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jon uriarte
Viernes, 13 de mayo 2016, 22:34
Dicen que el primer saludo marca a las personas, para siempre, en nuestro inconsciente. Tengo dudas. Los adioses, como los finales, son los que realmente sellan vidas, películas y novelas. De ahí que saber irse sea todo un arte. Especialmente en la vida profesional. Porque ... exige partir, antes de que nos digan adiós. Fieles a la máxima: «Que nos echen de menos y se queden con ganas de más». Un lujo al alcance de muy pocos. Entre ellos, Gurpegi. Tantas veces creímos que el fútbol le estaba enseñando la puerta de salida que, al llegar la definitiva, el navarro está siendo más admirado que llorado.
San Mamés le cantará hoy, suponemos, un «txoria-txori» cargado de sentimiento. Tal y como sucedió con Iraola. Puede que más apasionado. Porque quisieron convertirlo demasiadas veces en juguete roto, sin comprender que tenía pilas para rato. Desafió a la lógica para sobrevivir en una carrera con forma de montaña rusa. Pero todas las baterías, hasta la de Gurpe, se agotan. Y antes de que lo aparten, ha tomado la iniciativa. No irá lejos. Lezama le reclama. Hace bien. No hay jugador, sobre todo veterano y con galones, que no subraye su importancia a la hora de mantener valores y principios en el vestuario. Cuando Etxebe, 'el Gallo', se retiró me dijo que Gurpe era uno de los últimos bastiones contra el desapego de las nuevas generaciones hacia nuestra necesaria fidelidad y obligado compromiso. Y añadió que era capaz de crear un ambiente de camaradería inusual en el actual fútbol profesional. La afición lo sabía. Por eso aplaudimos sus últimas renovaciones, pese a saberle falto de pila. Sentado en el banquillo aportaba más que otros sobre el verde. De ahí que su comparecencia el miércoles en Lezama lograra que compañeros, técnicos, directiva y prensa deportiva compartieran su emoción. Al fin y al cabo, no solo se va un jugador. También una sonrisa. La que nunca perdió, pese a las graves lesiones y a los dos años de castigo por algo que merecería ser analizado a fondo. Carlos fue partícipe involuntario de una caza de brujas, con periodistas y médicos de por medio, en la que acabó siendo víctima colateral. Pero no manchemos estas líneas con asuntos enfangados. En otro 'Piscolabis', sí quieren, hablamos de ello. Hoy lo vamos dedicar a aplaudir un elegante adiós.
Gurpe, pese a los avatares, ha tenido mucha suerte. No solo porque tendrá pagada la luz hasta que se muera, tras años en el Athletic, sino por otra cosa. Ha podido y sabido despedirse como a todos nos gustaría, trabajemos aquí o allá. Con abrazos y entre lágrimas sinceras. Rara vez te permite la vida algo así. Aunque pongamos nuestra mejor voluntad, nadie nos puede asegurar que acabaremos teniendo ese dulce final. Lo habitual suele ser salir mal y por la puerta de atrás, un día inesperado en el que apenas puedes recoger tus cosas. Es el sino de los tiempos. O puede que siempre fuera así. No lo sé. Pero veo a demasiada gente que lucha por pasar esa última página sin que le cierren el libro en la cara. Por eso envidio y admiro a Gurpe. Ha podido hacerlo y puede sentirse orgulloso. Se lo ha ganado. Cuando esta noche, tras el partido, salga por la puerta del vestuario su vida será otra. Ya no escuchará su nombre por la megafonía de San Mamés. Ni le gritarán desde la grada tras un acierto o un fallo. El pantalón corto se tornará más largo y no atará botas bajo el rugido de La Catedral. Pero siempre podrá presumir de una cosa. No me refiero a la Supercopa. O no solo. Sino a otro trofeo. Ese que, siendo inmaterial, pesa como ninguno. El cariño de quienes le conocieron. Fuera de cerca o de lejos. Solo los que no tuvieron interés en saber cómo era le han criticado, ninguneado o insultado. El resto, le guarda profundo respeto. Y cariño. ¿Se han dado cuenta de que es uno de los jugadores que más gente aprecia, sean compañeros o rivales? Por algo será.
Es imposible no quererle
El niño que fue creciendo y que llamaba a su ama a la pescadería para contarle cómo había ido el partido va a colgar la camiseta. Y lo va a hacer en la que siempre será su casa. Un gran club lo componen genios del balón y jugadores de club. Pero también existen otros. Los imprescindibles. Aquellos que te dan todo cuando el resto habría abandonado. Es el caso de Gurpegi. Se ha roto tantas veces la cara por nosotros, que es imposible no quererle. Así que llegados aquí solo queda despedirnos. Siempre suelo recordar en estos casos que «agur» no significa «adiós». Viene a ser un saludo respetuoso, que vale tanto de despedida como de bienvenida. Quizá se deba a que los vascos no sabemos despedirnos. O a que no queremos hacerlo. Así que, hoy más que nunca, «Agur Gurpe, agur Capitán».
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