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Las temporadas ya no son como las de antes. Parece que fue ayer cuando jugábamos, de niños, a seleccionadores y metíamos en nuestra lista imaginaria a dos o tres futbolistas del Athletic, además del indiscutible Iribar, por supuesto. Eran tiempos en los que la selección ... no llegaba muy lejos, salvo en aquella memorable final de 1964. Ahora España acaba de llevarse de largo la Eurocopa, ganando todos los partidos y jugando mejor que nadie con tres del Athletic, y su segunda versión ha ganado también la medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Así que las temporadas se van alargando sin solución de continuidad, a veces para bien como en la temporada magnífica del Athletic, flamante campeón de Copa. El fútbol era cosa de hombres, entonces, y ahora también lo es de mujeres, a las que no solo les gusta el fútbol, también lo juegan muy bien, fueron campeonas del mundo como si nada, si bien han llegado cansadas a los Juegos donde acabaron cuartas.
El comienzo de la temporada de fútbol era en la infancia el consuelo primordial para sobrellevar el final de aquellos largos veranos que nos habían parecido inacabables, era el antídoto mejor frente al doloroso trance de aquellas otras, más largas aún, temporadas de escuela, esas sí interminables, que nos acechaban. El comienzo de la temporada de fútbol coincidía más o menos con el comienzo de aquellos cursos tan largos. La melancolía del final del verano, combinada con la correspondiente al comienzo de las clases, a la que había que añadir inevitablemente el temor por aquellas tareas de verano en las que no habíamos puesto el fundamento debido para resolver aquellas ristras de problemas de trenes y depósitos, de los de cuatro o cinco operaciones. Había que presentar al comienzo de curso todos aquellos deberes a los que no habíamos prestado tal vez el interés debido, algunos sin hacer o terminados de cualquier manera para salir del paso, en aquella edad en la que fuimos más responsables, por la cuenta que nos tenía, que en el resto de nuestras vidas.
El fútbol era en aquella remota infancia una de las mejores expectativas, con el improbable sueño de llegar a futbolistas del Athletic y el más realizable, aunque tampoco sencillo, de que el Athletic hiciera una buena temporada y ganase, si era posible, algún trofeo. Después, durante la primera juventud, había que tener cierto carácter para admitir que el fútbol seguía siendo importante para nosotros. Fueron tiempos en los que la intelectualidad juzgaba incompatible ser aficionado al fútbol con tener más de cuatro neuronas, o capacidad para terminar al menos un libro al año. El fútbol era el nuevo opio del pueblo. Ahora, en la avanzada madurez, resulta que el fútbol le gusta a todo el mundo. Apenas terminado un verano de buen fútbol, fatigados los sillones ante el televisor, la nueva temporada ya está aquí.
El Athletic tiene un buen equipo en camino de ser un gran equipo, cuenta con recambios plausibles con los que afrontar una larga temporada de nuevos retos y promesas, y puede que nos haga, al menos de vez en cuando, razonablemente dichosos.
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