acabar de cerrarse del todo.
No hay que ser especialmente despierto para concluir que si el equipo ha perdido fiabilidad en casa, deberá mejorar sus prestaciones fuera, si no quiere verse metido en un buen lío. Se recuerda mucho que al Athletic solo le han marcado cinco goles esta temporada, pero no debemos olvidar que únicamente ha metido dos en sus cuatro desplazamientos, ambos de Raúl García y uno de ellos de penalti. Y mejor ni preguntar cuántas veces ha rematado a puerta el Athletic en esos cuatro partidos porque la respuesta es demoledora.
A Gaizka Garitano le queda crédito suficiente, pero le vendría muy bien encontrar algunas respuestas a las muchas preguntas que plantea ahora mismo su equipo. Y probablemente le vendría mejor si buscara soluciones nuevas para los viejos problemas, una vez probado y comprobado que las recetas de siempre no solo no sirven, sino que parecen empeorar con el paso del tiempo.
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