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Como las derrotas en las visitas al Barça son de lo más variopintas y el único guion que se repite en ellas es que el Athletic pierde de forma irremediable no hay que extraer muchas conclusiones de lo sucedido el domingo en Montjuic. Ni de ... las buenas, que las hubo, ni de las malas, que también hubo que lamentar. Después de estos clásicos lo mejor es pasar página y centrarse en lo que está por venir. En este caso, lo que vendrá en los dos próximos meses, de aquí al final de la primera vuelta, que es algo muy importante, puede que decisivo. Para Valverde, sin duda, se trata de un objetivo prioritario. Sabe que si en este periodo su equipo se sostiene en su nivel actual de juego y resultados es muy posible que esta temporada, después de seis años de espera, logre por fin una plaza europea.
Todos sabemos que hacer este tipo de predicciones con el Athletic es más arriesgado que hacer un desfile de antorchas en una gasolinera, pero a veces hay que ser atrevidos. De mantenerse en sus números presentes, el Athletic acabaría la primera vuelta con 32 o 33 puntos; una bonita cifra que no ha podido alcanzar en las cinco últimas temporadas. De hecho, en ninguna llegó a los 30. El año pasado se quedó en 25 y las anteriores en 24, 24, 29 y 22. Lo ocurrido en el ejercicio anterior es muy relevante porque, al fin y al cabo, el grupo es prácticamente el mismo, su entrenador no ha cambiado y sus números en las diez primeras jornadas apenas han variado. Los rojiblancos tienen un punto menos (18 frente a 17), tres goles menos a favor (19 frente a 16) y también dos goles menos en contra (8 frente a 10).
La historia, en fin, se está repitiendo y aquí está el quid de la cuestión: la historia, sencillamente, no puede continuar repitiéndose en los nueve encuentros que restan hasta el final de la primera vuelta. Es cierto que la pasada temporada el Athletic acabó llegando a la recta final de la Liga en muy buenas condiciones para alcanzar una plaza europea y que fue un sprint desastroso el que le condenó. Ahora bien, quizá ese descalabro no se hubiera producido -o hubiera sido menos dañino- si el equipo no se hubiera caído con anterioridad en la segunda parte de la primera vuelta, entre las jornadas 11 y 19.
Fueron cinco derrotas, dos empates y dos únicas victorias en nueve partidos: 8 puntos. La situación dio un giro negativo. De ser sexto a dos puntos del cuarto en la décima jornada, el Athletic pasó en la decimonovena a ser octavo, a cinco puntos del sexto y a ocho del cuarto. La percepción sobre el equipo cambió. Fue un regreso a las andadas, una nueva recaída en el mal de la irregularidad a la que, como sucedió en otras anteriores con Marcelino y Garitano, no se le encontró una causa concreta. Del optimismo se pasó al desencanto o, en el mejor de los casos, a la resignación ante la cruda realidad de un equipo incapaz de ser regular no ya durante todo el campeonato sino ni siquiera durante una vuelta.
Pues bien, esto es justo lo que el Athletic no debe repetir. Desde el próximo domingo hasta el 3 de enero, los rojiblancos se enfrentarán al Valencia, Villarreal, Celta, Girona, Rayo, Granada, Atlético, Las Palmas y Sevilla. Y no se les pide que mejoren sino que se mantengan en torno al actual 56% de puntos en juego conquistados. O dicho de otro modo, que no se vengan abajo y tengamos que volver todos al discurso cansino y recurrente de las últimas temporadas.
El Athletic transmite buenas sensaciones. Sólo un equipo con las ideas muy claras y seguro de sí mismo es capaz de plantarse en Montjuic y jugarle al Barça con la ambición con que lo hicieron los pupilos de Valverde. No parece que esta actitud vaya a cambiar. Su técnico no tiene ninguna duda de que su tropa sólo puede ser competitiva si arriesga con un fútbol ofensivo en el que puedan brillar sus futbolistas de ataque más desequilibrantes, Sancet y los hermanos Williams. De lo que se trata es de mantener la máxima concentración, de evitar las desconexiones repentinas y los partidos plúmbeos como los que la pasada temporada, en el tramo del calendario que está por venir, se jugaron contra el Barcelona, el Girona o el Celta. Por ejemplo. Hasta ahora no se ha caído en ese error y a Valverde se le nota muy empeñado en que sus jugadores estén siempre con las orejas muy tiesas. Los atolondramientos se pueden a pagar muy caros esta temporada.
En realidad, la única duda que plantea este Athletic es su resistencia, vinculada a la profundidad de su banquillo. Hay dos cuestiones que están alimentando la sospecha de una debilidad en este sentido. Por un lado, la alarma que producen lesiones como las que ha habido que lamentar (las de Yeray, Ruiz de Galarreta, Nico Williams o las de Herrera y Berchiche el domingo en Montjuic). Y por otro, la escasa o casi anecdótica aportación de futbolistas como Muniain, Berenguer, Raúl García o Villalibre, por no hablar de la escasa presencia de promesas como Unai Gómez, Beñat Prados o Imanol García de Albéniz. El domingo, sin ir más lejos, se echó de menos una mayor aportación de los suplentes. El Athletic se antoja excesivamente expuesto al rendimiento de media docena de jugadores, pero también es verdad que esto es algo que les ocurre a los demás equipos que compiten por sus mismos objetivos.
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