Javier Muñoz
Miércoles, 17 de mayo 2017, 22:52
Si te dan a escoger entre la realidad y la leyenda, es mejor la leyenda. Esa regla de la literatura y el cine vale para el fútbol, que se nutre de los mismos ingredientes. Batallas, héroes, triunfos. Cuando llega el momento del adiós, no hay ... más que eso. El balance de lo que uno ha hecho y la manera en que lo recordarán.
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«El día a día en el Athletic ha sido un regalo. Soy un privilegiado», declaró anoche Gorka Iraizoz, rodeado de niños que le pedían autógrafos y le cantaban el himno del Athletic. Podía hablar con ellos y confesar a todo el mundo que estaba encantado de llevarse una foto enmarcada, pero el club le prohibió atender a los medios comunicación. Él se disculpó amablemente.
Gorka hizo ayer balance en un simpático homenaje que le tributó la peña Indautxu en Bilbao. Despedido con una cálida ovación el pasado domingo en San Mamés, los organizadores del acto difícilmente podían haber hecho más feliz al futbolista navarro al invitar a dos mitos del Athletic. En cierto modo, esos dos mitos tenían que disculparse con Iraizoz, porque durante las diez temporadas que ha ocupado la portería del Athletic (392 partidos entre 2007 y 2017), Carmelo Cedrún y José Ángel Iribar quizá fueron culpables de algunas de sus noches sin pegar ojo por los murmullos de San Mamés. Los dos le habían dejado el listón muy alto.
La sombra del Chopo
«El público ha sido duro con Iraizoz», reconoció Carmelo, a sus 87 años. Pero no sólo con el navarro. También su hijo Andoni luchó a brazo partido para hacerse un sitio en la portería del Athletic. «Al final él fue campeón de UEFA con el Zaragoza y yo no», bromeó el padre.
Si algo consiguieron Carmelo (14 temporadas y 402 partidos) e Iribar (18 y 614) fue poner muy caro su puesto en la Catedral. La sombra del Chopo -récord de alineaciones con los leones seguido de Txetxu Rojo- se proyectó sobre los que vinieron detrás. Por eso tuvo tanto valor simbólico ayer su presencia y la de Carmelo en la despedida de Iraizoz. Entre los tres sumaban 42 temporadas de titularidad en el Athletic.
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José Ángel, Carmelo ha asegurado que le temblaban las piernas el día que sustituyó a Lezama. ¿Sintió usted lo mismo cuando le sustituyó a él?
Temblar las piernas no es la expresión. Pero había que trabajar mucho para ganarse el sitio. Era un crack, una leyenda.
En ese instante, Carmelo confiesa en el corrillo de al lado que lo malo de ser entrenador es que «no puedes salir a jugar». «Iraizoz debe seguir en el fútbol. Está en su peso y puede ir a cualquier sitio», aconsejó.
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Usted se marchó al Español, de donde vino él. Casualidades de la vida.
Di Stefano y Kubala estaban detrás de mí. Yo era un portero distinto, duro. No tenía miedo. Eran los delanteros los que me temían. En el Athletic éramos un equipo de rachas, como el otro día contra el Leganés. Por eso la Liga era tarea casi imposible».
Las palabras de Carmelo se perdían en el barullo de la Peña Indautxu. Allí se habían congregado Argoitia, Dani, el directivo del Athletic Javier Aldazabal, la concejala de Deportes de Bilbao, Ohiane Agirregoitia, y la diputada foral de Cultura, Lorea Bilbao. Tampoco se quiso perder el homenaje el presidente del PNV, Andoni Ortuzar.
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«La portería te tiene que gustar -le escuchó el burukide a Iribar-. Sufres mucho. Somos diferentes. Hay que estar un poco loco».
Los niños atendían al Chopo. Iraizoz estaba encantado.
Desde que se retiró Iribar en 1980, él es quien más tiempo ha ocupado la portería del Athletic. Ha devuelto una vieja tradición al club: la de los cancerberos de largo recorrido, en la plantilla y en la memoria de la hinchada. Blasco fue el símbolo de los años treinta, tiempo truncado por la Guerra Civil, y Lezama encarnó los cuarenta. Carmelo Cedrún marcó la década de los cincuenta, la de los once aldeanos que se llevaron la Copa de 1958, mientras Iribar reinó en los años sesenta y setenta. El hueco que éste dejó al retirarse fue un enorme cráter en la confianza de los socios, algo que pesó como un fardo sobre los sucesores. Lo puede atestiguar Andoni Zubizarreta, que sufrió hasta afianzarse en el once triunfante de Javier Clemente para irse luego al Barça. Lo puede atestiguar Iraizoz, con quien Carmelo se deshizo anoche en elogios. «San Mamés no tenía razón con él. Yo siempre lo dije. Sabía que iba a triunfar», repetía en la Peña Indautxu.
El directivo Aldazabal no ocultó su emoción al contemplar la foto estelar de los protagonistas. Cuando Carmelo, Iribar e Iraizoz pusieron sus manos sobre un balón. Tres generaciones del Athletic, tres épocas, se condensaban en una imagen. Más de medio siglo ha pasado desde que Carmelo Cedrún cedió el testigo a Iribar en la temporada 63-64. Ahora el turno le ha llegado al joven Kepa Arrizabalaga.
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«Todos nos sentimos titulares, pero sabemos que hay momentos en que nos tocará vivir la suplencia», confesó Iraizoz en una entrevista en 2013. Tres temporadas ha tardado en experimentar esa sensación en beneficio de otro jugador con futuro. Y ya es el momento del adiós. «Si tengo que buscar un recuerdo, me quedo con la Supercopa», explicó ayer Iraizoz a los niños que le atendían.
«Lo importante es que está en su peso. Que siga jugando», insistió Carmelo.
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