Juanma Mallo
Domingo, 4 de octubre 2015, 16:40
Mira al videomarcador. Menos de cinco minutos. La victoria del Athletic, ese bálsamo necesario para acudir al parón con los fantasmas enterrados, estaba sellada. No lo veía claro. Dentro de los límites de su área técnica, Ernesto Valverde se mueve hacia la izquierda. Luego fija ... su rumbo hacia la derecha, al ritmo que sus futbolistas sacan el balón. Se pone de cuclillas, en esa imagen tan típica de Txingurri en los entrenamientos en Lezama, oteando el horizonte. Otro vistazo al tiempo, a un cronómetro que acerca el segundo triunfo del curso en la Liga. Se pasa la mano por la cara. Aplaude a los suyos. Gira la cabeza, hacia el banquillo. Pregunta cuánto queda. Nervios. Más palmadas. Suspira. Más aplausos. Se sienta. Se levanta. Coge la chaqueta. Se la pone -se la había quitado con la tercera diana rojiblanca en una tarde de bochorno-, y respira tranquilo. Se acabó, después de la decepción del tanto rival y al alivio con los tres zarpazos vizcaíno. Se dirige a Nuno. Le da la mano. "Mucha suerte. ¡Ánimo!", dice al luso. Y luego se abraza con Voro, delegado del Valencia, y otros antiguos conocidos de su etapa ché, como Ochotorena. Lo mismo hace Jon Aspiazu. Y todos al vestuario. Así acaban los noventa minutos de tensión de Valverde, un técnico que no paró de instruir a su tropa, ahora Beñat -su prolongación en el verde-, luego Williams, más tarde Eraso y Rico.
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Impecable, con su habitual traje, camisa blanca y corbata morada, Valverde salta al césped y se dirige al entrenador rival. Sonríe. Vista hacia el banquillo. Se sienta. Pero cuando salta al césped el mito, Txetxu Rojo, del que fue segundo entrenador, se levanta. Es uno más en el tributo. Al contrario de Nuno, que empieza el partido en pie, fuera de sus dominios -el público del Athletic se lo recordó en más de una ocasión al asistente ("Línea, dile que se siente que no te deja pasar", le soltó un hincha)-, Txingurri está escondido. Pero reacciona rápido, con una ocasión de Williams. Brazos en jarra, manos en los bolsillos. A pesar de que el sábado afirmó que ayer no había más presión, se le notaba nervioso. A veces le sale un tic: se sube el pantalón y se acomoda la camisa por dentro. Cuando alguno de sus pupilos lanza a puerta, echa la espalda para atrás. Y surge las primeras indicaciones concretas: a Beñat. Le pide que busque a los delanteros, que evite los pases horizontales. Que sea más agresivo.
La bronca de Nuno a Jaume
Cuando recibe el tanto en contra el Athletic, tarda alrededor de diez segundos de salir de su banquillo. Surge, y aplaude. "Vamos, vamos, vamos", trata de impulsar a sus hombres, al tiempo que se dirige al cuarto árbitro para quejarse por la falta señalada sobre Bakkali. No saca nada en claro. Cabecea. Su enfado se eleva con una falta sobre Beñat. El público le secunda. "¡Fuera, fuera, fuera!", le grita a Estrada Fernández La Catedral. Chilla a Balenziaga. "¿Por qué sacas la falta para atrás?", parece decirle el míster. Otra vez al centrocampista de Igorre, imperial ayer. Le señala con vehemencia la portería. "Da profundidad en vez de pases laterales". Aplaude el gol de Laporte. Buff, primer alivio. Le secunda todo el banquillo.En pie. Se dirige otra vez al cuarto árbitro. Se queja. Y explota cuando el colegiado no deja sacar el córner del final de la primera mitad. Se marcha airado, se toca la corbata morada.
Otra vez en acción, segunda parte, se levanta cuando falla Aduriz en el minuto 49. En estas, Jaume, portero del Valencia, saca rápido, y Nuno le abronca por no perder tiempo. El meta le pide perdón con las manos. El portugués hace un gesto con la cabeza. No le ha gustado Y se produce la diana, la segunda, la de Susaeta. "¡Gooool!", sale Valverde de su territorio con sus brazos en alto. Se sienta. Solo un instante. Mira a Williams, que está cayendo mucho por dentro. "Ven aquí, ven aquí". A la banda.
Mira al cielo. Poco después, se cabrea con San José, por un defectuoso control del navarro en el área levantina. "¡Hombre, por favor!". Y se produce el tercero de la tarde. "¡Gooooooool!", de nuevo brazos hacia el cielo. Sonrisa franca. Se salta los límites de su área técnica. Alegre. Alivio. Felicita a los jugadores que va sustituyendo. Y se quita la chaqueta. Indicaciones a los que accedían al campo, por ejemplo a un Eraso que aguardó casi 10 minutos. Coge un botellín de agua. Respira. Ya está. Y al vestuario.
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