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Fue en este aula del colegio Virgen de la Cerca de Andosilla donde Carlos Gurpegui aprendió a leer y a escribir con su maestra Juana Mari.
La clase de Gurpegui

La clase de Gurpegui

Andosilla asiste entre orgullosa y triste a la retirada de su ilustre vecino, un hombre que está presente en cada rincón del pueblo que le vio crecer y hacerse grande

robert basic

Sábado, 14 de mayo 2016, 19:27

En Andosilla, Gurpegui no es Gurpegui. Es simplemente Carlos, o como mucho Gurpe. Los formalismos se quedan en Bilbao, «en la ciudad», donde esta tarde escenificará su retirada tras 18 años de servicio en rojo y blanco, 15 de ellos en la élite. «Cuando viene aquí es uno más, uno de nosotros», apostillan algunos de los casi 3.000 habitantes de este municipio de la Ribera navarra, rodeado por las tierras de Sartaguda, Cárcar, Lerín y San Adrián, acostado en la margen izquierda del Ega, río que da nombre al equipo en el que el gran capitán empezó a dar sus primeros balonazos. La gente, su gente, se toma con filosofía y también con una mezcla de pena y melancolía su adiós porque sabe que con el deportista se va una parte del pueblo, la que ha permanecido cosida a su apellido durante casi dos décadas y que el jugador ha paseado con orgullo por toda España y media Europa. Más de un centenar de andolenses estarán hoy en San Mamés para despedir a su vecino, a Carlos, al que han visto crecer y hacerse grande.

Al reportero le habían recomendado hablar con Mariano Azcona para conocer el pasado más tierno del duro capitán del Athletic. Azcona tiene una clínica de fisioterapia y osteopatía situada en la calle Verdura y unas manos de pelotari, además de una sonrisa contagiosa que ilumina toda la consulta. Resulta que este exdelantero de Osasuna, Lleida, Sant Andreu y Tudelano fue el primer entrenador de Carlos Gurpegui en el River Ega y el hombre que detectó algo especial en aquel chaval menudo y todo carácter, que no paraba quieto y destacaba por su manera de competir contra rivales que le sacaban una cabeza. «Llevaba el peso del equipo y encima marcaba goles, hasta 20 por temporada. Tenía el don de ver las jugadas y anticiparse. Era un atleta, un líder, y su personalidad es la que muestra en el campo». Cuenta este fisioterapeuta, que tuvo a Mané en el banquillo del Lleida, que un día vino el Izarra con la intención de captar al hermano mayor, Pedro. «Les dije: Anda, llevaos a este, que va a ser futbolista». Le hicieron caso.

Azcona tenía a Gurpegui en cadetes y con 15 años decidió reclutarle para el primer equipo, que se jugaba el ascenso. «Le subí y no dejaba de pensar que su madre me mataría. ¡Solo era un crío! Al final me lo llevé y el chaval metió dos goles. Le vio Patxi Ripodas y me dijo: Mariano, ¡tienes un diamante! Ya en el Izarra se fijó en él Amorrortu (José María) y enseguida acabó en Lezama». El «míster», como todavía le llama Gurpegui cuando se cruzan por el pueblo, resalta sobre todo el carácter de un chaval que podía con todo. Confiesa que fuera del campo era un «pieza» y que estaba «liándola» un día sí y otro también -«tenía una pandilla de cabrones...», comenta entre risas-, pero que jamás ha dejado de ser «honesto y noble». Para reflejar su tenacidad y su fuerte personalidad, recupera una anécdota. «Cuando eran pequeños, en fiestas soltaban en la plaza a un gorrino engrasado y los niños le perseguían. Lo cogía siempre el mismo, Carlos. Era un ganador».

«No ha cambiado»

Da igual a quién se le haga la pregunta porque la respuesta siempre es la misma. «No ha cambiado nada. Sigue como el primer día». El tema del dopaje todavía escuece en el pueblo, que arropó al jugador en los momentos más duros. «Lo sufrimos todos porque sabíamos que era inocente. Andosilla se ofendió porque habían atacado a uno de los suyos. Si volaba, ¿para qué iba a tomar nada? Cuando se fue a Bilbao le hicieron pruebas de fuerza y rompió la máquina», subraya Azcona. Preguntado por la retirada, entiende la decisión del jugador de dejarlo. «Quería terminar bien, en activo, y lo ha hecho. Su papel en el vestuario ha sido fundamental y ya puede irse».

