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A Ziganda se le está escurriendo el equipo entre los dedos, como al intentar coger un puñado de arena, y es que este Athletic tiene la consistencia del polvo de los caminos, así que otra vez dan ganas de comer cerillas, como dice Agiriano, para ... evitar tener que salir a quemar contenedores y que Bilbao no se convierta en la Roma de Nerón, y más todavía cuando ‘Cuco’ tiene la salida de pata de banco de comentar que la noticia era el regreso de Yeray. Vale amigo: que el central vuelva, que regrese al terreno de juego, que esté recuperado de su enfermedad es una magnífica noticia, que los medios de comunicación amplificarán convenientemente, y por supuesto, más vale una recuperación así que los tres puntos de un partido, pero el entrenador está a otra cosa, a intentar dar sentido a un equipo que cada vez va a peor. «Algo tenemos que hacer», dice, y se me ponen los pelos de punta, porque suena a grito de desesperación. Si el Titanic se hundió en mitad del Atlántico, después de varios días de navegación, el barco que fletó Ziganda no aguantó ni hasta la bocana del puerto.
Al entrenador le salió el experimento que perpetró sobre el césped de Montilivi peor que a Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla la gala de los Goya, pero si entras en Youtube puedes encontrar cientos de muestras del talento de los dos cómicos; así que comprendes que un fracaso lo tiene cualquiera. En cambio, hallar un buen partido del Athletic de Ziganda esta temporada resulta misión imposible. Y nadie escuchará a Reyes o Sevilla decir que repetirán lo que hicieron. Ziganda sí lo dice. Me da miedo.
Cuando el Girona llegó a San Mamés en la primera vuelta, dio la sensación de ser un equipo muy trabajado aunque algo ingenuo para la categoría; han pasado los meses y la segunda parte del razonamiento ha desaparecido. El Athletic, sin embargo, sigue igual o peor. Entonces se disculpaba el mal juego por la falta de rodaje; ahora ya no hay excusas que valgan. El de Ziganda, aunque duela, es el peor Athletic de la década.
Le doy mil y una vueltas a la cabeza intentando imaginar qué es lo que pretendía con su planteamiento de Montilivi, con una defensa en la que figuraban tres debutantes -podríamos considerar así a Yeray-, que nunca habían jugado juntos. El equipo no tenía salida porque Iturraspe se escondía entre la espesura del bosque en el medio campo y cuando asomaba, daban ganas de decirle que se volviera a esconder.
Tenía que ser Núñez el encargado de los recados, porque tampoco Beñat y Rico ayudaban mucho, y el central no es el jugador más dotado de clarividencia de la plantilla. Supongo que en esa tesitura, Iñigo Martínez se preguntaba a sí mismo qué hacia pegado a la banda, desaprovechando sus cualidades y tapándole las carencias a Andoni López, todavía tierno para enfrentarse a futbolistas de colmillo retorcido, como Stuani, autor de los dos goles.
Del uno al diez en la escala Ritcher de los despropósitos, el de anoche está entre el ocho y el nueve. Derribó la penúltima confianza que quedaba en un equipo inane, que está perdiendo hasta el alma, y como los terremotos se repiten cíclicamente, cada vez está más difícil reconstruir esa confianza. Algunos empiezan a pensar ya que es mejor pasar la excavadora, tirarlo todo y empezar a levantar el edificio desde cero.
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