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Quién iba a decirles a María Zapata e Ismael Centeno que, justo el día de su boda, surgiría en sus vidas un nuevo romance. Aquel ... 6 de abril, la primera marcha nupcial que sonó en la catedral de Sevilla fueron las voces, relativamente acompasadas pero muy entusiastas, de cientos y cientos de forofos rojiblancos que entonaban 'los novios son del Athletic'. Y ahí, claro, surgió ese nuevo enamoramiento, que afortunadamente era compatible con el enlace que estaban celebrando: Ismael y María se convirtieron en 'los novios del Athletic' y, por extensión, en los novios de Bilbao, de Bizkaia y de Euskadi entera. En aquellos días de sobredosis informativa, su historia -con su mezcla encantadora de absurdo y emoción- prendió en los corazones de la gente. ¡Aquello tan bonito no podía acabar ahí!
Ayer, por fin, esta historia dejó de ser un amor a distancia y el matrimonio devolvió la visita a los bilbaínos. El Departamento de Turismo del Gobierno vasco ha invitado a la pareja con la colaboración del Athletic, Vueling y el hotel The Artist, porque sería difícil encontrar unos embajadores más apropiados para promocionar su ruta Grand Tour. «Nos quedamos atónitos, sin palabras, y no pudimos más que contestar 'por supuesto'», explica María. Claro, andaban liadillos con esas cosas de los recién casados, como una luna de miel que les ha llevado a Singapur y Bali, así que ha habido que esperar hasta ahora, mes y pico después de la boda y de la final en Sevilla.
Los novios volaron ayer desde Valencia, donde residen, y aterrizaron en un inesperado Bilbao tropical. «Todo el mundo nos decía: cuidado con la ropa, que no es Sevilla ni Valencia. Y mira, 27 grados», se reía María. Su visita empezó como deben empezar estas cosas en Euskadi, con una buena jamada: fue en La Gavilla y disfrutaron especialmente de las alcachofas y los langostinos en tempura. «Todo muy rico y de cantidad superbién», elogió María, que va al grano como buena bilbaína honoraria. Después otearon la panorámica desde el mirador de Artxanda («me encanta que el verde esté tan cerca de la ciudad», aprobó Ismael) y subieron a la pasarela del Puente Colgante («la verdad es que la estructura impresiona», comentaban), antes de regresar a Bilbao a bordo de una embarcación, siguiendo la ruta de la gabarra. «Vaya, ¡la pareja más famosa de la Península!», los recibió uno de los tripulantes.
Teniendo en cuenta que no han venido vestidos de novio y de novia, resulta sorprendente que la gente los reconozca con tanta facilidad. En Portugalete, un grupo de niños empezó a corear 'viva los novios' y ellos saludaban con el brazo, que es algo que ya entrenaron a fondo el día de la boda. Y después los volvieron a jalear en otro par de momentos del recorrido. También fue curioso el encuentro con el director del Hotel Puente Colgante, Ricardo Campuzano, porque, aunque ellos no tenían ni idea, se trataba en realidad de un reencuentro: Ricardo fue uno de aquellos athleticzales que los aclamaron ante la catedral de Sevilla. «¡Qué jaleo se montó, fue divertidísimo!», seguía asombrándose ayer.
La visita no solo está sirviendo para que ellos conozcan mejor Bilbao, una ciudad que ya habían visitado en más de una ocasión: también está permitiendo que Bilbao los conozca un poco mejor a ellos, más allá de la resultona etiqueta de 'los novios de Sevilla'. Ismael, de 36 años, es de la capital andaluza y trabaja en Adif, mientras que María tiene 31, procede de Cuenca y es oncóloga. Se conocieron de vacaciones en la playa, en Mojácar, y empezaron a vivir juntos en Zaragoza, donde estaba trabajando ella. Pero, ay, resulta que Euskadi, antes de reforzar su unión, los separó: «Ismael aprobó las oposiciones de Adif y lo mandaron a Vitoria -relata María, a quien le entra la risa al recordar un detalle-. Él es muy friolero y el primer día allí durmió con el abrigo puesto».
¿Y ahora qué, cómo va a evolucionar este extraño romance con Bilbao, Bizkaia, etcétera? «Yo creo que haremos por seguir viniendo. Aquí siempre hemos estado bien y esta vez va a ser muy especial. Nos quedan muchos rinconcitos por conocer y nos apetece explorarlos», plantea María, que reconoce que a Ismael, en algún momento, le ha dado un subidón de esta curiosa fiebre vasca: «Llegó a decir que, si le regalaban una camiseta, le ponía a nuestro hijo Gorka. Eso fue el día de la boda, creo. Y después ha insistido en que podríamos ir mirando nombres vascos». Fue uno de los pocos temas que no se tocaron en el máster de ayer: la guía, Elena, les explicó desde la historia del funicular o del Edificio del Tigre hasta el origen del alirón, pasando por las singularidades de la comparsa Pinpilinpauxa. «Vaya, eso ya no es básico, ¡eso es profundizar!», celebraba María.
Hoy les espera excursión a Vitoria (donde Ismael conserva buenos amigos), poteo en Pozas y partido en San Mamés contra Osasuna, para redondear ese peculiar itinerario suyo de catedral a catedral. «Qué ilusión. Ya les dimos suerte una vez, ¡a ver esta!», se conjuraba Ismael. Y mañana tienen cita con el Guggenheim y el Museo del Athletic, donde verán por fin de cerca esa copa que para ellos tiene algo de tarta de bodas.
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