Brazos extendidos. Puños cerrados. Con fuerza. Con la suficiente para que las uñas marquen las palmas de las manos en medio de cortas sacudidas hacia arriba y hacia abajo. Zis, zas. Zis, zas. Un movimiento que acompaña unos ojos achinados y unos labios en tensión ... hacia los laterales que, más que una sonrisa, dibujan una incontenible fuerza interior. Un imparable torrente que trepa por el estómago, sube acelerado hacia los pulmones, se abre paso por la garganta y explota en un grito desgarrador que lo resume todo. «¡¡¡Sssíííííííííííííííííííí!!!». ¡Por fin! ¡Somos campeones de Copa! ¡Athletic, txapeldun!
Publicidad
Menudo subidón... Es como si un manantial de energía, de contagiosa ilusión, se hubiera apoderado de repente de nosotros. Como si nos hubiese inundado una arrolladora corriente de vitalidad positiva. Como si un rayo de desbordante alegría nos hubiera traspasado, transformado, rejuvenecido. Todo a la vez. Como si nos hubiese dado alas en un sueño hecho gozosa realidad del que nunca desearíamos despertar. Como si viéramos todo con otra perspectiva. Mejor. Más amable. Más luminoso. Con el corazón henchido de satisfacción. Y con esa sensación de infinito placer que la vida se reserva para unos pocos momentos que jamás se podrán olvidar.
Y –todo hay que decirlo– con un orgullo que ni los más humildes, modestos o poco dados al exhibicionismo podrán ocultar. Desde luego, hoy no. Ni durante muchos días. Puede que nunca por mucho que sus manifestaciones exteriores se atenúen con el paso del tiempo. Orgullo de ser del Athletic. Un club único. Inigualable. Especial entre los especiales. Orgullo de sus valores. De su filosofía. De su historia. De lo que ha sido y lo que es. Algo que se lleva en la sangre. En los genes. Tan inmutable como el RH. Como el ADN. Habrá equipos que ganen más títulos. Más millonarios. Con más estrellas rutilantes. Pero como el nuestro no hay ninguno. Ni lo habrá.
Un orgullo engrandecido, si cabe, por éxitos como el de anoche. Cada vez menos al alcance. Cada vez más gestas –por lo que tienen de excepcionales– que triunfos –más repetidos– en un fútbol dominado por el negocio, por el dinero. En el que los principios enarbolados por el Athletic aportan fortalezas, pero no dejan de ser un hándicap para aspirar a grandes trofeos.
Publicidad
¡Síííííííí! Por eso esta Copa tiene tanto mérito. Por eso ha hecho aflorar con virulencia un aluvión de sentimientos que nos ha transportado a otra dimensión. Al éxtasis. A flotar en una nube de felicidad. De no va más. A cruzar los dedos para que esto nunca acabe.
¡Síííííííí! Porque llegan a su fin 40 interminables años de espera desde el inolvidable gol de Endika al Barça. Cuarenta años desde que el mítico Dani levantara la última Copa. ¡Síííííííí! Porque las nuevas generaciones de rojiblancos ya saben lo que es llegar a lo más alto. Disfrutar de un equipo campeón. Vibrar hasta la extenuación con él. No por las proezas narradas por sus antepasados, por el lejano recuerdo de jugadores de leyenda que hicieron grande a este club, sino por una victoria inolvidable de la que han sido testigos. Por un hito en la historia que transmitirán a su vez a los hijos y nietos que no saben lo que se perdieron por no haber nacido a tiempo. ¡Síííííííí! Porque los Williams, De Marcos, Sancet y compañía han demostrado que este sueño no era una utopía. Que, aunque resulte difícil, muy difícil, la filosofía no tiene por qué estar reñida con los éxitos deportivos.
Publicidad
¡Síííííííí! Bizkaia es hoy y por muchos días una fiesta. Una comunión entre un pueblo y su equipo. Una sonrisa colectiva. Un territorio feliz. La gloria, sin duda, era esto.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.