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Pascual Perea
Bilbao
Viernes, 23 de febrero 2018, 00:39
«Ya ves, chico, aquí ando, metiendo mil horas en la furgoneta. Estoy saturado. Por suerte, en cuando termine el partido me voy para casa y descanso toda la semana que viene». Bajo el aparatoso uniforme negro y el casco rojo de los antidisturbios, Inocencio se mostraba ilusionado vislumbrando el final de un largo periodo de servicio. Se mostraba algo cansado pero tranquilo este jueves por la tarde en la plaza Moyúa de Bilbao, donde un periodista de EL CORREO, conocido de su localidad natal de Ermua, se lo encontró montando guardia y estuvo charlando con él.
«El pobre comentaba en broma que casi iba a ser más peligrosa la manifestación de los jubilados porque no la habían preparado, solo se habían entrenado para intervenir en esta- recuerda el informador-. Y ya ves».
Inocencio no llegaría a disfrutar de ese merecido descanso. Apenas unas horas después moriría durante los altercados entre hinchas rusos y del Athletic, y también, casualidades de la vida, junto al periodista de este diario.
Curiosamente, su hermano también es ertzaina y está encuadrado en la unidad antidisturbios. De hecho, ayer trabajaron codo con codo. «Cuando hemos llegado a San Mamés -señala el periodista de EL CORREO- ha empezado la carga, los rusos detrás de los borrokas. Me he encontrado a un ertzaina caído en el suelo y al acercarme he visto a su hermano junto a él. «¡Que es Inocencio!», me ha dicho. Me he agachado y estaba tumbado, caliente y un poco sudoroso, desorientado pero despierto. No tenía ninguna herida a la vista. He estado levantándole las piernas, le he dado ánimos y he seguido haciendo mi trabajo. Luego me he enterado de que ha muerto».
Padre de dos hijos, un chico de 19 años y una chica de unos 16, recientemente separado, Inocencio era «un auténtico buenazo», asegura el reportero, incapaz aún de asimilar la noticia. «Te sorprendía que fuera antidisturbios porque era un tipo bonachón, bonachón, bonachón. Lo que tenía de grande lo tenía de bellísima persona». Inocencio, añade, tenía aficiones sencillas: el ciclismo, al que le había arrastrado su hijo, asistir a las cenas de los quintos del 67 en Ermua y, sobre todo, seguir al Athletic. «Era muy futbolero».
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