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Desconozco si todas las cartas están ya sobre la mesa. Desconozco si realmente el Athletic ha puesto «todo para que se quede», como afirmó ayer nuestro presidente Josu Urrutia. Fundamentalmente porque ignoro qué incluye detalladamente ese «todo» institucional y hasta qué punto sacia las ... legítimas pretensiones del futbolista. E igualmente desconozco si Kepa Arrizabalaga, el protagonista de estas líneas, tiene ya tomada una decisión sobre su continuidad -o no- en el Athletic.
Pero mi reflexión de hoy va mucho más allá de cómo se escriba el desenlace final. Porque a mi modo de ver, ocurra lo que ocurra, la renovación -o el adiós- de Kepa será la historia de un fracaso con mayúsculas. Y me explico. Resulta evidente que, ahora mismo, es el guardameta de Ondarroa el que tiene la sartén por el mango. Pero no siempre fue así. Porque este no es un 'huevo' aparecido de súbito en nuestra factoría. Todo lo contrario. Si ha habido un futbolista que ha ido acercándose al profesionalismo con el aura de convertirse en el inquilino de la portería rojiblanca, ese ha sido Kepa. Y mientras ese escenario ha ido llegando -internacional en todas las categorías, Bilbao Athletic, cesión a la Ponferradina, al Valladolid-, el club ha tenido el balón en su tejado durante mucho tiempo con la posibilidad de abrir la negociación entre las partes para alcanzar un acuerdo duradero y satisfactorio. Y no hubiese sido nada complicado rubricar ese compromiso. Pero no. Prefirió confiar en un obsoleto 'catecismo' negociador que para nada se adapta a las particularidades del actual planeta fútbol.
Por lo tanto, no nos engañemos hablando solo de los últimos 15 meses de negociación. Y mucho menos caigamos en la tentación del populismo, pasando del 'gudari' al desertor en función de la respuesta. Porque Kepa, ese niño vasco nacido en Ondarroa, de apellido Arrizabalaga, rojiblanco de cuna, seguirá siendo esa misma persona -con idénticos sentimientos- aunque su respetable decisión profesional pudiera apuntar en otra dirección. Quizá mejor exprimir al máximo la autocrítica y depurar responsabilidades. Se quede o se vaya.
Y si se diera este último supuesto, ojalá el club sea capaz de cuidar el respeto, de no olvidar el agradecimiento, de no construir falsos traidores, de dejar las puertas abiertas. En definitiva, de actuar con la grandeza y la inteligencia que merece nuestro Athletic. El de todos. Algo posible incluso desde la disconformidad. Se antoja un requisito indispensable para aspirar a un club orgulloso, romántico y diferencial, pero también moderno, pragmático y ambicioso. Un Athletic para el siglo XXI.
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