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Silvia Cantera
Miércoles, 24 de febrero 2016, 20:55
«Éramos buenos». Muy buenos, sí. Una de las mejores y más recordadas delanteras de la historia del Athletic. Rafa Iriondo completaba la línea de ataque con Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, un quinteto que los jóvenes de la época, y miles de aficionados rojiblancos ... que jamás les vieron jugar por razones de edad, aún hoy recitan de carrerilla. Eran «buenos», decía con humildad el extremo de Gernika, un auténtico superviviente. Era el mayor de aquel quinteto mágico, que condujo al Athletic a conquistar una Liga y cuatro Copas, y el que más tarde nos ha dejado. Pero es probable que aquella leyenda se hubiera truncado si Iriondo no hubiera renacido en el bombardeo de Gernika.
Aquel ataque de la aviación nazi marcó su juventud. El 26 de abril de 1937 los dos negocios de la familia, una tienda de muebles y una carbonería, quedaron reducidos a escombros. Los Iriondo Aurtenechea tuvieron que huir con lo puesto y pedir asistencia social en Bilbao. Tenía 19 años.
Pero él prefería hablar de fútbol. Presumía de no haber sido nunca suplente. No era como para dejar en el banquillo a un jugador de su clase. Marcó un gol por cada tres partidos. «¿Tantos?», preguntaba sorprendido en una entrevista publicada en EL CORREO en 2010. Desde luego que los números hablaban por sí solos. Hizo 115 dianas en 326 encuentros. Insuficiente para saciar su ambición; quería más. Era extremo derecho, pero soñaba con ser delantero centro. «Era lo que más me gustaba, porque es donde más goles metes», reconocía. Aunque unos metros más allá siempre estaba Telmo Zarra. Otro infalible. Era su compañero de toda la vida, gran amigo y con el que jugaba al tute, una costumbre que sólo dejó cuando falleció el mítico delantero en febrero de 2006.
Iriondo soñaba con que su linaje futbolístico no muriera con él. El extremo de Gernika mimaba a sus biznietos. Uno de ellos, de hecho, es hijo de Ismael Urzaiz, otro delantero que pasó a la historia por su letalidad en el área. «Ese niño, Unax, tiene que salir futbolista», anhelaba Iriondo, quien encontró a su esposa muy cerca de su localidad natal. Eran las fiestas de San Ignacio en Forua cuando vio por primera vez a su adorada Charo Echevarría.
La vida de Iriondo estuvo muy ligada al club rojiblanco. Era el 35º jugador con más partidos como león, pisó el césped de San Mamés durante 13 temporadas y podía presumir de ser el 15º máximo goleador. Debutó a los 22 años, el 29 de septiembre de 1940, en un empate a dos en casa del Valencia y saboreó las mieles del éxito con seis títulos: una Liga, cuatro Copas y una Copa Eva Duarte. Sin embargo, también se vistió de corto con el Barakaldo, justo después de su salida del Athletic, y colgó las botas siendo jugador de la Real Sociedad.
Su carrera como futbolista fue larga, pero sus pasos antes de dar el salto a Primera fueron cortos. Casi anecdóticos. Solamente había disputado seis partidos oficiales antes de debutar con el Athletic. Comenzó en el Gernika, el equipo de su pueblo, donde únicamente disfrutó de noventa minutos. «Mi primer partido fue el último del equipo», reconocía Iriondo tras explicar que el club se vio obligado a desaparecer por problemas económicos. Después jugó cinco encuentros con el Atlético de Tetuán mientras cumplía el servicio militar.
Iriondo nació pegado a un balón. En el pueblo se tenía que conformar con jugar más a pelota porque no había equipos, pero el colegio Los Agustinos fue testigo de sus primeros pinitos con el cuero. Tenía grandes sueños, por lo que ni corto ni perezoso un día se presentó en San Mamés para pedirle una prueba a Roberto Echevarría. Había acabado la Guerra Civil y el chico llegó con un mensaje claro, sin titubeos: «Quiero jugar en el Athletic». Impresionó al técnico eibarrés aunque su debut se tuvo que retrasar hasta que Iriondo completó el servicio militar, primero en Marruecos y el segundo año en Bilbao.
Pudo despedir San Mamés
Trece años después de colgar las botas, regresó a los banquillos. En la temporada 1968/69 entrenó al Athletic y como recuerdo dejó una Copa de España. Volvió a coger la batuta rojiblanca en 1975. En ese espacio de tiempo tuvo la ocasión de regresar a la Real Sociedad. Su despedida como entrenador fue con el Betis, una etapa que escoció a la afición de San Mamés. Ganó una Copa estando en Sevilla tras una final agónica que se resolvió en la tanda de penaltis contra su equipo de toda la vida.
Rafa Iriondo no perdió la sonrisa hasta el último momento. Tampoco aquella fina ironía que le caracterizaba. «Lo que es la vida. Yo era el mayor de todos -los componentes de la histórica delantera- y soy el único que queda», comentaba hace unos años. Pero no sólo se despidió de leyendas de carne y hueso. Durante su larga vida también tuvo que despedirse de San Mamés, el escenario que fue testigo de la mayoría de sus genialidades.
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