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Juanma Mallo
Miércoles, 4 de mayo 2016, 00:11
Existen futbolistas diferentes. Profesionales del deporte que dejan huella por su sencillez, por su amabilidad, por su cariñoso trato con todo el mundo que le rodea, lejos de las estridencias habituales de los últimos tiempos. También por su bravura, por ese tesón de ofrecer todo ... en cada instante; no importa si se encuentra en un entrenamiento, o si es consciente de que no va a ser titular el fin de semana, él se deja hasta la última gota de sudor en beneficio de un bien común, en este caso el Athletic. Es Carlos Gurpegui (Andosilla, 35 años), el gran capitán, el hombre que lloró, padeció y sufrió por su positivo por 19 norandrosterona. Que se levantó de cada lesión que le ha golpeado en su carrera deportiva: un par de traumatismos craneoencefálicos, fractura maxilar, rotura de los huesos propios de la nariz, dos pubalgias, rotura de los ligamentos cruzados anteriores de ambas rodillas, esguinces... Todos esos sopapos le han zurrado al navarro, y de todos se ha levantado con la mejor cara. Otros, sin embargo, tirarían la toalla.
Después de quince temporadas en el primer equipo rojiblanco, casi 400 partidos -¿cuántos hubiera sumado de no mediar esas catastróficas desgracias?-, otro 'One Club Man', Gurpe -así le llaman en el vestuario- colgará las botas este verano. Se acabó. Cuando se produce el adiós de un futbolista rojiblanco, me gusta mirar atrás y recordar momentos, instantes, con ese profesional. Del navarro siempre evocaré dos entrevista y una secuencia mágica.
Una de esas conversaciones se produjo en una situación complicada de su carrera deportiva: cuando estaba sancionado, meses después de que la Audiencia Nacional desestimara el recurso que había presentado contra el castigo que pesaba sobre él por dopaje. Esa comunicación se produjo el 31 de julio de 2006, y él me atendió en Lezama poco antes de que ese año expirase. Confesó que aquel día de verano lloró cuando Sabino Padilla (jefe de los servicios médicos) y Txato Núñez (delegado) le contaron lo que ocurría: él se había sorprendido al encontrarse con ellos esperándole en la caseta de Lezama. «Por las caras que vi me dije que algo no muy bueno tenía que pasar...», confesó. Y llevaba toda la razón. En aquella charla se abrió, la dureza de los entrenamientos en solitario, que tenía la conciencia muy tranquila... Y soltó una promesa: «Volveré siendo mejor». Eso sí, siempre con buena cara.
Mucho después, en la primera pretemporada del Athletic en Austria, en el verano de 2013, en la temporada con Ernesto Valverde en el banquillo, nos volvimos a sentar cara a cara. Su gesto el habitual: esa sonrisa que le acompaña. Confesó que el motor ha sido la gente, la afición del Athletic, que le arropó, que le convirtió en uno más de su familia. «He llegado hasta aquí porque en su día la gente no me dejó solo». Querido, amado. Su hombre. También expresó el trascendental papel que tuvo que realizar en la segunda convulsa campaña de Bielsa en Bilbao.
Y, la otra secuencia, inolvidable, se produjo en el Camp Nou, después de lograr el título de la Supercopa. En realidad, fueron varias. Pero nunca se me olvidará el abrazo con Aduriz -faltaba su amigo Iraola en ese trío-, tampoco el gesto de Iraizoz cuando se le cuestionó con la imagen que guardará para siempre en su retina de esa celebración. El navarro miró a su paisano, que estaba en la zona mixta del coliseo catalán: «¡Con éste de aquí!». El rostro de los periodistas se iluminó. Él se lo merecía. Del mismo modo, se debe guardar aquella imagen, una carcajada, en Lezama, con las muletas, en compañía de Marcelo Bielsa. Era noviembre de 2011, poco después de haberse destrozado el ligamento cruzado anterior de su rodilla izquierda en Mestalla. Habían pasado quince días, pero él sonreía, junto al argentino e Iribar.
Y esa es la enseñanza que queda de Gurpegui. Un hombre al que la adversidad le ha acompañado durante toda su carrera, que ha sido su colega. Pero que nunca se ha rendido. Nunca. Ahora, después de quince temporadas, Gurpe deja el balón. El césped. El vestirse de corto. El próximo partido contra el Sevilla deberá ser un gran homenaje a este hombre que seguirá entrenando como uno más, como si el siguiente partido fuera la final de la Champions, a pesar de que sabe que los focos dejarán de iluminarle. Pero siempre quedará su ejemplo. Sonrisa ante la adversidad.
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