Récord en La Catedral con 51.544 voces
La mejor entrada. ·
San Mamés roza el lleno con la respuesta masiva de una afición que anima como en las grandes noches y acaba llorandoLa mejor entrada. ·
San Mamés roza el lleno con la respuesta masiva de una afición que anima como en las grandes noches y acaba llorandoTras tanta final perdida, la afición del Athletic se había contenido los días previos a esta semifinal ante Osasuna. Como si se recetara a sí misma algo de prudencia. Pero el fútbol y el sentimiento rojiblanco están hechos de pasión. Y se desbordó en las ... horas previas al partido. Una marea de seguidores ocupó los aledaños de San Mamés para jalear a su equipo mientras la plantilla recorría en autobús ese breve trayecto entre el hotel y La Catedral. Bengalas, humo rojo. El himno. Banderas. Miles de manos palmeando la chapa del bus. Comunión entre los jugadores y la hinchada. En partidos así, San Mamés tiene un enchufe que conecta al equipo con la afición. Esa corriente eléctrica llenó de sonido y emoción la antesala del encuentro, que iba a batir el récord de afluencia en La Catedral con 51.544 espectadores, esto es, 1.803 más que la anterior plusmarca (contra el Barça el pasado 12 de marzo). Nadie quería perdérselo.
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Era tal el gentío y tanta la pólvora que explotaba en petardos y cohetes que un contenedor acabó echando fuego. Incendiado. Ya había pasado por allí el autobús del Athletic. Faltaba el que trasladaba a Osasuna, que permanecía al ralentí a la puerta de su hotel, junto al Sagrado Corazón. A dos pasos del estadio. La Ertzaintza, según difundió el club navarro, «retuvo» el vehículo debido, al parecer, al incidente con el contenedor. La medida no sentó bien al conjunto rojillo. «Osasuna acaba de llegar a San Mamés media hora más tarde de la hora prevista tras los hechos sin precedentes que han acontecido en el desplazamiento al estadio. El club ha solicitado a la Federación que el partido se inicie a las 21.15 horas», denunció el club navarro. Pidió ese cuarto de hora de retraso y le concedieron diez minutos. La semifinal comenzó a las 21.10.
Había enfado en la entidad navarra. La expedición rojilla tuvo que dar un rodeo, pasó junto al hotel Ercilla y se encaminó por una ruta alternativa hacia La Catedral. Llegó tarde. Y diez minutos tarde arrancó el partido. Estaba claro que no iba a ser una noche fácil para Osasuna, que partía, eso sí, con un gol a favor. Pero con San Mamés, abarrotado, en contra. Cincuenta mil gargantas rojiblancas. A todo volumen.
Ya por la tarde, desde el mediodía, se palpaba el aumento de temperatura. Las cuadrillas aprovecharon para comer en grupo y luego alargar la sobremesa. Las camisetas y bufandas rojiblancas invadieron las terrazas del centro de la ciudad. 'Pozas' era un hervidero. «Es una ocasión especial», repetían Jon y Urtzi. En otro corrillo, dos aficionados disfrazados de leones afilaban las garras. «¿Quieres una estrella?». La respuesta fue afirmativa: «Una 'Estrella Galicia', sí». Las botellas vacías se acumulaban mientras caía el sol, tan bajo que obligaba a hacer visera con la mano. La mayoría de los estudiantes disfrutan ya de sus vacaciones. Fiesta. Athletic. Eran ya las 19.00, a dos horas del inicio previsto del duelo, y estaban llenos los alrededores de La Catedral. El grito 'Athleeeeeeetic' se quedó con todo el aire. Las bufandas activaron su molinillo en cuanto vieron aparecer el autobús en el que iba su equipo. «¡Goazen!».
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La voz en carne viva. La hinchada más joven actuaba como el pulmón del equipo. Era el ensayo para lo que esperaba un rato después en el campo. Ya nadie parecía acordarse de las seis finales perdidas desde 2009. La ilusión no tiene memoria. Siempre mira hacia delante. «¡Osasuna, sois cuatro gatos!», cantaba un grupo. En realidad, sí que se reunieron unos cuantos hinchas del conjunto navarro. De hecho, su afluencia colaboró de forma decisiva a que San Mamés registrara su mejor entrada.
La Catedral esperaba revestida de rojo y blanco. La grada desabotonó su garganta. Osasuna sólo escuchaba la voz de su rival. Familias y cuadrillas unidas. Del abuelo a la nieta. La ilusión siempre está en edad de crecer. Enseguida se notó la conexión entre el equipo y la grada. El Athletic corría a todo voltaje mientras al conjunto navarro el balón parecía darle calambre.
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Los cincuenta mil multiplicaban la presión que ejercían sus jugadores. «¡Jo ta ke irabazi arte!». Las banderas no dejaban de girar. La banda sonora atronaba. Y más cuando Iñaki Williams tradujo el dominio en gol. Al fin. El 1-0 igualaba la eliminatoria, que en ese momento parecía decantarse claramente por el Athletic, dueño del partido y llevado de la mano por su afición. Llegaron las ocasiones para sentenciar. Nico Williams tuvo dos para ejecutar a Osasuna. Y las falló. El lamento de la afición recorrió el estadio, que, de inmediato, reinició los ánimos. Más aún. Que no decaiga. «¡Athletic! ¡Athletic!». La puerta de la final, de otra final, estaba ahí, entreabierta. Pero nadie la empujó en el tiempo reglamentario. Tampoco en la prórroga. Perdonar al rival es pecado en el fútbol.
Y el Athletic lo pagó cuando Ibánez anotó el empate. Ducha fría. El niño que ve cómo explota su globo. Tremenda decepción. Sólo entonces se escuchó a los hinchas navarros, eufóricos, mientras a algunos rojiblancos se les escapaban las lágrimas. Desde el césped, los jugadores les aplaudieron tras el partido. Lo merecían.
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