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Hristo Stoichkov (Plovdiv, Bulgaria, 53 años) recibe a EL CORREO en el hall de un céntrico hotel bilbaíno. El búlgaro, una leyenda del Barcelona y Balón de Oro en 1994, estuvo la semana pasada en la capital vizcaína grabando imágenes de la ciudad y de ... San Mamés –presenció el derbi contra el Eibar– de cara a la Eurocopa. Vive en Miami y trabaja para la cadena Univisa, que prepara un documental sobre las 12 sedes. Al principio se muestra duro, cortante, pero no tarda en suavizarse cuando se le habla de su país natal y del fútbol búlgaro y balcánico. Entonces se relaja y regala un discurso fresco, alejado de los tópicos. Solo rechaza responder a dos preguntas relativas al Real Madrid. «Paso palabra», zanja. No hizo falta tirar del cuestionario, confeccionado con casi un centenar de preguntas, solo había que encender la grabadora y conversar.
– Hace mucho que no venía por Bilbao. ¿Qué tal lo ha encontrado?
– Es una gran ciudad. Siempre he dicho que hay que venir a Bilbao a conocer a su gente, pasar un tiempo con los vascos. Se trata de conocer una cultura diferente. Llegué al Barça en 1990 y me recibieron con los brazos abiertos. Mi cariño hacia ellos es eterno. Pero como jugador no puedes conocer una ciudad.
– Del avión al hotel, del hotel al campo y del campo a casa.
– Así es. Por eso es especial para mí estar en Bilbao. Estoy grabando un documental sobre la Eurocopa. Viajamos por toda Europa, Bucarest, Budapest, Roma, Bilbao, Múnich... En marzo iremos a las seis ciudades sede restantes. Pero digo que es especial estar aquí porque quiero enseñar a la gente lo que es Bilbao. Me trae grandes recuerdos. Y no solo por los goles...
– .... que también.
– Era mi trabajo, una obligación. Pero la imagen que tengo grabada para toda la vida es aquel momento en el que La Catedral aplaudió al Barcelona.
– Habla de la victoria por 0-6 en marzo de 1991. Marcó cuatro goles.
– ¡Eso es lo de menos! Fue un incidente que puede pasar en el fútbol. Yo me quedo con la gente. A pesar de la derrota, la afición aplaudió al equipo rival. Para mí, es lo más importante. No tenía palabras.
– Unos días antes Cruyff sufrió un infarto y Carles Rexach se desmayó durante la charla previa al partido.
– Sí señor, fue un momento duro para nosotros. Un día antes del partido pasó lo que pasó con el míster y en la charla Rexach tuvo ese incidente. Sabíamos que San Mamés era un campo difícil y que el Athletic tenía buenos jugadores. Nos jugábamos la Liga. En estos campos se ganaban los campeonatos.
– Y se perdían.
– También. Tuvimos la suerte de meter dos goles en los primeros seis minutos –lo hizo él– y el partido ya era del Barça. Pero mi recuerdo es el aplauso. No hay dinero que lo pague. Tampoco podré agradecérselo nunca lo suficiente a la gente.
– El Athletic sigue jugando solo con su gente, un modelo único en la élite del fútbol europeo. ¿Qué le parece?
– Espectacular. Lo respeto mucho. Es un gran valor de la entidad jugar solo con vascos. En México hay otro club, el Chivas, que solo juega con mexicanos. A veces ganan, a veces pierden, pero demuestran el amor propio de una institución.
– Ha estado en San Mamés. ¿Le gusta más o menos que la vieja Catedral?
– Cuando salí al campo sentí nostalgia. Dije: 'Caray, qué campo tan bonito, qué estadio han construido'. Hablaba con el presidente, Iribar y Goikoetxea y les dije: 'Mirad, yo corría por esa banda'. Y me contestó el presi: 'No, no, tu corrías por allí'. Claro, la orientación del nuevo campo es diferente. La gente ha hecho un gran esfuerzo para convencer a la UEFA de que lleve la Eurocopa a San Mamés. Estoy seguro de que se acogerá de maravilla a las selecciones que vendrán.
– Cree que será un éxito.
– Sin duda. He hablado con la gente, hemos hecho entrevistas por la calle y todos están preparados para este gran evento.
– ¿España es candidata al título?
