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Juanma Mallo
Lunes, 19 de octubre 2015, 02:09
Surge de repente. De vez en cuando. No hace falta que haya una razón. En el Daily Mail, en el Mirror... Si no, ya se encarga la Prensa catalana. Alguna vez se cuela el Bild. El United, el Chelsea, el Bayern, el Arsenal y, por ... supuesto, el Barça que sigue a la búsqueda de un central desde que el capitán Puyol se despidió de la pelota. En primavera, en otoño; el lunes, el martes o el domingo. No importa. Brota. Todos le quieren reclutar, seducir. Pero nadie le escucha a él, a un Aymeric Laporte (21 años) que en julio renovó -por quinta vez desde que irrumpió en el primer equipo en noviembre de 2012- con el Athletic hasta 2019, con una cláusula de 50 millones de euros. «Es un placer jugar aquí y espero llegar lo más lejos que pueda con el equipo para ganar trofeos», acaba de afirmar el francés de Agen en el portal de la UEFA. Pero nada. Tarde o temprano brotará de nuevo el interés culé o el deseo de la escuadra de Van Gaal. Porque un central zurdo, de su juventud, de su valía, y su proyección cotiza más que Inditex en el Ibex-35.
Hablan de ofertas, de propuestas, de supuestos pactos entre el galo y el cuadro de Luis Enrique: la semana pasada el Mirror afirmó que Laporte había llegado a un acuerdo con el Barça de cara a la próxima temporada. Decía el periódico inglés que Bartomeu había puesto encima de la mesa alrededor de 48,5 millones de euros. Error. Inmenso. Desde que llegó a Ibaigane, Josu Urrutia ha mantenido una premisa básica -bueno dos- para que un futbolista abandone la disciplina rojiblanca. Una, que el profesional se desee marchar, que apueste por continuar su futuro lejos de Bilbao, en el caso de Laporte en un club al que llegó en plena adolescencia procedente de Agen. Y la otra, que el club dispuesto a enamorar a un futbolista de Ernesto Valverde debe abonar la cláusula en su integridad. Vamos, hasta el último céntimo. Y claro, 48,5 millones, no son 50. Vale, solo faltan 1,5 millones de euros -una cantidad mínima en el fútbol actual-, pero...
Y el presidente del Athletic nunca ha dado el brazo a torcer. Que se lo pregunten al Bayern y a Javi Martínez. O al United y Ander Herrera. O la cláusula o nada. Así que antes de hablar del interés de un futbolista que porta el brazalete de la selección Sub21 de su país, es mejor encontrar el dinero que cuesta su libertad. Y aun así, luego tienen que convencer a un futbolista que, renovación tras renovación, ha ido aumentado el precio de su salida, en un movimiento que, a priori, demuestra que se siente a gusto en Bilbao. Y aquí Laporte vuelve a ser aquel futbolista que impresionó en los primeros pasos en la élite, que se ganó un dorsal con los mayores en poco menos de tres semanas: como el TGV galo.
Aquel hombre que se estrenó en aquel inservible encuentro de Israel con Marcelo Bielsa en el banquillo, y pegó un puntapié en la Liga. Desde entonces, no ha parado de crecer, de ver recompensada su evolución por parte del club. Es cierto que ha habido momentos en los que parecía estancado, normal en un futbolista de su edad, pero ha vuelto a convertirse en el jefe de la zaga, en el mandamás, en una persona que muestra una enorme madurez en el césped y que no duda en irse de excursión hacia el campo rival cuando no observa un camino mejor; ese profesional capaz de desbrozar el terreno para convertir su subida en una jugada de gol (que se lo pregunten al Madrid y el Deportivo). Y en defensa, ha vuelvo a recuperar su seriedad, su carácter de mariscal en el verde.
Todo eso le convierte en objeto de deseo de los grandes conjuntos del Viejo Continente. E incluso Vicente del Bosque ha sonreído a la posibilidad, planteada por el propio Laporte, de acudir con España a la selección, ante, de momento, el olvido de Deschamps de citarle con la absoluta gala. Quién sabe lo que sucederá en el futuro. Lo que sí es seguro es que hasta que un conjunto, potentado, no llame a Ibaigane con 50 millones, se quedará en Bilbao. Y siempre que él desee permanecer. Hasta entonces, dejen en paz a Laporte.
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