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robert basic
Viernes, 29 de abril 2016, 23:40
En el entrenamiento del jueves, Carlos Gurpegui vestía el peto rojo y Beñat iba con la sudadera azul. Participaban en un gran rondo y lo hacían con mucha intensidad, al igual que el resto del equipo. Lo había exigido Valverde, pendiente de cada disputa, de cada movimiento, atento a la velocidad del balón y a la de sus hombres. En un momento del ejercicio el mediocentro recibió la pelota y el capitán le entró fuerte, con firmeza, y el de Igorre acabó en el suelo. Se dolía de la rodilla derecha, atendido de inmediato por el masajista Juan Manuel Ipiña, pero pudo seguir sin problemas. También lo hizo el central, que tras interesarse por su compañero y asegurarse de que estaba bien continuó presionando como si no hubiera un mañana, como si fuera su primer día en Lezama. Porque él es así, entregado al extremo, sin medias tintas, incluso en una pachanga mañanera. Así empezó su carrera en la élite hace quince años y así la piensa terminar en unas semanas, sin guardarse nada y con la satisfacción de haberse dejado la piel por el Athletic y su gente, cuyo cariño y respeto se lo ha ganado hace tiempo y para siempre.
Hay pocos futbolistas que han tenido que superar tantas adversidades como Gurpegui para seguir entre los mejores. Ni las lesiones ni las sanciones consiguieron doblarle, borrarle la sonrisa, que conserva y que mantuvo incluso en las épocas más difíciles. Se rompió las dos rodillas, sufrió tres fracturas nasales y más de un traumatismo craneoencefálico, pasó por el quirófano unas diez veces -y no siempre sin complicaciones, infecciones- y estuvo sancionado dos años por dopaje, que siempre negó y defendió su inocencia. «Tranquilos, volveré», solía decir a sus compañeros y a sus entrenadores, como si las desgracias no le pesaran. «Dios premia a estos jugadores que se pierden un año con dos más de fútbol. Carlos va a jugar hasta los 40», deseó Marcelo Bielsa cuando el navarro se destrozó el cruzado en 2011. Volvió a recuperarse y a ponerse de pie, a competir con todas sus fuerzas, y ahora apura sus últimos partidos antes de pronunciar la palabra que sabía que verbalizaría tarde o temprano: adiós.
Quedan tres jornadas para la conclusión de la Liga y el Athletic pelea por la quinta plaza, que le daría acceso directo a la fase de grupos de la Europa League. El capitán apura sus últimos partidos con la camiseta rojiblanca y quiere saborearlos en toda su intensidad y cumplir con el objetivo fijado. Lo hará con naturalidad y la misma dedicación de siempre, la que le permitió salvar todos los obstáculos y acumular 391 choques a pesar de las lesiones y la suspensión. De no haber sido por estos reveses, ahora estaríamos hablando de un futbolista con más de medio millar de concursos oficiales. «Siempre ha sido un gran jugador y una muy buena persona. Un profesional que ha sufrido muchos contratiempos, el peor y más trágico su sanción por dopaje tras un proceso largo y cruel. En una persona tan limpia como él en el aspecto deportivo, ético y moral, fue terrible», analizó su figura para este periódico en noviembre de 2013 Jupp Heynckes, el técnico que le hizo debutar ante el Villarreal.
«Tengo el cariño de la gente»
Ocurrió un 31 de marzo de 2002 en El Madrigal. Gurpegui tenía 21 años y salió en el once titular como mediapunta, por detrás de Urzaiz. Llevaba el 39 en la espalda y jugó los 90 minutos de un partido que el Athletic perdió por goleada (5-2). Pero a partir de ahí comenzó a construir una carrera que le ha puesto en numerosas dificultades y que también le ha hecho disfrutar y emocionarse con su profesión, de la que se quedará con lo positivo y, sobre todo, con una afición que le adora. En su última entrevista con este periódico, realizada con motivo de la final de Copa contra el Barcelona en el Camp Nou, se le preguntó por cómo le gustaría que le recordara la gente. «No lo sé. Tampoco me tienen que reconocer por jugar el fútbol. He hecho lo que me gusta y lo que mejor sé hacer, entrenándome al cien por cien. Hay que recordar a gente que ha hecho algo realmente importante para el mundo. Tengo el cariño de la gente y con eso para mí es suficiente», respondió sonriente. Perdió aquel partido, pero el fútbol le recompensó meses después con la Supercopa.
Las últimas renovaciones han sido de año en año porque el capitán no quería comprometer al club con contratos largos, sino escuchar su cuerpo y obrar en consecuencia. Si se sentía bien, estampaba su firma en un abrir y cerrar de ojos y al día siguiente estaba en Lezama entrenándose al máximo. Algo parecido solía hacer Andoni Iraola, quien abandonó el club al término de la pasada temporada para enrolarse en el New York City. Ahora es su amigo Gurpegui el que saborea las últimas semanas de fútbol en el equipo de sus amores, donde llegó en 1998 y lleva media vida. Literal. Mañana estará el Celta en San Mamés, luego tocará enfrentarse al Las Palmas en las islas y finalmente recibir al Sevilla. El navarro estará ahí, como siempre, a disposición de Valverde. «Y cuando todo esto termine y se acabe el deporte -según dijo una vez Pablo Orbaiz-, quedará la persona, y Carlos es una grandísima persona».
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