– Sin duda. Pasé un mal momento con la muerte de la hija de Luis (Enrique). Es un compañero, una persona recta y directa, un luchador. Ojalá España sea campeona de Europa y que todo el país le dedique el triunfo. Yo perdí a un padre, a un hermano, amigos, pero un hijo es mucho más. Vivimos juntos, levantamos trofeos en el Barcelona y uno de mis mejores goles con el Barça fue contra el Betis, de chilena, que llegó tras un pase de Luis. Ojalá más de 40 millones de españoles puedan gritar su nombre. Y si llega el título, que se ponga una estatua de Luis Enrique en cada pueblo de España.
– Antes de que se pusiera la camiseta del Barça y se coronara en la élite, tuvo que pelear mucho para llegar arriba. Todo empezó en las calles de Plovdiv, su ciudad natal.
– Por desgracia, eso ya no existe (fútbol de la calle). No solo en Bulgaria, sino en Rumanía, Croacia, Serbia... Empezaron a construir más y más, invadieron terrenos entre edificios y quitaron el espacio a los niños.
– Bastaba con dos piedras para hacer una portería o poner en el suelo dos mochilas del cole y jugar.
– ¡Eso ya no existe! ¡No está! Voy a mi pueblo y no lo veo.
– Los niños se han quedado sin la magia de la calle.
– La magia del fútbol de la calle ya no existe. Están los teléfonos, Instagram, Facebook. Todo menos el deporte. Es algo preocupante. En mi país se ha perdido el amor por el deporte. Bulgaria es pequeña, pero tenemos campeones olímpicos, campeones de Europa...
– Ahí sigue el récord de Kostadinova en el salto de altura.
– Su récord de 2,09 lleva más de 30 años sin ser batido. No sé si después de mí llegará un futbolista capaz de ganar los títulos que he ganado yo. Mis títulos también son de mis compañeros, de mi familia, de mis entrenadores, de la afición. Lo veo difícil. Es difícil volver a ver un búlgaro con la Bota de Oro, o que los países del Este vuelvan a ganar lo que ganaban.
– ¿Por qué hay tan poca presencia del fútbol búlgaro en la escena internacional? Eran un semillero de talentos y ahora ni siquiera la selección se clasifica para Eurocopas o Mundiales. ¿Qué ocurre?
– A ver si hacemos algo en la repesca. Jugaríamos además los dos partidos en casa. A nivel de clubes está solo el Ludogorets. Se ha perdido la magia de hablar con los niños, de abrirles las puertas, de enseñarles. Muchos equipos búlgaros creen que comprando extranjeros hoy van a ganar mañana. ¿Cómo puedes explicar a un niño que siga mis pasos? Sí, vale, he escrito tres o cuatro libros, he contado de dónde vengo, lo que he sufrido... Pero al final te dicen 'eran otros tiempos'. ¡Inténtalo! Mide tus posibilidades, explora hasta dónde puedes llegar. Si no lo haces, no lo sabrás.
– Sin ir más lejos, usted empezó en el atletismo. Era velocista.
– Sí, era muy rápido. Siempre estaré agradecido a mi primer entrenador de atletismo porque me enseñó cómo correr. Me decía cómo había que salir porque era zurdo. Tenía que arrancar con la derecha, hacer los primeros pasos muy cortos para coger velocidad. Todo esto me ayudó en el fútbol. No podía correr 100 metros, pero 15, 20 o 30 eran fáciles para mí y superaba a los defensas. Con 12 años me decían que no podía jugar al fútbol.
– Porque era pequeño.
– Y no pesaba nada. Pero superé la primera barrera. Jugaba en una fábrica con gente mayor y luego me marché a tercera división. Y de ahí, directamente a Primera. Seguía mis pasos.
– Era fuerte mentalmente.
– Muy fuerte. Mi padre y mi abuelo también lo eran. Tenían carácter. Me enseñaron cómo tenía que hacer las cosas. Mi familia es muy deportista. Una prima mía era una de las mejoras jugadoras de balonmano del país, al igual que uno de mis primos, y otros tres por parte de mi padre jugaban al fútbol y llegaron a ser internacionales absolutos. Mi objetivo era llegar a Primera y cumplir con mi sueño de niño.
– Y llegó hasta donde llegó.
– Porque siempre me ponía una meta. Tenía gente por delante y les quería superar, a los mejores de Bulgaria. Como por ejemplo a Slavkov y a Zhekov, Botas de Oro. Y lo hice. Con 18 o 19 años empecé a pensar en Kevin Keegan.
– Era su ídolo.