Ya fuera de la consulta tocaba acercarse al bar Ideas. Mariano Azcona no dejaba de mencionar a un tal Gorricho y resulta que es uno de los mejores amigos de Carlos. Se llama Manuel y regenta este establecimiento desde hace algo menos de dos años. A la conversación se une también Javier Tres, otro colega, que desvelaría una de las travesuras más memorables de la pandilla en forma de extracción de exámenes y su posterior fotocopiado. «Aprobamos todos», recuerda con una sonrisa Tres. Los dos confirman que de pequeño su amigo Carlos era «un cabrón, un pieza» -Gorricho insiste en que se recoja la literalidad de sus palabras-, lo que no deja de ser un halago para un tipo al que adoran y respetan. «A mí me ha ayudado muchísimo», apostilla el empresario, mientras que Javi destaca el apego de Gurpegui a su tierra. «Sigue con la cuadrilla y jamás ha olvidado sus raíces».

El caso es que Gorricho también jugó al fútbol y lo hizo en el mismo equipo que su amigo del alma. Debió de ser bueno, pero se quedó por el camino. ¿Por qué? «Porque cuando había partido Carlos no salía y yo estaba por ahí hasta las seis de la mañana», se sincera el hombre, quien pronto se dio cuenta de que Gurpegui llegaría lejos. «Era el mejor, flaco y rápido, y en Bilbao le muscularon. Siempre ha tenido carácter y constancia, justo lo que nos ha faltado a los demás. Se partía la cara con los mayores y eso que entonces pesaba 25 kilos». Los dos amigos recuerdan sus visitas a la residencia, donde al principio vivía el central, a San Mamés, e incluso estuvieron el día de su debut en El Madrigal. Nunca han dejado de estar juntos, ni siquiera cuando el fútbol les separó.

Peleado con los estudios

Cuando se les pregunta por el episodio del dopaje ladean la cabeza. Les da rabia recordar. «Sé que no tomó nada», dispara Gorricho, y Tres asiente. «Qué va a tomar, si le encantaba el fútbol y tampoco lo necesitaba. Estaba muy jodido por todo aquello». Los dos entiende que haya decidido retirarse porque «36 años -los cumple en agosto- son 36 años. Pero a pesar de la edad le fastidia dejarlo. Si le ofrecieran algo en Estados Unidos... no sé yo», dice por lo bajo el dueño del bar. ¿De qué equipo son? «Somos del Athletic por Carlos», suelta contundente Gorricho.

A escasos metros del Ideas está el colegio Virgen de la Cerca, donde estudiaba Gurpegui. Estudiar, lo que se dice estudiar, no lo hacía mucho porque, según recuerda Juan Ramón Sagasti, secretario del centro, «solo pensaba en el recreo y en salir a jugar con la pelota». El hombre relata que no había manera de sentarle delante de un libro, «ni siquiera en la época de los exámenes», y las visitas de la madre eran frecuentes. El chaval disfrutaba en el patio con el balón y tampoco paraba de hacer trastadas. «Él y su amigo Gorricho se pasaban más tiempo castigados en el pasillo que en clase. Eran dinamita pura», suelta entre risas Sagasati, que lleva 36 años en la escuela y se jubilará en agosto. «Pero no hacían nada malo, simples travesuras. Eran buenos chicos».

También Sagasti detectó madera de líder en Gurpegui, quien luego se trasladó a Estella, pero sus prestaciones académicas no mejoraron. Sí lo hizo su fútbol, que acabó por llevarle al Athletic. «Es triste que se retire», comenta el secretario mientras enseña las aulas por las que pasó el capitán rojiblanco. Se detiene en una de ellas. «Aquí aprendió a leer y a escribir con su maestra Juana Mari», cuyos hijos los cuidaba la abuela de Carlos. «Es triste que se retire porque con él también se va una parte de Andosilla». Esta opinión es compartida por el alcalde José Manuel Terés, quien expresa su «orgullo» por tener a un vecino como Gurpegui. «Ha llevado el nombre del pueblo por toda España y Europa y es un espejo en el que deberían mirarse los chavales. Cuando voy por Bilbao y digo de dónde soy, la gente enseguida suelta aquello de ¡como Gurpegui!. Da pena su adiós, pero es una decisión personal». El regidor confirma que se le tributará un homenaje a comienzos de junio durante la celebración del torneo que lleva su nombre. «Lo haremos entre el Ayuntamiento, el River Ega y la peña que tiene aquí en el pueblo».

Carlos Amatriain es el presidente de la peña Carlos Gurpegui y amigo del futbolista. Su trabajo le absorbe -tiene un negocio de electrodomésticos y mobiliario-, pero hoy estará en San Mamés junto a otros 130 andolenses. «Hemos hecho camisetas para la ocasión», apunta. Solo tiene palabras elogiosas para el navarro, de quien destaca su afán de superación y fortaleza mental. «Es un ejemplo para mí. ¿Podía haber seguido en activo un año más? Sí, ¿pero para qué? Ha hecho bien en dejarlo ahora». Advierte de que «el Athletic no tendrá a un jugador con tanta dedicación como Gurpe. Y es humilde. Sigue con el mismo BMW X5, que además compró de segunda mano. Se va un tío distinto, un tipo ejemplar».

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