Juanma Mallo
Lunes, 27 de junio 2016, 23:47
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Hacía calor aquella mañana de junio en Cádiz. Mucho. Hace justo un año. El sol golpeaba con dureza. El partido era a las doce de la mañana de un 28 de junio; sin embargo, los alrededores del Ramón de Carranza bullían de actividad, de gritos ... y de confianza en la remontada desde tres horas antes. El Cádiz y su afición, esos que hoy celebran por fin el regreso a Segunda División, rezumaban optimismo, consideraban que el conjunto entonces entrenado por Claudio Barragán lograría superar los dos tantos en contra que los gaditanos padecían en esa final por el salto de categoría. Enfrente estaban los cachorros del Bilbao Athletic, jugadores jóvenes que disfrutaban de la renta de ese par de dianas firmadas por Gorka Santamaría, logradas en San Mamés en cinco minutos de ensueño. Ni la presión, ni la bisoñez, ni el acoso local, tampoco el hecho de que Jona anotase en el minuto 9 de ese encuentros, pesó a la tropa de Cuco Ziganda. En un ejercicio tremendo de sufrimiento, y un tanto en el descuento de Néstor Salinas a los pocos días se le dio la baja, los bilbaínos devolvían al filial del Bilbao Athletic a Segunda 19 años después.
La hinchada local recibió a los suyos con esa entrega habitual de la Tacita de Plata. Gritos, alguna bengala. Ánimos en una ciudad teñida de amarillo, con pequeños toques rojiblancos, la mayoría de veraneantes que disfrutaban ya de las vacaciones en localidades costeras, como Conil de la Frontera, Puerto de Santa María y Zahara de los Atunes, entre otras. La esperanza gaditana era máxima, con el alcalde José María González, Kichi, como uno de los aficionados que llenaban el Ramón de Carranza. Se acercaba la hora del partido, y en los alrededores del estadio el ambiente era excepcional, con la cerveza como acompañante del desayuno, algún café perdido.
A las doce, comienza el partido. El Cádiz buscaba la remontada soñada, un salto. El Bilbao Athletic, con Remiro en la portería, aguantaba. Hasta que en el minuto 9, Jona mete el susto en el cuerpo a los chavales de Ziganda. Nervios. Todavía restaban 80 minutos para aguantar las embestidas locales. El calor era enorme; el césped, en mal estado, seco como un bocadillo de polvorones. Pero el filial, ese que esta temporada ha vuelto a caer a Segunda División B, resistió. Hubo sufrimiento, también agonía y, por supuesto, alguna dosis de suerte, fundamental siempre en una conquista deportiva de tan alto calibre, como un remate de Juan Villar al larguero en el minuto 39.
El cuadro de Claudio estaba volcado a por el segundo. La grada no paraba de cantar, de animar, de empujar. Vamos, que se trataba del llamado jugador número 12. Pero ese ambiente infernal no pasaba factura, al menos en forma de diana en contra, al Bilbao Athletic. Resistía, a pesar de que Gorka Santamaría padecía solo en punta; Lekue y Sabin no conectaban con el resto de la plantilla. De hecho, el primer disparo a puerta de los vizcaínos llegó en el minuto 50. Pero mantenían la renta, a pesar del cansancio, del calor, e incluso de las malas artes de algún futbolista local, que tiró de pillería, de marrullería, para intentar que los futbolistas del Bilbao Athletic, jóvenes, se echaran a temblar. Ni mucho menos. Es más, cuando el encuentro se terminaba, ya en el tiempo de descuento, un contragolpe selló el ascenso. La gloria. Néstor Salinas, en el 93, devolvió al filial a Segunda, 19 años después. Explosión de alegría visitante. Algarabía. Pero resquemor en la grada del Carranza, un sector «no nos representan», decían varios hinchas en la otra parte del campo a los periodistas bilbaínos, se encargó de tirar botellas de agua a los chavales de Cuco Ziganda. Antideportividad. Pero todo quedó ahí. Final. Y júbilo.
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El filial regresaba a la categoría de plata. Enorme éxito. El único segundo equipo que estaría en esa división en la campaña 2015-16; igual que ocurrirá este ejercicio con el Sevilla B. Los jugadores estaban emocionados, entusiasmados, con una camiseta conmemorativa. Tras atender a la prensa, llegó la fiesta. En Jerez, la ciudad en la que se alojaban, en un establecimiento con campo de golf y también terrenos de fútbol, en donde se ejercitaron en la previa para escuchar las últimas consignas del míster. Y la noche se estiró en este enclave gaditano, a pesar de ser domingo. Se notaba al día siguiente en las caras de los futbolistas. En el aeropuerto de Sevilla y en el avión, la alegría continuaba, los cánticos, pero había muchas voces rotas, había mucho sueño, y también muchas ojeras. Sabin con dos banderas quizá era el que irrabidaba más felicidad. Pero todo eso vale un ascenso al sol, un salto de categoría en un equipo con futbolistas de la tierra. Fue hace un año, en Cádiz, un lugar que ahora disfruta con su equipo, de nuevo en Segunda, gracias a Güiza.
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