– Mi ídolo. Levantó el Balón de Oro. Un día me dije: '¿Y por qué no puedo hacerlo yo?'. Soñé, me entregué y luché. Cuando fiché por el Barcelona en 1990, Johan Cruyff habló conmigo y me dijo: 'Voy a trabajar contigo hasta que ganes el Balón de Oro'. Me quiso y me trajo de Bulgaria. Tenía una lista de 20 futbolistas a los que podía fichar y me eligió a mí.
– Lo tenía claro.
– Para mí era fácil por los jugadores que había en aquel vestuario. Teníamos vascos, navarros, catalanes, holandeses, daneses... Luego vino Romario. Mi objetivo era jugar cada partido. El gran momento de mi vida futbolística fue cuando viajé a París con mi mujer, mis amigos y mi entrenador para recoger el Balón de Oro. Johan se acercó a mí y le vi feliz, con lágrimas en los ojos. Había trabajado tanto conmigo...
– Era su triunfo también.
– Exactamente. Ese Balón de Oro es de él. Le pertenece.
– Era y es un ídolo en su país. ¿Cómo lo lleva?
– Muy fácil, no he cambiado. Salí hace mucho de Bulgaria y después de tantos años sigo siendo el mismo. Me mantengo firme. Cuando tengo que respetar a la gente, la respeto; cuando tengo que darles duro, les doy; cuando hay que dar palos, se dan. La vida es así, cada uno tiene que saber dónde está.
– ¿Le gusta el fútbol actual?
– Soy deportista y me gustará siempre. No me gusta comparar épocas. Es injusto. Si comparo jugadores o entrenadores de épocas distintas sería una falta de respeto. ¿Por qué? Porque cada uno de ellos vivió su momento. ¿Qué club es el mejor? Hay tres letras clarísimas: FCB. El Fútbol Club Barcelona, no hay más grande.
– ¿Y el Madrid?
– De este tema no hablaré.
– ¿Por qué no le...?
– Paso palabra.
– Vale. ¿Con qué jugador se identifica ahora mismo?
– Me gustaría decirle uno, sobre todo en Bulgaria, pero... No sé cuánto tardará en aparecer. Hace unos años había uno con características parecidas a las mías, Martin Petrov, que jugó en el Atlético. Ojalá se olviden de mí y hagan su carrera. Yo he hecho mi propio nombre, he hecho mi camino. Es importante que los niños de pequeños no copien a nadie. Ahora veo cortes de pelo, pendientes por aquí, tatuajes por allá, fotos...
– No le gusta.
– Buffff. Yo no los tengo. Instagram y Facebook me los manejan mis hijos. No entiendo nada. Del teléfono entiendo lo del verde y rojo, pero uso más el rojo para que no me molesten. A veces la gente no me entiende, y solo digo la verdad. No tengo tatuajes, tampoco Ronald Koeman, Michael Laudrup, Bakero. Estoy seguro de que Goikoetxea no los tiene. No somos padres de esos chavales, pero podemos darles consejos por su bien. Si quieren entenderlo, que lo entiendan; si no, irán pasando uno detrás de otro y terminarán su carrera deportiva sin gloria.
– ¿Solo importa ganar?
– No. Aprendí mucho de las derrotas. ¿Por qué? Porque las derrotas te abren los ojos. Te preguntas por qué has perdido, por qué has jugado mal. Creo que hoy los jugadores no se hacen estos análisis de verdad. Les enseñan uno o dos minutos de un vídeo, el pase que dieron mal, pero antes de ese pase hay mucha más historia. Mis entrenadores se ocupaban de mí. El míster, Rexach, Bruins, Vilda... A veces les cabreaba y se fijaban todos en mi mala hostia. Les decía: 'Dejadme'. Y no, me decían que se ocuparían de mí. Entrenaban dos y tres veces al día conmigo. 'Queremos que cuando termines tu carrera recuerdes todos estos pasos'. Ellos tuvieron mucha más 'culpa' que yo de ganar el Balón de Oro. Me dijeron: 'Tú tienes que adaptarte a los 25'. Y yo les contesté: 'Los 25 se adaptarán a mí' (Risas).
– Nunca ha escondido su amor incondicional por Cataluña. Cuando era capitán de Bulgaria su brazalete era una senyera. ¿Cómo lo explica?
– Cuando sales de un país comunista, un país cerrado, con 22 o 23 años y te abren las puertas del Camp Nou, donde 100.000 personas corean tu nombre, sientes amor. Soy extranjero, siempre seré extranjero, pero mi casa está en Barcelona y en Bulgaria. El amor y el cariño que me tienen jamás lo olvidaré.
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