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Tocar la gloria, en el sentido literal de la palabra. Un periodista nunca escribe en primera persona, pero en esta ocasión el protagonista es el que comparte estas líneas. Un athleticzale que no solo celebró y se emocionó con el triunfo en la final de ... La Cartuja, sino que tuvo el honor de acariciar esa Copa tan preciada que regresa a Bilbao 40 años después. Empujado más bien por la pasión que en ese momento invadía a todos. Una imagen que, ajeno al revuelo que a la postre se ha formado, en cuestión de horas ha recorrido el país a través de los informativos y medios digitales. A ojos del mundo, este periodista ha representado a una afición rojiblanca ansiosa de abrazarla: «El grito de alivio tras entregar la Copa a la afición», reza uno de los titulares. El grito en cuestión, lazando por el capitan Iker Muniain, es el siguiente: «¡Aquí está, chavales!». Y tras tocarla y verla a un palmo, uno solo puede decir: qué bonita es.
Pongámonos en situación. 3.22 de la madrugada. Aún con la adrenalina recorriendo todos los rincones del cuerpo, el trabajo no ha terminado. Atrás queda el agónico triunfo en los penaltis, los abrazos en la grada y el soñado momento de ver cómo se alza la Copa. Tras celebrarlo sobre el verde -con la familia y con la afición-, el siguiente cometido de los jugadores era llevar ese trofeo a descansar. La semana se presenta potente para ella. Y aquí llegó la magia. Aquí se produjo el momento que uno jamás se imaginaría vivir. Medio centenar de aficionados vitorean y ovacionan a los jugadores a su llega al hotel. La Copa preside el autobús. Es imposible no verla. La iluminación saca a relucir su brillantez. Entonces se abren las puertas y Muniain baja aguantando con sus dos manos el trofeo.
«Ya está aquí, chavales, ya está aquí», celebra el capitán, mientras se dirige al acceso del hotel. En ese camino, dos aficionados se acercan al jugador navarro y se estiran para tocar la copa. A escasos metros se encuentra este periodista que, móvil en mano, inmortaliza la llegada de los jugadores. Pero también capta un momento para el recuerdo que todo aficionado del Athletic guardaría en su retina a fuego. Extender su mano (la izquierda en este caso) y hacerla descansar sobre la copa. Un instante único. La primera impresión es su asombrosa robustez, más de la imaginada. Lo siguiente, la historia que transmite, tanto mirando al pasado como hacia lo que deparará; sin ir más lejos, con el recorrido de la gabarra. Algo mágico. Una historia de un triunfo histórico.
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